A la vejez, penurias
La jubilación es una frontera que muchos españoles temen cruzar. Uno de cada tres, según un reciente informe de Eurostat, lucha contra el riesgo de caer en la pobreza a fuerza de un estilo de vida casi monacal. Prohibiciones, todas; caprichos, ninguno.
Así es el ... día a día de Menchu Muñoz. Después de una vida entera dedicada a la costura, ha llegado a los 73 años soltera y con una jubilación de 517 euros. Vive en un piso pequeño en el madrileño barrio de San Fermín, que adquirió «en otras épocas». «Me cuido mucho, en vez de comprar cosas a la primera miro mucho el precio. Mis hermanos también me ayudan mucho y a veces me traen la comida», comenta esta mujer que, desde los quince meses, vive con las secuelas que le dejó la polio y que le impiden caminar sin la ayuda de un bastón.
En números rojos
«He estado así siempre y en cambio me he ganado la vida. Cogía el punto a las medias de la señora del médico o la señora de la farmacia, estas mujeres que podían tener esas medias. También trabajé para un taller que hacía chaquetas para El Corte Inglés y Galerías Preciados», recuerda ahora Menchu, quien ni se plantea la posibilidad de ir a comer a un restaurante. «Según cobro -añade- reparto para todo el mes. Llevo una vida muy austera».
Su vecina, Caty Malpica se quedó viuda hace nueve años. A punto de cumplir los 79, uno de sus mayores temores son los imprevistos. Esos que hacen que su economía doméstica entre en números rojos. «Te viene un recibo extra como la tasa de la basura, que son 27 euros y ya no sabes qué hacer. Es una pena lo que están haciendo con nosotros». Las compras diarias también requieren de mucha imaginación y poco capricho. «Si te apetece comer otra cosa -explica- pero la pescadilla está a buen precio, compras pescadilla». Sin embargo, su mayor dolor viene con los detalles de la vida cotidiana. «Es muy triste que venga mi nieto y no pueda darle una moneda. A veces me apetece ir a tomar una merienda con mis amigas y lo voy postergando. Tengo que medir mucho lo que gasto».
La calefacción en la casa de Caty o de Menchu sólo está encendida por horas y en los lugares que ocupan habitualmente. «Hay que hacer muchos números, prohibirte de todo y capricho, ninguno», dicen casi a coro.
Los ahorros son de otras épocas y tiemblan cuando tienen que tirar de ellos, ya que son fondos que ahora, en la situación que están, son imposibles de reponer. Tampoco es plato de gusto tener que recurrir a los hijos. A pesar de que la crisis no les ha robado sus trabajos, ellos también tienen sus propias responsabilidades. «Me tengo que ver con la soga al cuello para pedirle algo a mis hijos», afirma María Isabel Fernández, la única de las tres que tiene la fortuna de compartir la vejez junto a su marido, que cobra una jubilación que no llega a los 800 euros.
Sin reconocimiento
A sus 80 años y pese a las estrecheces, María Isabel no pierde el buen humor. «He empezado a estudiar Economía pero todavía no la he aprobado. Todos los meses veo si me sobran cinco euros para tenerlos a favor el próximo mes», afirma riéndose.
Al igual que muchas mujeres, María Isabel se ha dedicado toda la vida a su familia y sobre todo al cuidado de su madre. Ahora en la vejez y con los ingresos muy limitados se lamenta de que su labor no tenga el reconocimiento del Estado. «Siempre le digo a mi marido que él podía descansar cuando llegaba el fin de semana. Yo no he tenido ni fines de semanas ni festivos», afirma esta mujer, cuyas palabras más que sonar a reproche claman por un reconocimiento justo y merecido.
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