Fernando Jáuregui: «Nos viene una época de desigualdad como la copa de un pino»
El periodista y escritor publica 'El cambio en 100 palabras' un libro que describe cómo serán nuestras vidas en 2050
Los periodistas valoran con optimismo la implantación de la IA en las redacciones

Fernando Jáuregui (Santander, 1950), sintetiza toda su experiencia, y el trabajo concreto de cinco años, en un libro -'El cambio en 100 palabras'- con el que describe cómo será nuestra vida dentro de 25 años, a mediados de este siglo. Con su mirada crítica ... y didáctica, explora desde la inteligencia artificial hasta las nuevas dinámicas generacionales, e invita a reflexionar sobre un futuro que ya está entre nosotros.
—Afirma que la generación Z, con referentes como la Princesa Leonor, vive «desconectada de la realidad». ¿Por qué esa brecha generacional?
—El mundo de los años 50 –cuando Leonor reine, porque supongo que reinará– no va a ser en absoluto igual que este. No va a tener nada que ver. Los periodistas tenemos la obligación de advertir a la ciudadanía de los cambios que se van a producir, para que tome conciencia Los jóvenes (la generación Z, e incluso los 'millennials') están tan hechos al cambio vertiginoso que no lo perciben. Los mayores sí vemos que todo ha cambiado. Hay que decírselo: les va a cambiar el transporte, la alimentación, la ciudad, el ocio, el amor, el concepto de felicidad. De la tecnología ya ni hablamos, de hasta qué punto se va a imponer la máquina al hombre.
—Concrete alguno de esos cambios.
—El coche autónomo; la carrera espacial (dentro de unos años estaremos en Marte); la nueva construcción, porque ya estamos haciendo casas con impresión 3D; o la salud, porque también se imprimirán riñones artificiales. Por tanto, los conceptos filosóficos y económicos que responden a este cambio también van a mutar. Ahí tenemos que conseguir dos cosas: una, que no nos arrolle el cambio, y otra, que sea equitativo. Ahora mismo ya hay barrios de Madrid en los que sus habitantes viven, de media, dos años más que los de otros barrios, porque tienen más posibilidades de cuidarse. Y estoy hablando de Madrid, no de Burkina Faso. Mientras, nuestros gobiernos están pensando en la supervivencia de mañana y no en que, dentro de 25 años, nuestro mundo será como he descrito, y que hay que prepararse para ello. Pero nuestros representantes políticos no lo ven. Es una tragedia importante.
—Criticar a la juventud es un tópico tan antiguo como la humanidad. ¿Qué factores hacen que la censura a los jóvenes de hoy sea sustancialmente distinta de la de épocas anteriores?
— No critico a la juventud; creo que tenemos generaciones estupendas. Lo único que les digo es que no se pueden inhibir, que sean conscientes del cambio que viene, de que no todo va a ser un estado de bienestar. Seguramente tendremos que jubilarnos a los 75; habrá algunas prestaciones sociales que no serán posibles porque la pirámide poblacional está cambiando mucho: nacen pocos jóvenes y los viejos nos morimos tarde. Todo eso va a imponer cambios profundos en la gerencia social, en la gobernación, muy profundos. Hay que advertirlo, porque nuestra juventud, por culpa de generaciones como la mía, es demasiado acomodaticia, se ha acostumbrado mucho al estado de bienestar y no se da cuenta de todo lo nos viene encima. Nos viene una época de desigualdad como la copa de un pino, en la que los ricos vivirán mucho más que los pobres. Ya está ocurriendo.
– En el libro advierte que las nuevas generaciones muestran cierta «alergia» al cambio. ¿Estamos ante el ocaso del ideal de progreso o, sencillamente, ha mutado su significado?
– La alergia al cambio ha existido siempre; hay miedo al cambio. El problema es que el cambio es inevitable. Lo único que tenemos que aprender es a cabalgar el tigre del cambio y no dejar que se nos coloque encima con sus garras y sus dientes. Hay quien está interesado en que el tigre del cambio nos arrolle: quieren tener nuestros datos para controlarnos en todo, en lo que pensamos, en lo que compramos y en lo que somos. Hay que dar esta voz de advertencia. Yo no soy pesimista como Harari, el coreano Byung-Chul Han o Acemoglu, el premio Nobel de Economía. No tenemos por qué ser pesimistas ni suponer que la inteligencia artificial va a desbancar a nuestros jóvenes de los puestos de trabajo o convertirlos en «clases inútiles», como dice Harari. Al contrario, la inteligencia nos salvará. Pero hay que aprender a gerenciarla. La inteligencia artificial, la computación cuántica, las manipulaciones genéticas, el transhumanismo y tantas otras cosas hay que aprender a gestionarlas. Si no aprendemos, evidentemente nos arrollarán. Esto no es una crítica sino una advertencia.
—¿Y cuál es el impacto tecnológico en este cambio? ¿Qué rol tiene la inteligencia artificial o las redes sociales, que esta generación utiliza mucho?
— Bueno, la inteligencia artificial ya está ahí; no tiene vuelta atrás. Lo único que tenemos que aprender es a controlarla. Está llena de inexactitudes. A mí, que la utilizo todos los días, me miente porque me cuenta cosas que no son exactas: es perezosa, retrógrada y muy puritana. Además, es muy pelota. Es lo primero que tenemos que aprender: a no dejarnos seducir por la lisonja de la IA. A partir de ahí, tenemos que aprender a utilizarla, convivir con ella y convivir también con los robots y el metaverso.
—Precisamente es una generación muy dominada por la inmediatez, por los mensajes cortos; igual hasta 100 palabras son demasiadas. ¿Se atreve a sintetizar en tres?
— Yo creo que la palabra clave es trabajo, trabajo, trabajo. Hay que trabajar nuestro léxico, nuestras ideas, leyendo, confrontando, debatiendo, yendo a esos lugares a los que muchas veces no vas por pereza. Veo debates en los que los jóvenes, en general, están ausentes. Hay un mundo de esfuerzo que hay que cultivar. Quizás la palabra exacta sea esfuerzo.
—Es muy distinto a aquel otro momento. Recuerdo aquella frase de Alfonso Guerra: «A España no la va a conocer ni la madre que la parió», que implicaba un proceso de transformación, que se podía o no compartir, pero que evidenciaba un horizonte de décadas por delante…
— …y una voluntad de transformación, una voluntad de cambio. Ahora estamos en otra gran diferencia: en cómo me salvo este día para llegar al siguiente. Las decisiones se toman para que me mantenga un rato más en la alfombra roja, un rato más en el poder, en el Falcon. Y no hablo solamente de los que mandan en el Gobierno; hablo de todos en general.
—Quizás esa brecha entre generaciones tenga que ver con que se encuentran inmersos en la burbuja de las redes sociales y en un mundo muy concreto, e ignoran el resto de su entorno; pero lo que vemos como algo negativo puede ser un método de defensa frente a una realidad política y social que les resulta muy hostil, por lo que deciden aislarse de ella…
— Claro, eso que planteas es seguramente uno de los factores que operan, pero no debe ser así; no puedes aislarte de un mundo que te rodea. Llevo muchos años analizando esto desde muy cerca, desde el periodismo, y nunca jamás se había producido una brecha generacional, y por tanto mental, parecida a esta. Jamás había encontrado una brecha generacional tan grande como entre los 'millennials' y los Z; y ya no te digo nada de los 'baby boomers' o los X. Esto implica cambios muy concretos en España. Necesitamos dejar de ser las dos Españas, dejar de ser la España rural vaciada y la España superpoblada, para acercarnos a aquellos pactos de la Moncloa que fueron, en el fondo, unos pactos para la modernización y el cambio. Aquello funcionó muy bien, y necesitamos unos pactos para el cambio con mayúscula, incluidos cambios constitucionales; pero para ello es imprescindible que los dos grandes partidos se acerquen, dialoguen y lleguen a una serie de acuerdos. Sin embargo, dentro del juego de partidos estamos exactamente en la deriva contraria al resto de Europa, donde imperan las grandes coaliciones y acuerdos, mientras nosotros nos sacudimos hasta que nos cansemos.
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