Arroceros en peligro de extinción: ya son dos campañas completas sin poder sembrar en Sevilla
Los arroceros de Sevilla llevan desde el año 2020 sin poder sembrar la totalidad de las 37.000 hectáreas del arrozal del Bajo Guadalquivir
La alarmante situación significa la pérdida de más de 5.000 puestos de trabajo y una facturación anual de 730 millones de euros.
La sequía sí siembra en el territorio narco sevillano
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Los tractores están en la ciudad porque, entre otras calamidades, no hay arrozales que fanguear. Las lluvias, demasiado escasas para la exigencia, no han servido para humedecer sus características láminas invernales. El horizonte de la marisma es un infinito erial tan herido y agrietado ... como las manos de sus agricultores. Todo son terrones en este estertor de los arroceros sevillanos, con los supermercados y los consumidores ajenos a su agonía: hay tanta producción almacenada como puertas abiertas a la importación de los mercados asiáticos y africanos. «A nosotros nos ponen las manos en el cuello mientras que a ellos se las levantan», dicen los hastiados agricultores.
Las plagas de pulgones, el precio del gasoil o la falta de mano de obra han pasado a un segundo plano. Falta agua, que es la esencia de la vida. Y eso hará que esta primavera no se levanten, por segundo año consecutivo, las trampillas de las bocas de riego en el mayor arrozal de todo el territorio español. Sólo en el Bajo Guadalquivir se producen (o producían) 330.000 toneladas de arroz al año, con una facturación de más de 700 millones de euros y más de 5.000 puestos de trabajo. Se ha parado la corona y el piñón de su engranaje. Sin la inundación del arrozal no hay cangrejos que pescar, una industria que ya acude a comprar su materia prima a Portugal. Tampoco hay logística, ni transporte, ni transformación del producto, ni gastronomía.
Sólo se han sembrado algunas hectáreas para trabajar la tierra con otras variedades de cereales. Trigo, cebada, avena, habas y triticales para la comida de los pájaros. Hay otros frutos donde antes todo era arroz. Ellos fueron los primeros damnificados del paulatino descenso fluvial por ser los últimos de la Cuenca del Guadalquivir: la dotación ofrecida lleva cinco años siendo infinitamente menor que la requerida para la siembra. Entre 2019 y 2020 tuvieron que desechar más de 80.000 toneladas de arroz por el bajo nivel de la dotación de agua, insuficiente para taponar el alto índice de concentración salina. En 2021 sólo pudieron sembrar el cincuenta por ciento de la superficie existente y en 2022, que fue la última campaña de siembra, apenas llegaron al treinta por ciento. Y aunque aún es pronto para que la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir anuncie las respectivas dotaciones para el 2024, los arroceros, asomados sobre el nivel de la cuenca, ya intuyen que volverá a ser insuficiente.
Además de esta crisis hídrica, el sector arrocero padece la persecución de la Comisión Europea, con una Política Agraria Común (PAC) asfixiante y la prohibición de la mayor parte de materias activas con las que combatían malas hierbas y plagas. Un claro ejemplo está en el uso del triciclazol, fitosanitario con el que aplacan la principal enfermedad de sus cultivos, que a la vez que se lo prohíben a nuestros arroceros se le sube el índice de tolerancia para la importación de países asiáticos. Agravado aún más por la iniciativa 'Todo Menos Armas', a través de la cual la Unión Europea permite el acceso libre de aranceles y sin restricciones cuantitativas a las importaciones de todos los productos (excepto armas y municiones) procedentes de los países menos avanzados.
La última reforma de la PAC (Política Agraria Común) ha sido la puntilla de muchos pequeños arroceros. «Nadie se puede hacer una idea del nivel de exigencia al que estamos llegando», explica Eduardo Vera, director gerente de la Federación de Arroceros de Sevilla. «Una persona que tenga poco más de diez hectáreas no puede sembrar lo que quiera, sino que se tiene que someter a lo que ordene la Unión Europea: si no llega a quince hectáreas, tiene que hacer obligatoriamente un diez por ciento de leguminosas y dejar hasta un siete por ciento de barbecho; tienen que diversificar a dos tipos de cultivo, sin que el principal supere el 75 por ciento de la totalidad de la superficie; y para recibir ayudas deben tener el 25 por ciento de los ingresos totales de su vida provenientes de este sector. Ese último requisito es imposible en la actualidad, cuando la agricultura es cada vez más difícil como medio para subsistir».
La última reforma de la PAC (período 2023-2027) es «demasiado compleja» para los pequeños agricultores. Entidades como la Federación de Arroceros de Sevilla son la única alternativa que tienen para la gestión de las subvenciones europeas. En un mismo año hay pequeños arroceros que reciben hasta diez incidencias, principalmente de imágenes del satélite Sentinel que detecta posibles anomalías. «Si en el mes de mayo, con el arroz sembrado, la imagen aparece de color marrón en lugar del verde habitual, salta una incidencia, por mucho que todos sepamos que aquí estamos desde hace cinco años en una sequía», señala Eduardo Vera.
Explican que esta situación es especialmente difícil para los agricultores más longevos: «Tienen que ir a su tabla de arroz con una aplicación oficial en su teléfono móvil, tener suerte de encontrar cobertura y demostrar con una imagen geolocalizada que todo está correcto». Además, llevan años sufriendo las carencias por los diferentes planes hidrológicos que nunca llegaron a materializarse. Piden nuevas infraestructuras para acaparar agua, conducirla y almacenarla para periodos de escasez.
Además, el daño medioambiental también empieza a notarse con la desaparición del grueso de aves acuáticas que habitualmente se refugiaban en esta zona. Algunos patos quedan por los riachuelos y un pequeño número de flamencos han ido a parar a las únicas tablas de arroz que se han sembrado junto a la emblemática Venta el Cruce, alimentadas exclusivamente de agua de pozo: «Es muy curioso porque vienen a pasar el día a esta zona y después se van a dormir a Fuente de la Piedra (Málaga). Es un pequeño grupo que tienen esa costumbre, pero la gran mayoría han desaparecido. Llevamos cinco años notando el descenso de la avifauna. Por aquí pasaban más de 120 especies todos los años, aunque cada vez es más complicado atraerlas. Todo esto es lo que está consiguiendo las nuevas exigencias a nivel agronómico y medioambiental de Europa, que paradójicamente parecen ir contra el agricultor y contra el medioambiente», lamenta Eduardo Vera.
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