Las reservas de las ONG se agotan
El esfuerzo que les está suponiendo su labor en favor de los más vulnerables las ha llevado a agotar sus recursos ya de por sí precarios
Adrián Mateos/Delegaciones ABC
La pandemia de Covid-19 se ha llevado por delante todo lo que se ha encontrado a su paso: la vida de miles de españoles y también los recursos básicos de millones de familias que se han visto abocadas al paro o en ... el mejor de los casos a un Expediente de Regulación Temporal de Empleo (ERTE). Desde mediados de marzo, la demanda de ayuda a las distintas organizaciones no gubernamentales se ha visto duplicada o incluso triplicada.
Siete meses después, las necesidades de las familias empiezan a hacer mella en la labor de estas organizaciones, cuyos recursos materiales y humanos comienzan a escasear, ya que en gran medida dependen de las aportaciones privadas. Desde hace meses, el tercer sector viene reclamando al Gobierno «garantías» para poder paliar los gastos que supone atender a más de seis millones de personas en situación de vulnerabilidad.
«Ya nos hemos gastado todo el presupuesto»
El teléfono del centro de distribución de alimentos (Disa) que abastece las parroquias de la izquierda de l’Eixample, en Barcelona, no deja de sonar desde marzo. Al otro lado de la línea hay potenciales usuarios (mayormente familias jóvenes sorprendidas por las estrecheces) y muchos trabajadores sociales que buscan desesperados alguien que llene las despensas de los más necesitados de una zona supuestamente acomodada de la Ciudad Condal. Según explica a ABC Núria -una de las responsables de la entidad eclesial-, esta es la tónica que surfean desde el principio de la pandemia. «Antes de la crisis sanitaria abastecíamos a 1.200 personas, principalmente ancianos solos, hoy llegamos a unas 2.000, casi todos jóvenes y familias rotas por el paro y los ERTE sin cobrar», relata.
En el pequeño almacén de la calle Urgell el hormigueo es constante. Cuando no llegan camiones con ayuda (esta semana recibieron 15 toneladas de alimentos de la UE) son los vecinos y comerciantes locales que se acercan para ofrecer carne, verduras y otros productos de primera necesidad. «Eso y los voluntarios nos mantienen a flote, pero lo que vivimos desde hace meses es brutal, dramático», relata Núria. En el Disa reconocen que van faltos de algunos productos (lácteos, por ejemplo), y ya temen por la campaña de Navidad. «Este año nos da miedo llegar al 24 con los estantes vacíos», alerta Núria.
«No nos queremos ni plantear qué pasaría si no aumenta la ayuda y sigue creciendo la demanda»
El padre Nino, párroco de la cercana iglesia de San Eugenio I del Eixample y responsable de un comedor social ligado al Disa, comparte el desaliento. Él también ha notado cómo se ha disparado la demanda. Hacen turnos, pero si pusieran en línea recta a todos sus beneficiarios, la fila daría vueltas a la manzana. «Peor que en la crisis de 2008», confirma el religioso. El clérigo hace una promesa: «No nos queremos ni plantear qué pasaría si no aumenta la ayuda y sigue creciendo la demanda, ni lo queremos pensar, sería muy duro decir que no a alguien que pide. Haríamos lo que fuera antes de que eso pasara». «Ya nos hemos gastado todo el presupuesto de este año, todos los ahorros , ahora toca levantar el teléfono y pedir a quien sea», concluye Nino. Informa Miquel Vera (Barcelona)
«Acabamos de pagar 1.100 euros en leche y no tenemos más fondos»
El presupuesto con el que contaba el Banco de Alimentos de Ciudad Real para 2020 era de unos 20.000 euros, pero se lo ha gastado ya todo. «Acabo de pagar 1.100 euros en leche y no tenemos más fondos», afirma su presidente Segundo Alcázar, que, aparte de la compra de productos, tiene que hacer frente al pago de las nóminas de los dos trabajadores con los que cuenta -una administrativa y un mozo de almacén-, los gastos de luz, agua y algún imprevisto que surge. A su juicio, «como no cambie la cosa, a corto plazo llegará un momento en el que si se tensa tanto la cuerda, se romperá. El coronavirus, más allá de los problemas de salud, va a traer aparejada otra pandemia, que va a ser el hambre».
A las puertas de ese edificio, con 400 metros cuadrados dedicados a almacén, desde el principio de la pandemia se dan cita a diario una gran cantidad de demandantes que hacen una larga fila para pedir comida , la gran mayoría de ellos inmigrantes de diversas nacionalidades. Cerca de 8.000 familias de toda la provincia dependen del banco de alimentos.
«Ya tenían una mala situación antes del coronavirus, pero ahora la cosa se está agravando», cuenta Alcázar, quien señala que la frase que más se repite a las puertas de esta ONG es: «Yo puedo estar sin comer cinco días, pero mi niño no puede estar sin tomar leche ni ningún alimento ni un solo día». Informa Mariano Cebrián (Toledo).
«Ahora tenemos que movernos más para poder dar un plato de comida»
El Covid-19 ha puesto a la Asociación Ángeles Malagueños de la Noche ante uno de los momentos más complicados desde que hace 16 años empezaran a repartir comida a los más necesitados en unas casetas prefabricadas en el centro de la capital.
Con la crisis económica derivada de la pandemia de coronavirus han perdido buena parte de las donaciones que particulares y empresas aportaban habitualmente y con las que se llenaban las estanterías para dar de comer a las 500 personas que pasan cada día por sus instalaciones. «Sin nosotros esas criaturas no tendrían nada que echarse a la boca», explica a ABC su presidente, Antonio Meléndez, que prácticamente recorre a diario la capital y los pueblos de la provincia para recaudar la mayor cantidad de alimentos posible. «Ahora tenemos que movernos más para que la gente pueda tener un plato encima de la mesa», cuenta, «el otro día tuvimos que ir hasta Antequera a por unos sacos de patatas».
«Creemos que lo peor va a llegar a partir de noviembre. Va a ser horroroso»
Desde su fundación, la asociación no ha tenido nunca ningún tipo de subvención y tampoco reciben productos del Banco de Alimentos, por lo que tienen que recaudarlos por sus propios medios. Según su presidente, por el momento no temen quedarse sin existencias porque están «al pie del cañón» y «sigue habiendo gente que colabora desinteresadamente» . Incluso han recibido palets de comida por parte del Ayuntamiento de Málaga. «Creemos que lo peor va a llegar a partir de noviembre. Va a ser horroroso», lamenta Meléndez, a quién le preocupa especialmente el día de Navidad, fecha en la que han llegado a atender otros años a más de 2.000 personas, ofreciéndoles en la medida de sus posibilidades «una cena digna».
Actualmente, por motivos sanitarios, mantienen cerrado su comedor, con capacidad para 120 personas, y reparten desayunos, comidas y cenas desde la puerta, donde las colas no cesan. «Cada vez vendrán más. Nos estamos encontrando gente afectada directamente por la pandemia, que se ha quedado sin trabajo o sin prestaciones, y que de la noche a la mañana se han encontrado en una situación muy delicada», sostiene.
El Covid-19 no solo ha afectado a las reservas de esta asociación, sino también a los voluntarios que cada día buscaban un hueco para echar una mano. Muchos de ellos son personas mayores con miedo a contagiarse y han optado por quedarse en casa. De hecho, según explica Meléndez, el 60 por ciento de quienes están colaborando ahora mismo son personas necesitadas. «Nos piden ayuda, pero además se ofrecen a colaborar».
Para poder afrontar la oleada de peticiones de ayuda que esperan en otoño necesitan embutidos para los bocadillos, leche, aceite, y todo tipo de alimentos no perecederos. «La cadena siempre se rompe por el eslabón más débil . Si algo nos ha enseñado esta pandemia es que «en el momento menos pensado todos podemos vernos sin nada y en la calle». Informa Pablo Marinetto (Málaga).
«No podemos hacer Operaciones Kilo, pero la demanda cada vez es mayor»
«La situación está siendo tremendamente complicada porque ya no podemos hacer Operaciones Kilo, pero la demanda de alimentos cada vez es mayor», lamenta Conchi Rey, presidenta del Banco de Alimentos Rías Altas, de Galicia. Su labor es conseguir que las familias que lo soliciten tengan todos los recursos necesarios para la subsistencia, pero la pandemia ha agravado su situación.
«Es evidente que ahora mismo sí estamos en una situación de desabastecimiento», reconoce la presidenta a ABC. «Al verse reducidas las recogidas nos hemos visto en la obligación de pedir dinero», apunta. «Los voluntarios que lo deseen aún pueden preparar una compra y traérnosla, pero muchas veces para ellos es más sencillo hacer la donación monetaria», sostiene.
Lo cierto es que a pesar de la pandemia, los voluntarios están reaccionando bien a las peticiones, tanto de alimentos como monetarias, pero la situación está lejos de ser la idílica: «Ahora requerimos sobre todo leche, galletas, arroz… Productos básicos», reconoce Rey. «Antes pedíamos también chocolate para los niños, por ejemplo, pero esta situación obliga a que tengamos que ir a lo esencial», sostiene. «Está siendo muy complicado, y me temo, ojalá equivocarme, que la situación seguirá así un tiempo más», confiesa Pita. Informa Estefanía Domingo (Santiago de Compostela).
«Tenemos más demanda de la que podemos atender»
Como en otros muchos casos, la pandemia ha multiplicado las peticiones de ayuda que recibe Red Incola en Valladolid, una organización no gubernamental formada por ocho instituciones religiosas que tradicionalmente se ha dedicado a la atención a los migrantes, pero que ahora ayuda a todos los colectivos vulnerables. En concreto, los beneficiarios de su reparto de alimentos se han duplicado y llegan ya a unas 200 personas.
Aún disponen de alimentos para repartir entre sus beneficiarios, aunque sus almacenes, antes siempre llenos de existencias gracias, sobre todo, a las donaciones, se nutren ahora de lo que adquieren con recursos propios. En lo que sí hay escasez es en los productos de higiene, que también son fundamentales para las familias que ahora atraviesan dificultades, y también les gustaría poder repartir mascarillas, pero por ahora no es posible. Uno de los problemas a los que hacen frente y que más se ha incrementado durante la pandemia es el de la vivienda. Red Incola dispone de pisos de acogida, pero actualmente están todos completos, mientras la demanda sigue creciendo por la imposibilidad de muchas familias de pagar el alquiler al haber perdido el trabajo durante la crisis sanitaria.
«En lo que estamos al límite es en los recursos humanos para poder atender toda la demanda y hacerlo con calidad», relata María Luisa San Martín, responsable del área de reparto de productos de primera necesidad de la organización. Y es que su actuación va más allá de aportar alimentos, sino que se hace un «acompañamiento integral» para conseguir que las familias puedan salir completamente del bache. Por ello, se centran también en la formación y el empleo, uno de los servicios más solicitados durante los últimos meses.
«Atendemos con cita previa para poder mantener las medidas de seguridad y el lunes, sólo de 9 a 10 de la mañana, ya se llenan las citas de toda la semana», explica sobre cómo ha cambiado la forma de trabajar en estos organismos, Silvia Arribas, miembro también de la organización .
«Tenemos más demanda de la que podemos atender. El personal también se está quedando corto para todas las peticiones que llegan», asegura. Red Incola ayuda también con becas escolares y durante los meses de confinamiento aportó dispositivos electrónicos a las personas que lo necesitaron para las tareas escolares. «Nos pedían también acceso a internet, ampliar los datos para el móvil, pero no pudimos llegar a todos», lamenta. Informa Miriam Antolín (Valladolid).
«Tenemos que jugar un poco al tretis»
Sobre las cuatro de la tarde del viernes, poco más de una hora después de que Marco Antonio Fernández y su equipo de voluntarios levantaran la persiana, por la calle bilbaína de Zumaia habían pasado ya 128 familias, bien en grupo o de forma individual, para recoger su paquete con alimentos. «Hoy vendrán 70 u 80 más», calcula el responsable de la delegación de la Fundación Adra en la capital vizcaína, que lamenta que la demanda de comida ha crecido de forma exponencial a raíz de la crisis del coronavirus. Una situación que ha forzado a los miembros de esta red de ayuda humanitaria a redoblar sus esfuerzos para atender a los necesitados, aunque para ello han tenido que «jugar un poco al tetris» en más de una ocasión.
«Lo que nos dan para todo el mes, a veces se nos ha acabado a mitad de camino», señala Fernández, quien resalta que en días concretos han llegado a recibir hasta tres centenares de familias en situación de necesidad. El suyo no es un caso excepcional. Desbordado, el Banco de Alimentos de Vizcaya ya requirió la colaboración de los vecinos del territorio tras el inicio de la pandemia para poder continuar con su labor. Esa incertidumbre se ha visto especialmente reflejada en las organizaciones más pequeñas, que batallan para cubrir una demanda disparada.
El responsable de Adra en Bilbao, que desde hace tres años reparte alimentos y ropa junto a otros voluntarios en el barrio de Zurbaran, uno de los menos pudientes de la Villa, celebra sin embargo que hasta la fecha han logrado «sobrellevar» la situación con cierta solvencia. Porque a la comida que les envían habitualmente supermercados, Mercabilbao y el Banco de Alimentos de Basauri (Vizcaya) se suman suministros «circunstanciales», como los que llegan desde el sector hostelero. «Suelen ser productos que no van a vender dentro de las fechas de caducidad, como las pastitas que te ponen con el café, o dosis de mermelada o mantequilla del desayuno», explica Fernández.
En otras ocasiones, reciben el aviso de la llegada de camiones con mercancías cuyo plazo de consumo preferente está cerca de vencer. «Tenemos una colaboración muy estrecha con el banco de alimentos , y en cuanto hay excedentes nos llaman —afirma—. “Oye, que vas a recibir un cargamento de leche que caduca en cuatro días”. Vamos tirando».
La «oferta» de esta organización varía en función de la jornada, aunque suele haber fruta, yogures, pan y algunos dulces. En las cajas que repartían el pasado viernes había también empanadillas y rosquillas. Fernández, quien subraya el hecho de que su organización ofrece comida a todos los ciudadanos sin necesidad de que estén empadronados, asume que la comida que pueden dar «no salva el mes». «Te soluciona alguna cena, para salir del paso», destaca. No obstante, pone de relieve la necesidad de continuar prestando todo el apoyo posible a personas que atraviesan «una situación traumática». «Lo seguiremos haciendo con mucho cariño», sentencia. Informa Adrián Mateos (Bilbao).
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