La vaca que ríe
Justo cuando la revuelta parecía perder fuelle, la multitud abarrota de nuevo la Plaza Tahrir exigiendo que Mubarak se esfume. Este viernes acudirán de nuevo en tropel, pero nada indica que «La Vaca que ríe», como apodan al presidente los de las pancartas, vaya a hacer las maletas. Ningún tonto logra permanecer 30 años en el poder.
Pero para perpetuarse, el sátrapa tiene que lucir fuerte y sin fisuras, porque es el miedo de los demás y la codicia de sus secuaces lo que protege su trono. Y Mubarak ya no asusta.
El fajador, que sobrevivió a seis atentados, combatió en cuatro guerras y supo hacerse imprescindible, es un octogenario enfermo, que se tiñe el pelo y cuyo destino está en manos del vicepresidente Suleiman, su omnipresente valido y de sus militares. Aparentemente, el Ejército permanece neutral. Protege el Palacio Presidencial de los alborotadores y a los que protestan, de los matones. Pero esto no puede durar.
Nos llegan cientos de fotos y miles de artículos, pero ignoramos lo que ocurre entre bambalinas. Egipto tiene 80 millones habitantes y en El Cairo se hacinan 15 millones de almas, pero el foco de los medios de comunicación escudriña una plaza del tamaño de un campo de fútbol y las caras y anhelos de unos miles de manifestantes.
Esa gente está harta. China niega a su población derechos políticos, pero la mantiene abducida con el señuelo del dinero. Egipto mantiene a los suyos sin libertades y los condena a niveles de vida miserables.
El orador más aclamado es Wael Ghonim, el ejecutivo de Google que prendió la chispa en Facebook, pero el brillo de la luz puede deslumbrar.
Ghonim sólo reclama al régimen que entregue a los jóvenes las llaves del futuro, pero si llega la hora de la verdad y es tumultuosa, su discurso será un murmullo sofocado por los gritos de «¡Alá Akbar!».
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