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Consciente de la fuerza de su mercado, formado por 1.350 millones de potenciales consumidores, el régimen chino presiona a Japón mediante un boicot económico mientras intenta controlar las masivas manifestaciones contra su embajada, consulados y empresas, que corren el riesgo de írsele de las manos y acabar provocando un indeseado y peligroso estallido social.
Como viene ocurriendo durante los últimos días, ayer fue una nueva jornada de protestas antijaponesas en China. Miles de manifestantes se echaron a la calle para reclamar la soberanía de las islas Diaoyu (Senkaku en japonés), disputadas con el Gobierno nipón, que las ha comprado a sus dueños privados. Como la seguridad fue reforzada ante la Embajada japonesa en Pekín para evitar que se repitieran los incidentes del sábado, las movilizaciones más multitudinarias tuvieron lugar en el sur.
Según informa la agencia estatal de noticias Xinhua, unas 10.000 personas marcharon por Cantón (Guangzhou), donde un grupo de incontrolados invadió un hotel y un restaurante de “sushi” en el que causaron numerosos destrozos. En la vecina ciudad de Shenzhen, fronteriza con Hong Kong, los agentes antidisturbios lanzaron gases lacrimógenos para dispersar a la multitud, que se enfrentó a la Policía y volcó un coche patrulla. Otros 4.000 manifestantes desfilaron por la capital de la isla tropical de Hainan y, a tenor de Xinhua, siete ciudades más vivieron protestas que registraron “algunos momentos de vandalismo y quema de coches”.
Para impedir que estas movilizaciones nacionalistas, permitidas y alentadas por el autoritario régimen chino, acaben alterando la sagrada estabilidad social, la Policía ha reforzado los controles por todo el país e intensificado la censura en internet. En Weibo, la copia china del bloqueado Twitter, fueron borradas las fotos y comentarios de las protestas y prohibidas sus búsquedas.
Todo con tal de que no haya más asaltos a supermercados y restaurantes japoneses o incendios como los que sufrieron una fábrica de Panasonic y un concesionario de Toyota en Qingdao. Unos actos violentos que han llevado al Ejecutivo nipón a pedir protección para sus súbditos en China. “Desgraciadamente, este asunto está afectando a la seguridad de nuestros ciudadanos y causando un daño a las propiedades de firmas japonesas”, criticó el primer ministro nipón, Yoshihiko Noda, en declaraciones a la televisión pública NHK.
De camino a Asia, donde visitará Japón, China y Nueva Zelanda, el secretario de Defensa estadounidense, Leon Panetta, advirtió de que la tensión por las islas disputadas podría dar lugar a provocaciones que desaten la violencia en la región. Una zona del mundo en la que Pentágono tiene intereses estratégicos por su alianza con Japón y Corea del Sur y el imparable ascenso de China, como demuestra que este es su tercer viaje a Extremo Oriente en once meses.
Con el fin de seguir presionando a Japón, el régimen de Pekín prefiere utilizar la vía económica y amenaza con un boicot a sus productos que apoyan sus medios estatales. El año pasado, los intercambios comerciales entre China y Japón, que son respectivamente la segunda y tercera economía mundial, crecieron un 14,3 por ciento y alcanzaron una cifra récord de 262.800 millones de euros.
Pero la situación se presenta muy distinta para el presente ejercicio. Tal y como reconoció a principios de mes el jefe de operaciones de Nissan, Toshiyuki Shiga, en una feria automovilística de Chengdu, las ventas de coches nipones habían sufrido “algún impacto por las dificultades para hacer promociones a pie de calle”. En el mayor mercado del mundo, Nissan vendió en agosto 95.200 vehículos, casi 3.000 menos que en julio.
Según la agencia AP, la Administración Nacional de Turismo de China ha ordenado a las agencias de viajes que cancelen sus itinerarios a Japón con motivo de las vacaciones por el Día Nacional a principios de octubre.
Para terminar de complicar la crisis entre los dos países, la peor desde 2005, el nuevo embajador japonés en China, Shinichi Nishimiya, falleció ayer después de tres días en coma debido a un colapso que sufrió en plena calle en Tokio. Tras su nombramiento el martes, tenía que tomar posesión de su cargo el mes próximo para sustituir a Uichiro Niwa, pero parece que la tensión y el estrés por las islas disputadas en el Mar de China Oriental han podido con él.













