Una historia de sevilla
Cuando Sevilla fue incendiada: la Spal cartaginesa
Tras la caída de Tiro a mediados del siglo VI a. C., Sevilla pasó a formar parte del ámbito de Cartago, herederos directos del dominio fenicio en el Mediterráneo

La ciudad permaneció bajo la esfera cartaginesa hasta la llegada de los romanos a la península, y aunque los púnicos dejaron escasas huellas materiales en Sevilla, conservamos un vestigio tan sorprendente como revelador: las huellas de un incendio en la ciudad, ... posiblemente causado por una sublevación sevillana contra el dominio militar de Cartago.
La época cartaginesa en Sevilla sigue siendo, aún hoy, una gran desconocida. La falta de huellas materiales en la ciudad y la destrucción total de Cartago en el 146 a. C. (el célebre «Cartago delenda est» de Catón) borraron buena parte de la memoria documental y material de aquella civilización. Pero, ¿quiénes fueron realmente los cartagineses? ¿Por qué Sevilla estuvo bajo su dominio? ¿Y qué legado, aunque tenue, nos dejaron?
La fundación de Cartago y la leyenda de la mítica reina Dido
Cuenta la leyenda que la gran ciudad de Cartago nació de un acto de ingenio digno de una epopeya. En el siglo IX a. C., una princesa fenicia llamada Elisa, conocida en la tradición como Dido, huía de Tiro tras el asesinato de su esposo a manos de su propio hermano, el rey Pigmalión. Con un pequeño grupo de fieles y cargada de tesoros, Dido navegó hacia el oeste del Mediterráneo en busca de un nuevo comienzo.
Al llegar a las costas del actual Túnez, pidió al jefe local tanta tierra como pudiera abarcar con la piel de un buey. Con astucia admirable, Dido cortó la piel en finísimas tiras, rodeó un amplio terreno y fundó allí Qart Hadasht, la «Ciudad Nueva», la futura Cartago.
Dido se convirtió en símbolo de inteligencia, resistencia y tragedia. Según la Eneida de Virgilio, se enamoró de Eneas, quien la abandonó para fundar Roma. Desesperada, Dido se suicidó maldiciendo a los romanos, anticipando siglos de rivalidad y guerras.
Así lo cantaba Virgilio en su Eneida:
«Se van por el mar las riquezas del avaro Pigmalion;
una mujer dirige la empresa.
Llegaron a estos lugares, donde ahora ves enormes murallas
y nace el alcazar de una joven Carthago,
y compraron el suelo, que por esto llamaron Birsa,
cuanto pudieron rodear con una piel de toro…»
Más allá del mito, la historia confirma que Cartago fue fundada hacia el 814 a. C. por colonos fenicios procedentes de Tiro, en un punto estratégico para el comercio. Su bahía natural y su fácil defensa hicieron de Cartago un puerto privilegiado para el intercambio con África, Sicilia, Cerdeña y la península ibérica.
Pronto Cartago superó a otras colonias fenicias y se convirtió en la gran potencia naval y comercial del Mediterráneo occidental. Su modelo de expansión no se basó solo en conquistas militares, sino en una tupida red de factorías, alianzas con élites locales y bases portuarias. A través de estos asentamientos, Cartago controló rutas metalíferas, agrícolas y ganaderas, consolidando un imperio económico que abarcaba desde el sur de la península ibérica hasta las Islas Baleares y Cerdeña.
Así comenzó la historia de Cartago: una urbe que desde sus orígenes combinó el comercio y la diplomacia con un poderoso instinto imperial, extendiendo su influencia a lo largo de las costas ibéricas y, muy especialmente, al sur peninsular.

La Sevilla cartaginesa: cuando la ciudad se consumió en llamas
Tras la caída de Tiro a mediados del siglo VI a. C., Sevilla pasó a depender de Cartago, herederos directos del dominio fenicio en el Mediterráneo. Los restos arqueológicos confirman que el actual casco urbano estuvo ocupado desde el siglo VII a. C., cuando llegaron los primeros comerciantes fenicios y transformaron la antigua Ispal en un pequeño emporio fluvial gracias a su posición estratégica en el Guadalquivir.
Durante el siglo VI a. C. se documenta un momento de crisis: disminuyen los materiales y aparecen niveles de incendio en distintos puntos excavados, algo que algunos autores relacionan con el inicio de la presión púnica y la entrada de contingentes cartagineses en la región. A partir del siglo V a. C., Sevilla se recupera y pasa a integrarse plenamente en la órbita púnica, funcionando como puerto interior y punto de redistribución de mercancías hacia el interior peninsular.
En esta estructura comercial, Cádiz (Gadir) jugó un papel central como gran metrópoli púnica del sur peninsular. Desde allí se organizaba la llegada de productos africanos, salazones y vinos que subían hasta Sevilla, donde se almacenaban o redistribuían río arriba. Gadir, mucho más grande y poderosa, actuaba como puerto madre y auténtico centro político y comercial del «Círculo del Estrecho», mientras Sevilla servía como puerto complementario y base secundaria de apoyo.
Pocas excavaciones urbanas en Sevilla han sacado a la luz huellas materiales de época turdetana-púnica —Cuesta del Rosario (1944), San Isidoro 21 (1985), Argote de Molina 7 (1985-86) y Mármoles nº 9 (1988)—. En Argote de Molina se hallaron fragmentos de viviendas modestas: muros con zócalos de piedra y alzados de adobe o tapial, hogares sencillos y suelos ennegrecidos por el fuego. Estas casas, prácticas y austeras, reflejan el carácter doméstico y funcional de aquella Sevilla turdetano-púnica, vinculada al comercio fluvial y a la actividad agrícola.
Pero lo más interesante es otro dato, trágico y la vez revelador: estas cuatro excavaciones han sacado a la luz un claro nivel de incendio y destrucción en todas ellas, constatando un episodio violento generalizado que afectó a la ciudad a finales de la época turdetano-cartaginesa.
En Argote de Molina, en pleno corazón histórico, se identificó un potente estrato quemado, datado entre finales del siglo III y comienzos del II a. C., coincidiendo con las tensiones de la Segunda Guerra Púnica. En este nivel aparecieron abundante cerámica ibérica y púnica calcinada, muros de adobe y estructuras domésticas colapsadas, además de cenizas y material constructivo arrasado. Todo apunta a un incendio de gran magnitud que destruyó viviendas y alteró la trama urbana.
El desaparecido profesor Antonio Blanco Freijeiro interpretó el nivel de incendio hallado en Cuesta del Rosario como resultado de la represión cartaginesa frente a un posible levantamiento turdetano en el 216 a. C., hipótesis que hoy se refuerza con las evidencias de Argote de Molina y el resto del casco urbano.
Sevilla quedó así marcada para siempre: una ciudad que, antes de romanizarse, ya participaba en redes comerciales mediterráneas, conectada con la gran Gadir, y que todo apunta conoció de primera mano la dureza de la política cartaginesa, posiblemente porque ya se comenzaba a inclinar hacia Roma.

Los sarcófagos de Cádiz: el hallazgo del siglo
Mientras Sevilla guardaba apenas unas huellas dispersas de la presencia púnica, Cádiz (la antigua Gadir) se consolidaba como el gran bastión cartaginés en la Península. Allí, la herencia fenicia no solo se mantuvo, sino que se amplificó hasta convertirse en la mayor expresión del mundo púnico en Occidente.
El testimonio más espectacular de esa grandeza son los sarcófagos antropoides de Cádiz, considerados la joya púnica más importante de Europa occidental. Descubiertos de manera fortuita a finales del siglo XIX y a principios de los años ochenta del siglo XX, estos sarcófagos de mármol blanco representan figuras humanas con rasgos estilizados y detalles orientales.
El primero, hallado en 1887 en el barrio de San Severiano, corresponde probablemente a un personaje masculino. Su descubrimiento marcó un hito en la arqueología peninsular al demostrar el altísimo nivel económico y cultural que alcanzó Gadir. El segundo, hallado en 1980, resulta aún más sorprendente: representa a una figura femenina y destaca por la delicadeza de sus facciones, el tocado y el trabajo detallado en el vestido.
Estas piezas, inspiradas en modelos egipcios y fenicio-orientales, son únicas en la Península Ibérica y revelan la profunda conexión de Cádiz con el Mediterráneo oriental. Su mera existencia demuestra la presencia de una élite gaditana poderosa, capaz de encargar o importar obras de tal envergadura y de perpetuar sus rituales funerarios al más puro estilo púnico.
Hoy se pueden admirar en el Museo de Cádiz, donde siguen impresionando a historiadores y visitantes por igual. Los sarcófagos no son solo símbolos de la opulencia antigua de Gadir, sino también ventanas abiertas a un mundo de creencias, comercio y refinamiento que Sevilla, a pesar de su cercanía, no llegó a compartir de manera tan monumental.
Lo más sorprendente es que, tras más de un siglo, estos sarcófagos aún guardaban secretos. Un estudio reciente liderado por la profesora Ana María Niveau de Villedary (Universidad de Cádiz) y la antropóloga Milagros Macías demostró que el esqueleto hallado en el interior del sarcófago considerado femenino, descubierto en 1980, no pertenecía a una mujer, sino a un hombre robusto de entre 45 y 50 años. Los análisis óseos, realizados mediante inspección macroscópica y oseometría (medición de pelvis y cráneo), revelaron un individuo fuerte, de entre 1,68 y 1,72 metros de altura, con marcadas inserciones musculares y lesiones propias de un deportista, posiblemente vinculado al uso de la honda.
Este hallazgo añade una nueva dimensión a la historia de los sarcófagos gaditanos: incluso después de dos milenios, siguen sorprendiéndonos y obligándonos a reinterpretar la vida y la muerte en la Gadir púnica.
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El fin de la Sevilla cartaginesa
Mientras Cartago consolidaba su poder en el sur peninsular, en el Mediterráneo estallaba el primer gran conflicto entre dos colosos: Cartago y Roma. La Primera Guerra Púnica (264-241 a. C.) tuvo como escenario principal la isla de Sicilia, donde Roma dio sus primeros pasos para dominar el mar y desafiar a la gran potencia naval del mundo occidental.
Tras la derrota cartaginesa en Sicilia, el pulso por el control del Mediterráneo no terminó ahí. Obligada a pagar enormes indemnizaciones, Cartago puso sus ojos en Hispania para explotar sus minas, sus cosechas y rehacer su poderío militar. Fue entonces cuando figuras como Amílcar Barca y, más tarde, su hijo Aníbal, reforzaron la presencia púnica en la península, reclutando mercenarios, fundando nuevas bases y asegurando recursos estratégicos.
Ciudades como Gadir (actual Cádiz), Carmo (actual Carmona) o Spal (Sevilla) quedaron integradas en esta red púnica, cada una desempeñando un papel clave en el control del territorio y en el abastecimiento agrícola y comercial. La gran capital del dominio cartaginés en Hispania fue Qart Hadasht (Cartagonova, la actual Cartagena), fundada por Asdrúbal el Bello en el 227 a. C., que actuaba como centro político, militar y logístico para toda la península.
Sin embargo, Roma no tardó en fijar su mirada hacia el sur. La llegada de los Escipiones, primero Cneo y luego Publio Cornelio, marcó el inicio del fin para el dominio púnico en Hispania y el principio de una nueva etapa que transformaría para siempre el valle del Guadalquivir.
La Sevilla turdetano-púnica, que había prosperado bajo la protección de Gadir y su intenso comercio mediterráneo, quedó atrapada en medio de esta guerra titánica. Su gran incendio, documentado arqueológicamente, se convierte así en el preludio de un cambio irreversible, la antesala de su definitiva romanización.
Finalmente, llegaría el ejército romano al sur peninsular tras conquistar Cartagonova (209 a. C) y derrotaría a los cartagineses en la batalla de Baecula (208 a. C), en la actual Jaén. Poco después, en los alrededores de la Sevilla cartaginesa, se libraría la decisiva batalla de Ilipa (206 a. C), una victoria que selló el destino de Hispania y que, en cierto modo, sigue explicando quiénes somos hoy.

Pero esa es otra historia que contaremos más adelante.
*Agradecimientos a Óscar Ramírez, arqueólogo conservador de la Gerencia de Urbanismo del Ayuntamiento de Sevilla, por su colaboración en el aporte de documentación arqueológica para este artículo.
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