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Durante su discurso del pasado día 21 de febrero, el presidente libio Muamar Gadafi se refirió a los que se habían rebelado contra él como «cucarachas», un término que chocó a muchos defensores de derechos humanos. «Es la primera vez que oigo este término desde el genocidio de Ruanda en 1994», dice Peter Bouckaert, investigador de Human Rights Watch enviado a Libia estos días. «Ciertamente, esto todavía no es un genocidio, pero el potencial de violencia es altísimo», asegura.
Gadafi ordenó a su ejército disparar contra los manifestantes y bombardearles desde el aire. Ante la negativa de algunos oficiales militares a cumplir sus órdenes, trajo mercenarios de otros países africanos. «Hemos visto imágenes de miles de prisioneros asesinados, vendados y atados, muchos vestidos con uniformes militares y de policía. Según la fuente que nos las suministró, habían rechazado la orden de disparar contra la población civil, y fueron ejecutados por las propias fuerzas de seguridad», explica Bouckaert a ABC.













