María Jesús Álava, psicóloga, elige... El Pardo: «El contacto con la naturaleza agudiza la inteligencia»
Sus raíces están en esta isla vegetal situada a pocos kilómetros de la capital. Crecer en plena naturaleza ha proporcionado a esta psicóloga inspiración constante que aplica en su labor profesional
María Jesús Álava, psicóloga, elige... El Pardo: «El contacto con la naturaleza agudiza la inteligencia»
El día de los Santos tiene un aspecto plomizo en El Pardo. El sol lucha por hacerse hueco entre los nubarrones grises. A pesar de ello, este distrito madrileño recibe a numerosos visitantes que a tan sólo quince kilómetros de la Puerta del Sol se ... sienten en plena naturaleza. Para la psicóloga María Jesús Álvarez este no es un sitio al que escaparse los fines de semana. Desde la verja de entrada al Palacio del Pardo nos señala las dependencias que quedan en la esquina. «Yo nací ahí un 24 de diciembre al filo de la media noche. Entonces era una casa particular de tres plantas». Dice que a su madre tantas escaleras, con cuatro niños subiendo y bajando, no le hacían mucha gracia y finalmente se trasladaron a uno de los pisos cercanos, en la orilla izquierda del río.
Se quedó con la casa de sus padres y fijó en ella su domicilio. «De mis tres hermanos, dos viven también en el Pardo. Tengo casa en Madrid, en Arturo Soria, pero este me parece un sitio privilegiado para vivir. Salgo pronto por la mañana y vuelvo tarde. Pero llegas aquí y hay una gran paz. No se escucha ningún ruido de noche, salvo el río y la fauna. Me compensa venir cada día. Además conoces a casi toda la gente».
Crecer en medio de la naturaleza deja huella. «La infancia que yo tuve aquí no tiene nada que ver con la que tienen los niños de hoy en día. Corríamos, estábamos en contacto con otros chavales... La inteligencia va muy unida al desarrollo motor. Creo que la naturaleza agudiza el ingenio y el razonamiento lógico».
Su cercanía en la niñez con los pinos, encinas, álamos, sauces y otras especies vegetales la han dejado una sensación de tranquilidad asociada a los árboles , que busca con frecuencia. «Para mí siempre han sido sinónimo de paz. Cuando he trabajado en cualquier sitio lo primero que miraba es si había árboles cerca. Y a ser posible procuraba que mi despacho tuviera una ventana desde donde se vieran. Donde estoy ahora, en Arturo Soria, una de las cosas que me decidió es que tenía enfrente un pequeño parque con unos árboles preciosos. Aunque cuando hicieron el metro me los quitaron, y no estoy muy contenta con eso».
Como muchas cosas en la vida, la asociación de los árboles con la tranquilidad se fraguó en la infancia: «Cuando era pequeña lo primero que hacía al levantarme era saludar a los árboles, que eran como mis súbditos, porque cuando eres pequeña te sientes como una princesa. Los veía tan altos, tan grandes, tan poderosos que me sentía muy protegida». Aunque por entonces todavía no había pensado en hacerse psicóloga, ya apuntaba maneras: «Les iba diciendo [a los árboles], tú no te juntes demasiado con el que tienes al lado porque no le vas a dejar crecer y otros consejos que se me iban ocurriendo».
Acostumbrados a su faceta de psicóloga, extraña oírla hablar y nombrar con tanta naturalidad peces, árboles, pájaros: «Siempre teníamos animales, y mis hermanos cogían mochuelos de los nidos de los árboles y los criábamos en casa , también comadrejas y hasta un zorro. Además del perro y un periquito, al que yo llamaba José Luis, que salía conmigo a la calle, sobre mi hombro, y no se iba». La compañía de sus tres hermanos varones condicionó sus juegos: «Bajábamos a jugar al río, que entonces cubría, y nos bañábamos. Y ahora lo miro en verano y es un hilillo. Aquí aprendimos a nadar y a pescar. Yo con un simple palo y un poco de masilla cogía muchas bogas, se me daba bien. También lucios. Había tantos que los cogías al robo, sin cebo. Pero los gobios, como eran pequeños, los devolvíamos al río», comenta divertida. También jugaba al fútbol: «Me ponían de portera. Estar con mis hermanos me permitía llegar a casa más tarde». La curiosidad incita a preguntar por qué no orientó su vocación hacia alguna carrera relacionada con el medio natural. «Pensé hacer Medicina, pero el día antes de hacer la Primera Comunión me fracturé una pierna y luego se complicó mucho por falta de una asistencia adecuada. Y les cogí cierta manía a los médicos. Pero durante la convalecencia tuve mucho tiempo para reflexionar». Un hábito que ya no ha abandonado -«quien no reflexiona no crece»-. «En COU decidí que sólo la Psicología puede lograr que una persona infeliz deje de serlo».
Equilibrio natural
Se define como una persona feliz, -«he encontrado un equilibrio emocional que me permite disfrutar cada instante de mi vida»-, paciente, observadora y cercana. Sostiene que la naturaleza nos equilibra emocionalmente, «es como si te quitara la tensión, la energía negativa que se genera con las prisas. Me gusta escuchar los sonidos de los pájaros , la brisa en los árboles, que habitualmente pasan desapercibidos. Con ellos te invade la paz y se va la hostilidad ». Una receta que hace extensiva a sus pacientes: «En crisis depresivas o de ansiedad les pedimos que salgan a caminar para equilibrarse y sentirse mejor física y emocionalmente».
Cuando prepara un libro, le gusta acercarse al río y para ello sólo tiene que bajar las escaleras: «Cierro los ojos y me dejo llevar. Suelen surgir ideas para el título o cómo lo voy a enfocar. Caminar también me sirve de inspiración. Hago senderismo con uno de mis hermanos, Josechu, casi todos los fines de semana. Hacemos entre 15 y 20 kilómetros. Y mientras camino hay ratos en que no me apetece hablar, solo escuchar mis pensamientos y sentir el contacto con la naturaleza».
En este día festivo, El Pardo huele a tierra mojada, con los matices de la vegetación cercana. «Me gusta especialmente por la mañana, con el rocío y la jara». Cuando se tiene la suerte de charlar con María Jesús Álava el tiempo pasa volando. «¿Qué hora es? Nunca llevo reloj», pregunta. Antes de irse comparte una última reflexión: «De pequeña era muy impaciente, pero observando los ritmos naturales aprendes que las cosas a veces llegan más tarde de lo que te gustaría, pero al fin llegan si sabes esperar».
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