EN CUARENTENA
Hic
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Me comentaba un amigo la agridulce sensación de estar al lado de la Virgen en un besamanos, de pie con el pañuelo , testigo mudo e invisible porque en ese momento sólo hay ojos para Ella, de la angustia de los que la visitan ... buscando un poquito de esperanza. Lo que para todos es un privilegio, sólo para aquellos agraciados por el rayo del espíritu se torna en tarea ardua, casi inasequible .
No debe ser fácil, no, recibir a los abandonados, los enfermos, los pobres de espíritu, los calumniados o los azotados por la enfermedad, los malos tratos o la muerte irracional de un ser querido, y mostrarles las manos de la Madre, expectantes y oferentes. No debe ser fácil, no, contemplar en primera persona las lágrimas, los reproches, la pena y el desaliento , como los de esa madre con un hijo postrado en una silla de ruedas por un ictus traicionero, o el de la pobre señora que habla con la Virgen como si fuera su vecina y le pide, al fin y al cabo, sólo un poquito de tranquilidad.
¡Cuánta ternura recogida en ese pañuelito! Porque, quién si no la Virgen sabe de sufrimiento máximo. Quién si no Ella nos da una lección infinita de Amor incondicional, de entrega y sufrimiento máximos , aceptados porque Dios así lo quiere. Porque no hay resignación en su mirada, sino la completa clarividencia de que todos, hasta su propia Madre, vivimos en las todopoderosas manos del Señor.
En Nazareth, la basílica de la Anunciación guarda entre sus imponentes muros unos pequeños arcos cuyos sillares conforman los restos de una casa judía donde Miriam, la que sería la esposa de José, recibe a un ángel del Señor, y en el primer Ángelus de la historia acepta lo que Dios tiene preparado para Ella. La grandeza infinita de su gesto, entre esos pobres muros de piedra, nos conduce directamente a su mensaje: abandonarnos en las manos del Padre y alimentarnos de su palabra es lo que nos da Vida.
Y así, esa Vida que no se queda aprisionada en los pliegues de un pañuelo blanco de lino sino que se derrama como agua en el corazón de los que contemplan a la Virgen, nos seca el rostro adormecido, nos cura la pena, nos consuela y nos espera. Y no sé si será cierto, pero parece que la tarea del amigo ya pesa menos sobre sus hombros. “Verbum Caro Hic Factum est” . ¡Dichosos! ¡Habita entre nosotros!
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