Madonna no llena pero arrasa
La ambición rubia regresó anoche a Madrid después de quince años para presentar su último disco, «Hard Candy», en el Vicente Calderón. No llenó el estadio ni dio un concierto memorable, pero su poderío de diva se mostró contundente.
Después de casi dos millones y medio de entradas vendidas y 58 ciudades —cuatro llenos en el Madison Square Garden de Nueva York— rendidas a sus pies, Madonna llegaba ayer a Madrid cumpliendo el ecuador de su gira «Sticky & Sweet' Tour». La esperaban decenas de ... miles de adoradores, de los cuales varios centenares llevaban acampados frente al Calderón un par de días. «El año pasado nos quedamos echas polvo», decían Sandra y Carolina, mientras un amigo de ambas se lanzaba sobre el merchandising pirata de la Ciccone —los había incluso en el metro— en uno de los tenderetes frente al templo del Atleti. Se referían a la actuación que la ambición rubia anunció para el pasado mes de septiembre en Madrid, que quedó fulminantemente suspendida sólo seis días más tarde, precisamente un 23 de julio, como ayer. «Pero sabíamos que a Madrid no podía dejarlo tirado otra vez, lleva 15 años sin venir y seguro que va a ser de los mejores conciertos de la gira». De repente ven la hora que es, se miran, y sin mediar palabra cogen al tipo de la camiseta y corren a la cola, donde una cuarta amiga guarda su lugar celosamente.
A diez minutos del comienzo del concierto, sin embargo, se podía andar por la pista del Calderón con total facilidad, y es que sobraron por lo menos 10.000 entradas. Es difícil saber si esas cosas afectan a un monstruo como Madonna, pero el caso es que salió a escena sin romper con todo, sin estar a la altura del mito. Un comienzo demasiado centrado en «Hard Candy», su flojísimo último disco, pasó factura. Sólo uno de cada diez bailaba, ya fuera en la pista o en la grada VIP, atestada de «gente guapa» y demás clones de tertuliana/o rosa.
La diva se puso las pilas
«Candy store» y «The Beat goes on» abrieron la noche con los graves comiéndose la voz de la diva, pero con el paso de los minutos y la llegada de clásicos el sonido fue cogiendo el feeling que todos buscaban. También Madonna empezó a ponerse las pilas y a poner, de vez en cuando, los pelillos de punta al personal.
Porque la seguridad que irradiaba no cristalizaba en formas de diva inalcanzable, sino de una chica que, parafraseando a Cindy Lauper, sólo quiere pasarlo bien, que transmite buen rollo con sus bailarines, les coge del hombro y les mira riendo —aunque con todo ensayado— mientras se acercan al borde del escenario.
Se esperaba un ritmo brutal del espectáculo, que ni siquiera dejase pensar en la posibilidad de que alguien le dispute el trono del pop, pero este sólo se manifestó con claridad en la segunda mitad del concierto, cuando empezaron a sonar «Vogue», que fue el primer estallido de baile colectivo, o «She´s not me», en la que Madonna arrasó como artista total. Incluso presentó «Celebration» —tema inédito de un nuevo álbum de Grandes Éxitos que sacará en septiembre— pasando el listón con facilidad. Y cuando sonó aquello de «Hey Mr. Dj, put a record on I wanna dance with my baby...» se prendió definitivamente la mecha del baile, la mecha de la mitomanía sin concesiones. Ahí arriba estaba Madonna, demonios.
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