El zen y el faquir
MEDIDAS, hay que tomar medidas, y bien drásticas. No lo dice ese presunto sastre ligero de lengua y largo de manos que tras haberle hecho unos trajes de gala a Francisco Camps le quiere cortar ahora un uniforme de presidiario, sino Paul Krugman, flamante Premio Nobel de Economía y maestro de la nueva socialdemocracia keynesiana que ha venido a predicar en España su versión del apocalipsis. Krugman, que considera a Obama un tímido reformista, ha sido hasta el momento el único mortal ante el que Zapatero se ha mostrado teóricamente dispuesto a emprender reformas estructurales, milagro que quizá quepa atribuir a la inveterada tendencia de los gobernantes celtibéricos a explicarse por extenso ante quienes menos les conocen. Pero si el denso paquete intervencionista del presidente americano le parece a su sabio compatriota de una decepcionante tibieza, cabe colegir el escepticismo que le provocará la escuálida agenda anticrisis española.
Con suficiencia de gurú, Krugman nos ha dibujado un esperanzador diagnóstico según el cual España puede elegir ante dos panoramas inmediatos: uno doloroso y otro extremadamente doloroso. Justo lo que predica Zapatero, apóstol de las políticas indoloras y las éticas flexibles. Propone el Nobel cortar y podar el árbol de nuestra economía con tijeras de jardinero, ya que las de sastre se le antojan pertrecho escaso. Bajar los salarios, nacionalizar bancos, decretar estímulos fiscales y desinflar los precios hasta una deflación salvaje son algunas de las propuestas que ha dejado, amén de la de juntar las manos y rezar a los santos que cada uno más venere. Cuando hayamos hecho todo eso, aún habremos de acostumbrarnos a un crecimiento estancado con ajustes duros de actividad y producción. Si este cuadro lo pintase un liberal le caería encima toda la retórica al uso sobre la maldad intrínseca de los codiciosos neoconservadores, pero como el cenizo es de la cuerda de nuestro optimista presidente le ha sonreído con mucha cordialidad, le ha entregado un ejemplar de su Plan E para que se vaya enterando de cómo se combate la recesión con aspirinas y, por último, le ha informado de inminentes reformas de fondo que la opinión pública nacional desconoce y añora.
Lo curioso es que tanto el Nobel americano como otros próceres de concepciones ideológicas diametrales, tal que el ex presidente Aznar, coinciden cada uno con sus recetas en que ante la magnitud de la depresión se puede hacer cualquier cosa menos quedarse quieto. Requiere la situación atrevimiento, audacia, riesgo, determinación, compromiso, osadía. Y eso es exactamente lo que el Gobierno de España detesta porque conlleva secuelas conflictivas de sufrimiento social. Tenemos un presidente zen cuando hasta los más opuestos coinciden en que es hora de faquires.
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