La desgracia se ceba con La Palma: «Tuvimos que elegir entre salvar la casa o nuestra bodega de 30 años»
Los isleños atraviesan una nueva tragedia tan solo dos años después de la erupción del volcán de Cumbre Vieja
Damnificados por el incendio, miembros del equipo de extinción y voluntarios cuentan su historia
El fuego sigue devorando La Palma con tres focos activos
Miembros de una cuadrilla de los Equipos de Intervención y Refuerzo en Incendios Forestales (EIRIF), trabajan en las labores de extinción en Tijarafe
La casa de Vicente Leal fue una de las más conocidas de todas las que circularon durante aquellos tres fatídicos meses que duró la erupción del volcán de Cumbre Vieja, en la isla de La Palma. El área que esta boca de fuego incandescente ... no 'devoró' se convirtió en un manto de ceniza que dio satisfacciones a algunos fotógrafos por la belleza de la imagen y, a la vez, un terrible dolor para el que vio su casa sepultada por metros y metros de ceniza. De hecho, lo que se conoce del hogar de Vicente son más bien sus chimeneas, lo único que quedó a la vista tras meses de polvo gris cayendo del cielo.
Casi dos años han transcurrido de aquello y Vicente no pudo volver a su casa porque aún tiene ceniza a sus pies. Sin saber de dónde saca la fuerza, este isleño tiene que enfrentar ahora otra batalla contra la naturaleza (como todos los palmeros) sin haber ganado la anterior.
Se trata del incendio urbano-forestal que se declaró a las 01:20 horas del sábado en el término municipal de Puntagorda, que afecta a Tijarafe y que ya ha arrasado 3.500 hectáreas, según fuentes del servicio de Medio Ambiente y Emergencias del Cabildo insular. ABC recorre las historias de damnificados, miembros de los equipos de extinción y voluntarios.
Vicente Leal: «¿Hay alguien en el más allá que nos diga qué hacer para parar esto»
El dueño de la casa sepultada por la ceniza, en la parte de la isla que se bautizó la 'Pompeya' de La Palma por la cantidad de ceniza que cubrió como un manto perfecto tanto hogares, como cultivos y hasta cementerios se pregunta, con enfado: «¿Tú conoces a alguien del mas allá, hay alguien ahí que nos indique tenemos que hacer para que esto pare?. Vicente, que aún no pudo volver a su hogar por culpa del volcán no se quedó de brazos cruzados tras la nueva tragedia, ahora en forma de llamas.
Sin haberse visto afectado por el incendio, no se lo pensó dos veces y a las seis de la madrugada del domingo ya estaba en pie en el Polideportivo Severo Rodríguez de Los Llanos de Aridane ayudando a reubicar animales y también «descargando furgones con comida, café y lo que hiciera falta para ayudar a los afectados», narra. Este polideportivo ya había servido de refugio, paradójicamente, para algunos de los damnificados por el volcán de Cumbre Vieja, muy lejos de la zona ahora afectada por las llamas. «Es cierto que un incendio no es un volcán, pero imagina cómo se sentirán aquellos que perdieron sus viviendas y sus fincas...Nos falta que nos lluevan ranas», lamenta. Pero, pese a todo, no baja los brazos. «Estoy pasándolo mal pero confío en que nos recuperaremos; hay que sacar la fuerza de donde sea porque si no luchas estás muerto y nosotros nos caracterizamos por luchar».
Diego Ballesteros: «Salvamos la casa pero perdimos nuestra bodega de 30 años»
La familia de Diego Ballesteros, palmero de 25 años del barrio de Tinizara, en Tijarafe, tuvo que elegir entre salvar su casa, «de toda una vida» o la bodega familiar, «una de las más antiguas y grandes de la isla», relata. «Al final decidimos entre mi padre, mi madre, mi hermana y yo rescatar la casa», cuenta Diego al otro lado del teléfono con la voz completamente apagada, como pendiendo de un hilo. La casa se salvó de las llamas pero no lo hicieron solos: «La mayoría de la población está acostumbrada a tratar con el fuego, pero también es verdad que está cada vez más violento. No se suele meter en las casas sino que tira para el monte; es la primera vez que veo algo así», relata este joven que dice que logró rescatar su hogar gracias a la ayuda de los vecinos y los bomberos. A Diego también lo golpeó el volcán, pero lo minimiza y piensa en aquellos que él considera que lo pasaron peor; los palmeros que vieron sus casas sepultadas por la lava. «Tengo viñas en Fuencaliente que se vieron afectadas por la ceniza pero creo que lo del volcán fue peor para la gente que lo perdió todo; ahora es cuando nosotros lo sentimos de primera mano pero al menos en nuestro caso podemos reconstruir; ellos no», reflexiona mientras atiende a ABC desde la bodega donde intenta rescatar algunos bidones que no alcanzó el fuego.
Miguel: «Solo falta que nos caiga un meteorito»
Miguel forma parte del operativo de extinción de incendios y reconoce que al llevar tantos fuegos a sus espaldas está algo más «curado de espanto». «Me duele y me fastidia la situación, pero es cierto que estoy curado de espanto porque llevo muchos incendios vividos. No es el peor que he visto; recuerdo uno de hace algo menos de 30 años que quemó 14.000 hectáreas, dio la vuelta a la isla entera», rememora. En cualquier caso, recalca que las hectáreas que lleva calcinadas este incendio no son pocas, «y además prendió en muy poco tiempo. En La Palma tenemos la recurrencia más corta de Canarias en materia de incendios porque tenemos muchas hectáreas de monte (25.000 hectáreas de pinar en una superficie de 705 kilómetros cuadrados). Por lo tanto, solo una tercera parte de la isla es pinar, que es bastante inflamable, aunque los fuegos suelen empezar en suelos agrícolas abandonados», explica. Pese a que ha visto mucho, Miguel reconoce el hartazgo, suyo y el de todos los palmeros. «Estamos cansados de incendios, de crisis naturales de cualquier tipo; solo falta que nos caiga un meteorito», lamenta.
Javier Rodríguez: «Le pido a Dios que no haya más desgracias»
A Javier Rodríguez el fuego lo encontró en casa. Estaba junto a sus hijos pequeños y sus suegros. Por eso, recuerda que actuó con «la cabeza fría y el juicio bien presente» y decidió salir incluso sin haber recibido aún las instrucciones para hacerlo. «Justo enfrente de mi casa había un barranco encendido; fueron momentos muy difíciles, con mis suegros que son mayores y los niños. Por eso decidí que teníamos que irnos sin que nadie nos dijera nada». Rodríguez cuenta que no perdió su casa y cree que todo lo ocurrido en la isla «son cosas de la naturaleza que pasan por algo». Aún así, no pierde la fe: «Le pido a Dios que no haya más desgracias».