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Sir Patrick Leigh Fermor

«Eterno caminante por la Via Pulchritudinis, buscó la belleza en lo pequeño y en lo grande. El mismo adolescente que acompañaba sus primeros pasos por los caminos fríos de Alemania a principios de 1934 con una reserva cuantiosa de poesía en la memoria, recitaba a veces a Lewis Carroll y otras el Stabat Mater o el Dies Irae»

POR EL MARQUÉS DE TAMARÓN

GRACIAS a no haber ido a la universidad, Patrick Leigh Fermor llegó a ser uno de los mejores escritores ingleses del siglo XX. Todo comenzó porque lo expulsaron del colegio al ser descubierto cogido de la mano con la hija del tendero de ultramarinos. Luego ... se empeñó en ir andando hasta Constantinopla (no quería decir Estambul) y ahí empezó a completar la nada desdeñable educación secundaria recibida. Emprendió el camino con 18 años, en 1933, y dos años después llegó a Constantinopla. Dormía en albergues de jóvenes, en un pajar o en los castillos de la nobleza centroeuropea, que brindó generosa hospitalidad y amistad —y amor en más de una ocasión— a aquel guapo y simpático muchacho inglés. Después prolongó el viaje por Grecia, donde participó en una carga de caballería contra un golpe de estado republicano y, más importante aún, conoció a la Princesa Balasha Cantacuzeno, una rumana hermosísima bastante mayor que él. Se enamoraron en el acto y pasaron dos años juntos viviendo en castillos remotos, mientras ella pintaba y él traducía libros. Hasta que estalló la Segunda Guerra Mundial y Patrick Leigh Fermor volvió apresuradamente a Inglaterra para alistarse, primero en la Guardia Real y luego en el Special Operations Executive . Se había disipado para siempre el peligro de ir a la universidad y aprender a hacer auditorías o el uso del aoristo. Podía seguir aprendiendo a ver, a vivir y a escribir, sin asomo de jactancia.

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