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Malos augurios

RESULTA evidente que la anomalía en nuestra vida política democrática que se instaló aquí con la llegada al poder del Gran Timonel no deja de crecer. Ya no es un tumor por usar la metáfora que tanto le gusta al presidente -ojalá lo fuera-, sino ... metástasis que se extienden como una marabunta por el organismo tanto de la sociedad como del Estado. Todo hace temer que, cuando la situación económica -llamémoslo así para no caer en la melancolía ni el vértigo- alcance los niveles de menesterosidad y drama que nadie cree ya honestamente evitables, se harán presentes en la vida cotidiana todos los daños infligidos en el último lustro a nuestro tejido social y pacto democrático de la transición. No hay que ser muy agorero para prever que la lucha por la supervivencia va a adquirir unas formas muy rudas en este país. Que los códigos mínimos de respeto entre discrepantes han sido dinamitados otra vez en trágica recurrencia. Y que las instituciones del Estado, debilitadas, desprestigiadas y en parte exhaustas o inermes, van a ser poco y mal andamio ante los embates de la angustia, del odio, de la envidia y el rencor.

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