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Hacer el idiota

La viga maestra que sustenta este tinglado del Estado del Bienestar es la mayoritaria clase media. Sus impuestos soportan todo el entramado de prestaciones públicas, sean las carreteras o la sanidad. Apuntalan también el sistema político democrático, no sólo sosteniendo las instituciones, sino a otros muchos apéndices, como prueban los 16 millones de euros destinados esta semana a subvencionar a los sindicatos.

Este segmento de la población, en fin, resiste una presión fiscal, con clara tendencia creciente, superior al 30 por ciento en aras de que toda la sociedad disfrute de los beneficios de una civilización levantada sobre sudor y sangre. Y, desgraciadamente, donde no existe este estamento, la barbarie, en alguna de sus formas, se emplea en la devastación.

Pero los agentes políticos y sociales se aferran al pasado, incapaces de sacudirse una palabrería rancia que pretende reemplazar la sustantividad. Por ejemplo, cuando ahora, en plena debacle, el Gobierno anuncia que va a obligar a los ricos a devolver lo que enajenan. Demagogia purgativa más que panacea. Las diferencias sociales se han acortado tanto que el número de millonarios es irrisorio en España: son menos de 100.000 las personas que poseen más de 750.000 euros (inmuebles excluidos). Incrementar su contribución poco aliviaría un déficit, sólo del Estado, que este año superará con creces los más de 60.000 millones previstos inicialmente. Y a los del dinero negro, échales un galgo.

Y es que la verdad, que no es más que la validez formal de una proposición en un discurso, no puede sustituir la realidad, que son los hechos que acontecen, dicho al modo wittgensteniano. So pena de que nos siga cayendo arriba todo lo que sube, por el cerril empeño de las leyes naturales. Y se nos han venido encima las finanzas, el paro, las pensiones...

La credibilidad política acabará moribunda de continuar embargada por una periclitada dialéctica conservadora o progresista. Debe reinventarse en una sensata filosofía de clase media, con debe y haber, que es como funciona una casa de familia, un autónomo o un negocio. Esa es toda la ecuación, solidaridades incluidas. Y siempre con unos ahorros para afrontar contingencias, pues hasta los griegos saben ya que las fotocopias de los billetes carecen de valor, aunque se llamen deuda pública.

Nos lo advirtió Ortega hace mucho tiempo: ser de izquierdas o de derechas es una de las muchas maneras que tiene una persona de hacer el idiota. Pero, en pleno siglo XXI, insistimos en preferir que la cháchara ideológica nos vele la realidad.

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