CAMBA

¿Por qué el periodismo de Julio Camba se mantiene más fresco que el de casi todos sus contemporáneos? ¿Cuál es la nota distintiva de su escritura, que tantos años después mantiene su prestancia? Sin duda, un humor de fondo escéptico que le impide encariñarse demasiado con las cosas y los hombres; y que, desde luego, repele el desbordamiento sentimental. ¿Quiere esto decir que Camba sea un escritor frío, que mire con distancia o altanería la corrupción de las costumbres o las lacras de los hombres? En modo alguno; y en su capacidad para ironizar sin ensañamiento, con una como tranquila resignación que nace del conocimiento de las debilidades humanas se halla el secreto de su magia inigualable. Seguramente haya habido muchos escritores en periódicos que superaran a Camba en talento para la invectiva o la efusión cordial; ninguno supo, en cambio, quedarse tan magistralmente a mitad de camino sin resultar tibio ni desapegado, haciendo de su escepticismo una cáustica forma de caridad hacia la caída naturaleza humana.

En «Haciendo República» Camba nos cuenta cómo muchos le reprochaban que se hubiese hecho católico, tras su juventud anarquista y descreída. A lo que Camba respondía que no se había hecho, sino que había descubierto que era constitutivamente católico, que es la forma más irremediable de ser español. Y, como hay cosas que no tienen remedio, y contra las que es del género majadero rebelarse, Camba se dedicó a observarlas con perplejidad y malicia (pero sin maldad ni indignación), como si no fueran con él; o como si, yendo demasiado con él, necesitara observarlas después de haberlas desinfectado de pasiones turbulentas, con una inteligencia que es sentido común quintaesenciado y afiladísimo, tan afilado que consigue cortar sin hacer sangre, como una cirugía con rayo láser. Dicen que su pereza no admitía parangón; pero, ¿qué hombre inteligente no lo es, mientras lo dejan?