Los retratos de Pepe Castro: Francisco Vañó Ferre

Francisco Vañó Ferre. 62 años. Técnico ortopédico. Sentado en su silla de ruedas, como lleva haciendo los últimos 40 años, posa en el estudio del fotógrafo con atuendo desenfadado y elegante, un juvenil flequillo bien peinado hacia la derecha y ojos que miran curiosos a todo aquello que la vida quiera llevarle a su encuentro. Porque a este diputado en Cortes por Toledo nada humano le es ajeno; sus semejantes le divierten, le interesan, incluso el más detestable de todos ellos tiene para él un punto de morbo que no está dispuesto a desperdiciar. Dotado de un incombustible sentido del humor, diríase que el destino puso en su camino una lesión medular para rizar más el rizo de una indomable alegría de vivir jaleada por la música: milita en ello con su grupo «La Filarmónica Hermética».

Y fue duro, ¡claro que fue duro!, que siendo un joven guapo, rubio, 1.80 de estatura, estudiante de Económicas y algo enamoradizo, a los 21 años sus piernas dijeran hasta aquí hemos llegado y lo dejaran tumbado al borde de una cuneta una cálida noche de verano, cuando volvía a casa después de despedir a su novia en el portal. En el torbellino de vueltas de campana del 850 que conducía, el joven Paco rompió para siempre las conexiones nerviosas que permiten andar al ser humano y su vida torció por otra esquina, de repente.
Ya en Madrid, convertido el hospital de La Paz en su hogar durante tantos meses, su corazón juvenil y aún esperanzado oyó de labios del «bueno» del doctor Solera la noticia: tú sabes que no vas a volver a andar, ¿verdad?, y él logró comerse el llanto, como un hombre, hasta la visita por la tarde de sus padres, que abrazaron a un niño desconsolado. «Me costó mucho, sí, pero no muchos años», y mientras pasaban los días y él bebía trago a trago del vaso de la amargura, la vida rebelde se colaba de nuevo en su habiación de hospital y le acercaba tacones de mujer, faldas de novia en retirada y de nuevo el amor en uniforme de enfermera: «Le tiré los tejos», cuenta travieso. Se había salvado.
Pasados los años, ya con dos hijos pequeños y casado con la enfermera, fue el primer presidente la Asociación Nacional de Parapléjicos Aspaym, y cuando abandonó el trabajo en la empresa familiar, en Valencia, recaló en la ciudad de Toledo, donde acababa de construirse el Hospital Nacional de Parapléjicos. Pero los principios fueron duros y esa palabra, parapléjico, impresa en un curriculum, no abría precisamente las puertas. «Mi lesión no me condiciona, os condiciona a los demas», subraya.
De nuevo su tenacidad y lucha por la vida le llevaron muchas veces junto a jóvenes, como él, víctimas de accidentes de tráfico, y su aliento calentó muchos corazones helados de familiares y amigos. «Si este ha sobrevivido, por qué no yo?».
Hace quince años entró en política, primero como concejal de Tráfico, de nuevo rizando el rizo, en el Ayuntamiento de Toledo; más tarde como diputado en el Congreso, donde asesora en materia de discapacidad al Gobierno de Rajoy. Ahora ha escrito un libro: «Perdone que no me levante», un manual de instrucciones para afrontar la discapacidad que cuenta con la complicidad del mismísimo Groucho Marx, al que ha robado epitafio.
Y da un consejo: «Hay que sacarse la silla de ruedas de la cabeza y ponérsela debajo del culo», aunque siempre habrá alguno, como aquel camarero, que le pregunte a su esposa qué va tomar el señor, y ella responda: «Que se lo diga él, que tiene boca».
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete