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Las fichas

HACE unos días, uno de los seres más inteligentes que tengo el lujo de ver muy de vez en cuando en mi vida me preguntaba por mis fichas policiales en el este de Europa. Con todos mis años en el este, cruzando siempre desde Occidente y con una fama ya por entonces poco sospechosa de simpatizar con los regímenes comunistas, mis fichas deberían al menos contener una extensa lista de lupanares y descripciones más o menos exactas de mis hábitos más canallas. A Timothy Garton Ash le vigilaron con un cierto rigor. El suficiente como para poder escribir luego, a partir de una sola ficha policial de la Stasi, un interesante librillo (The file) sobre esa vigilancia y su relación con el poder totalitario comunista. El expastor protestante Joachim Gauck, durante muchos años jefe de la oficina de elaboración de los archivos de la Stasi, me envió amablemente los archivos a mí referidos o, mejor dicho, lo que quedaba de ellos. En la RDA tuve tres archivos abiertos interesados por mi persona, lo que me agrada.

Dada la lata que me dieron muchos de sus autores en mis años de trabajo en la RDA, no esperaba menos. Lo malo es que dos de ellos se quemaron al parecer en la Normannenstrasse en Berlín, sede central de los archivos de la Staatssicherheit (Stasi para los amigos), donde comunistas y anticomunistas se enfrentaron en Noviembre de 1989 y destrozaron todo lo posible y más de lo necesario. Unos estaban firmes como funcionarios prusianos ante el tigre de papel y los otros, como cretinos amantes de la libertad, les ahorraban el trabajo quemando papeles en esa ira chapucera de la libertad que todo lo rompe. De los informes que me envió Gauck por tanto, dos sólo eran índices. Y el otro era reflejo de la perfecta vagancia de unos policías políticos ya tan desmotivados que se limitaban a echar una ojeada a tu documentación, a lo que llevabas encima y al sitio en el que desayunabas. Me pareció una absoluta falta de respeto. Una triste biografía y cinco sinsorgadas sobre mis visitas en Berlín Este, en Halle y Dresde eran todo lo que habían considerado curioso o destacable aquellos mamelucos con abrigos de cuero o gabardinas que me seguían mañana, tarde y noche por las calles de toda la RDA. La policía política de los regímenes comunistas de Polonia y Checoslovaquia en su día eran igual de pesados pero tenían más sentido de humor. Frente a las casas de Petr Uhl, de Dientsbier o Hayek aparecían como auténticos paparazzis de nuestro tiempo. Frente a la casa de Jacek Kuron o ante aquella dirección tan venerada que era la casa de Bronislaw Geremek -todavía nos hace llorar su absurda muerte- en Varsovia hacían los jóvenes policías casi competición de videos con sus cámaras en las bolsas de deportes. Cuenta Peter Eszterházy en un maravilloso libro sobre su padre, escrito cuando ya sabe que había sido confidente de la policía política, que el volumen de información de la ficha le caía encima hasta aplastarle. Mi ficha fue terriblemente liviana. Hecha por los mismos. Y sin embargo todas las fichas pesan. Porque aunque uno se ría ahora de las pasadas, nunca sabe cuándo abrieron las siguientes.

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