Hazte premium Hazte premium

Los pecados de la reina de la cocaína

Ana Cameno manejaba un imperio de droga como una ejecutiva estresada: tenía disciplina, seguridad y santería

DGP

CRUZ MORCILLO/PABLO MUÑOZ

Al cabo de dos años de vigilarla y oírla a los policías les costaba creer que por fin le habían colocado las esposas a la cerebral Ana Cameno, traficante española de cocaína desde hace veinte años que nunca ha pisado la cárcel. «Lo que más me jode es que esto es lo último que iba a hacer», le soltó al inspector sin inmutarse. Quizá no mentía porque si el laboratorio de droga que había montado en Villanueva de Perale hubiera salido bien le habría bastado para retirarse. La jefa y sus socios colombianos tenían preparadas 33 toneladas de productos químicos a la espera de que llegara la pasta base de Suramérica. El 15 de diciembre habían aterrizado en Madrid los cuatro «cocineros» colombianos, dispuestos a inundar el mercado con toneladas de coca.

La explosiva rubia, mejorada si cabe por su afición al bisturí, no torció el gesto y permaneció digna, evidenciando por qué los narcos de la peor calaña confiaban en ella: «Antes de contarte nada me corto un brazo», dijo en comisaría. Eso fue el 7 de enero. Ahora está en prisión, junto a otra veintena de individuos.

Ana Cameno Antolín, maniática de la seguridad, se había convertido en una obsesión para la Policía. En los últimos meses había contratado un «escolta» que velaba por ella las 24 horas y la conducía a los puntos de reunión —gasolineras o rotondas— con su chófer para evitar que alguien pudiera seguirla. Sabía de lo que hablaba; pese a la discreción de las vigilancias de la Unidad de Drogas y Crimen Organizado alguien, un contacto interno, facilitaba a los narcos placas policiales y modelos de coches.

«Los amigos del Poco —un traficante al que identificaron después, socio en el negocio del laboratorio—llevan cola», comentan Ana y su marido David Vela, en una escucha, dejando claro su convencimiento de que les pisaban los talones.

La ordenada vida de ejecutiva agresiva que llevaba la «narco pija» tampoco facilitó la investigación. Durante dos años de vigilancia ha mantenido una férrea disciplina de trabajo con cuatro o cinco reuniones diarias con sus proveedores de droga y sus clientes. La pareja pasó unos días de vacaciones en Ibiza sin más; no frecuentaban restaurantes caros ni fiestas. Gestionaban el negocio como si de una honrada multinacional se tratara. «Nunca he visto a unos traficantes que trabajen tanto», explica uno de los investigadores.

Dicen que a la jefa le sobra talento y encantos. Era y es un bellezón rendida por la ropa y los bolsos caros, con una personalidad arrolladora; una relaciones públicas que se disputaría cualquier jefe de personal. La «empresaria» aseguraba que vendía joyas, aunque en realidad se trata de un negocio de su madre, justo enfrente del Ministerio del Interior. Procede de una buena familia en la que hay militares, abogados y arquitectos.

La reina de la cocaína solo se permite una debilidad: su devoción por la santería cubana. Antes, durante y después de cada trato consultaba con su madrina, una santera afincada en Madrid, y con otro cubano seguidor de los Orishas. Organizaba con ellos ceremonias de sacrificio de animales y purificación en fincas alquiladas y llegó a viajar a Cuba con su escolta para tomar parte en un ritual. El «machaca» volvió convertido.

Perdón por vestir de negro

En su rimbombante chalé de Sevilla la Nueva, de exterior discreto, Cameno había erigido en el salón dos altares en los que el santo estaba rodeado de plantas, botellas de ron, estampas, velas, comida e incluso cráneos de animales. Un escenario espeluznante que coexistía con 16 televisores de plasma, 300 botes de perfume, cientos de bolsos, zapatos y trajes (tenía un móvil solo para recibir novedades de las tiendas caras de Madrid). «Perdona madrina que he vestido de negro» (los santeros van de blanco), le decía a su interlocutora a la que llegó a confiar el asesinato en Suramérica de un antiguo socio suyo.

Mientras la Udyco la seguía a ella, la Unidad de Delincuencia Especializada y Violenta (Udev) la encontró reunida con uno de sus investigados: el empresario de la noche Lauro Sánchez Serrano, otro afamado traficante con el que la narco andaba en conversaciones para traer más droga. El negocio no cuajó y siguió con sus colombianos, su laboratorio, sus 300 kilos de coca y sus dos millones de euros en dobles fondos de armarios. Por eso ha tenido que cambiar sus altares por una celda.

Esta funcionalidad es sólo para suscriptores

Suscribete
Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación