TRIBUNA ABIERTA

Un largo aplauso

La inacabable ovación a la Princesa de Asturias en el Congreso fue la manifestación de un sentimiento y una esperanza compartidos: la Corona como baluarte de las libertades y hermosa encarnación de España, la convicción de que cuando las cosas vengan mal dadas el Rey volverá a ser el desfibrilador moral de la nación

Emilio Lara

Entonces, ir al cine tenía algo de rito. A veces, delante de la taquilla se formaban largas filas para sacar la entrada mientras la gente observaba el cartel de la película y los afiches de los fotogramas expuestos tras las vitrinas. Muchos cines tenían algo ... de palaciego por su amplitud, suntuosidad y unos pesados telones que se descorrían para mostrar una pantalla oceánica. Me gustaba sentarme en primera fila del anfiteatro, en el gallinero, porque era más barato, pero sobre todo, porque acodado en el grueso antepecho de madera tenía la la sensación de ser el grumete de un navío de línea. Si la película gustaba mucho, al final, los espectadores rompían a aplaudir de manera espontánea, con una gratitud donde afloraba la emoción contenida durante la proyección. A pesar del tiempo transcurrido, como no me da vergüenza, en ocasiones aplaudo cuando salen los títulos de crédito, y sonrío cuando se me adelanta alguien al batir palmas.

En cuanto la Princesa de Asturias terminó de jurar la Constitución, las Cortes Generales estallaron en un largo aplauso propio de los dedicados a los grandes cantantes de ópera. Sus señorías, representantes institucionales e invitados tocaron las palmas hasta enrojecer, conscientes de estar asistiendo en el Congreso de los Diputados a una superproducción en vivo. La Princesa, con traje de chaqueta blanco y peinada con cola de caballo, tenía la belleza y el glamour de Grace Kelly en cualquiera de sus películas, con la diferencia de que Leonor no representaba el papel de un personaje, sino que cumplía con el guion que la vida le marcaba. Nunca un aplauso espontáneo fue secundado por tanta gente corriente, que allí donde vio la retransmisión del acto, contemplaba la pantalla con una emoción que trepaba por la garganta y emborronaba los ojos.

Como en las Cortes se había limpiado la era y la minoría de quienes abominan de España y sólo pretenden saquearla y desguazarla no estaba presente, el inacabable aplauso fue la manifestación de un sentimiento y una esperanza compartidos: la Corona como baluarte de las libertades y hermosa encarnación de España, la convicción de que cuando las cosas vengan mal dadas el Rey volverá a ser el desfibrilador moral de la nación.

El día de la jura de la Constitución, Madrid empezaba por E. Las farolas de la ciudad amanecieron con las banderolas del escudo de la Princesa de Asturias y su foto, se repartieron miles de raciones de un dulce elaborado para la ocasión, la Comunidad le concedió a la Princesa su Medalla de Oro y la gente se echó a la calle para vitorear a los reyes y a sus hijas durante el trayecto en automóvil desde el Palacio Real hasta el Congreso de los Diputados. Fue una influencia beneficiosa de la serie 'The Crown', una ligera britanización de los ceremoniales reales hispanos, pues hasta ahora no se habían volcado tanto las administraciones municipales y autonómicas en festejar acontecimientos de la Corona. Incluso el Rey, al formular el brindis con champán, con esa mezcla tan suya de empaque y naturalidad, deseó larga vida y acierto a la Princesa de Asturias, algo que parecía propio de una obra de Shakespeare interpretada por sir Laurence Olivier.

La andaluza Rocío Jurado, con su exuberancia contenida, cantaba «como una ola tu amor llegó a mi vida, como una ola de fuerza desmedida, sentí en mis labios tus labios de amapola, como una ola», canción que, como muchas otras, la gente hizo suya por su poética potencia emocional.

Una epopeya, una obra artística o una persona alcanzan el éxito perdurable cuando son aceptadas popularmente, cuando la gente las hace suyas por identificarse con lo que significan. Una ola de entusiasmo es lo que ha provocado una Leonor de Borbón que funde ética y estética, que cuando pronuncia un discurso suma hondura a la hermosura, y que por impecable resulta implacable en lo que simboliza: la continuidad histórica de la nación española. Se intuye en ella un carisma tranquilo, una determinación en construcción, y la inteligencia natural de quienes asumen lo mejor de sus mayores para acompasarlo con su pensamiento en el tiempo que les toca vivir. Por todo ello, ver y escuchar a la Princesa desquicia a los separatistas y a los defensores de ideologías zarrapastrosas, mientras que tranquiliza y enardece a la vez (como una banda sonora épica) a quienes sienten a España como hogar histórico y tierra de acogida.

Toda persona es producto de la biología, la educación y el ambiente. Por eso, aunque es innegable el ejemplo del Rey como figura referente, la aportación de la Reina es crucial en la enseñanza de su hija. El patente perfeccionismo de Doña Letizia en el desempeño de susobligaciones ha sido un recurrente motivo de crítica por parte de algunos periodistas del corazóndevenidos en resentidos, incapaces de valorar su idoneidad para criar a sus hijas en un felizambiente familiar, en la ética del trabajo responsable y en la conexión con gente de diversasprocedencias. Por lo cual no se me escapa que la Infanta Sofía, en quien intuyo un soporte emocional para su hermana, estará igualmente capacitada para cuanto haga, y además sin embeberse de la envidia que corroe a los miembros de muchas familias destinadas a romperse.

Uno de los intangibles de la monarquía constitucional es garantizar la permanencia de la nación que conocieron y amaron las generaciones anteriores. La Princesa desprende ese intangible —que se tiene o no, ni se compra ni se imposta—, al haber conectado su imagen con los mayores y los jóvenes, lo que refuerza el futuro de la Corona, pues tal y como sucedía en el pasado, cada reinado abre un tiempo nuevo. Todo esto explica el largo aplauso de cuatro minutos y las ovaciones tras su jura de la Carta Magna en el Congreso, tras su sometimiento al Derecho y a la soberanía nacional. Aquellas manos que repicaban exteriorizaban la alegría del porvenir y el desasosiego por el tiempo presente, la satisfacción por la joya de la Corona vestida de nieve y las ganas de no dejarse arrastrar por la desesperanza.

Mi tierra olivarera, donde las cuadrillas de aceituneros ya recogen la aceituna y las a lmazaras molturan aceite, está históricamente vinculada a la Corona, pues entre los cuantiosos títulos del monarca, figura el de Rey de Jaén. Además, la capital tiene un teatro de nombre Leonor, en honor de la Princesa. Y es que, si ser de Jaén es una forma reposada de sentirse español, ser andaluz es una forma luminosa de sentirse español.

SOBRE EL AUTOR
Emilio Lara

es escritor

Artículo solo para suscriptores
Tu suscripción al mejor periodismo
Anual
Un año por 15€
110€ 15€ Después de 1 año, 110€/año
Mensual
5 meses por 1€/mes
10'99€ 1€ Después de 5 meses, 10,99€/mes

Renovación a precio de tarifa vigente | Cancela cuando quieras

Ver comentarios