La Estrella Sublime

Por el barrio a mediodía hay ya nazarenos que van y vienen a las tabernas. Llega a la puerta ojival un hombre muy bien vestido y encoloniado. Lleva chaqueta, chalequillo y se le nota el brillo de la cadena de un reloj colgado de la americana. Se llama Juan Manuel Rodríguez Ojeda. Como a todos los artistas le gusta que le halaguen. «Qué bonito lo has hecho Juan Manuel», «Adiós artista, que la Virgen te conserve esas manos...» En este 1925 Juan Manuel está ya consagrado como el hombre que ha revolucionado la estética de la Semana Santa. Se mueve entre San Gil y San Julián. Cuando se enemista en un sitio se va al otro y viceversa. Este año le ha hecho a la Hiniesta un palio de terciopelo inacabado. Le va a poner los bordados que llevaba el primero que le hizo en tela de raso. Para este año la ha vestido muy bonita.

Poco antes de las cinco de la tarde la gente se agolpa en la puerta de la parroquia. Sale la cofradía. Delante de la banda, un hombre, Manuel López Farfán levanta la mano. Cuando la Hiniesta traspasa la ojiva comienzan a escucharse las notas de una marcha que le ha encargado el joven Camero. Le ha puesto Estrella Sublime. El público, acostumbrado a músicas de funeral atiende asombrado. Esas notas sí que reflejan este momento: el barrio, la alegría, los niños, la gente, el olor a colonia y una nueva Semana Santa que acaba de comenzar.