Patricia Kraus: «La música me ha servido para ser más abierta y autoafirmarme en muchas cosas»
La cantante, que de pequeña se dormía en los camerinos que ocupaba su padre Alfredo, ahora da clases a sopranos y tenores y versiona canciones de Aretha Franklin o Nina Simone en «Divazz»
PILAR QUIJADA
Unas amenazadoras nubes oscuras se ciernen en el horizonte antes de comenzar un agradable paseo por el Área Natural del Lazarejo, con Patricia Kraus como guía de excepción. «Lloverá, pero aún aguanta», anuncia. Y comenta que a veces le ha pillado en su paseo matutino ... por esta zona un chaparrón, y no le ha quedado otra que correr, porque no hay sitios donde refugiarse.
Los embalses, con el agua rozando el 80% de su capacidad en pleno mes de julio, alimentan la tónica de tormentas vespertinas y días más frescos de lo habitual, como recoge el refranero: en verano, embalses llenos, preludio de tormentas y truenos. Esos caprichos meterológicos nos permiten pasear a mediodía, en pleno julio, sin calor, en animada charla. «Y con una luz muy buena para las fotografías», comenta Patricia a Ernesto, el fotógrafo, que está de acuerdo.
«Me encanta la naturaleza. Me siento muy salvaje en el interior»Entre sus muchas aficiones está también la de ver el mundo a través de un objetivo. Y habla de su vieja cámara mamiya, «que tenía una óptica muy suave. Ahora con las digitales todo es más sencillo y luego puedes trabajar en el ordenador con la foto. Es difícil que haya una que no esté retocada», y se enzarza en una interesante charla con Ernesto. «Me está dando una envidia tu cámara...», le dice riendo. Destaca las pequeñas reflex actuales, muy manejables y con muchas posibilidades. Se nota que le gusta y la curiosidad nos hace indagar en el tipo de fotografías que suele hacer: «Hice una serie de fotos de mercados españoles de los 80, que no tienen nada que ver con los actuales. Y otra de estaciones de tren antiguas, muy bonitas. Nunca las he expuesto porque siempre he estado con la música. Además no es lo mío, solo soy aficionada».
Entre foto y foto explica que conoció este sitio «por un amigo de su grupo de música electrónica Wax Beat. Vivía aquí y nos invitó a comer. Yo entonces estaba buscando casa en el centro de Madrid y cambié la zona por ésta. Las casas aquí tienen más espacio por menos dinero y en llegar a Madrid tardo 17 minutos, porque no tengo que ir en hora punta. Y si no quiero coger el coche tengo autobús y tren. Lo bueno de Madrid son los alrededores. Me hubiera ido más lejos, pero viajo con frecuencia y tengo que estar cerca del aeropuerto».
Lo único que echo en falta en Madrid es la playaAquí se siente ahora muy bien: «Las ciudades están para vivir en ellas hasta los treinta y tantos, es mi teoría. A partir de ahí empiezas a estar un poco incómodo, porque ya no sales tanto». Vivir fuera de la urbe, entre los vestigios de los antiguos encinares que la rodeaban antaño, le resulta más atrayente: «Me siento muy salvaje en el interior, me encanta la naturaleza y me siento muy conectada. Cuando estoy nerviosa y estresada me doy un paseo de dos o tres horas y se me pasa todo». Señala un bordillo, vestigio de antiguos planes, muy avanzados, de invadir este espacio natural con el ladrillo. Pero afortunadamente se paró a tiempo, comenta. Ahora sirven como «testigos» de la codicia humana, por los que campean a sus anchas «zorros y también jabalíes, que llegan incluso a las casas cercanas. Beben agua en la fuente de una de las rotondas de la carretera, y algún rayón incluso se ha ahogado. Tuvieron que cercar la zona para que no se salieran, pero no se pueden poner puertas al campo», comenta.
Aficiones
Le gusta montar a caballo y en bici, aunque practica poco últimamente, por una lesión en la espalda. «De pequeña mi sueño dorado era tener un caballo. Cuando tenía ocho años, mi padre fue a Argentina y estuvo a punto de comprarme uno. Pero le costaba más traerlo que lo que tenía que pagar por él. Y yo le decía que me lo comprase aquí, pero él no lo tenía claro porque era muy caprichosa y me gustaba todo: tenis, caballos, bici... era muy deportista», recuerda. Y explica que aprendió a montar en Inglaterra: «Mi padre nos llevaba en verano para aprender inglés. A mí me gustaba mucho montar y a cambio de limpiar los establos, me daban clases. Ahora monto poco, por la lesión de lumbares».
Recordar aquella época despierta otras memorias: «Vine con tres años a Madrid. Vivimos en la calle Miguel Ángel durante un tiempo. Y recuerdo que entonces, en lo que hoy es la Castellana, pasando el Bernabéu ya estabas en el campo... Me parece mentira ahora. También íbamos mucho a la casa de campo». Asegura que se siente muy madrileña, pero lo que echa en falta de vivir en la capital es la playa: «Siempre que puedo me voy a Canarias o a Cádiz. Necesito ver el mar tres o cuatro veces al año. En el futuro, cuando me retire, me gustaría vivir en un sitio con mar. Seis meses allí y otros seis en Madrid, como los alemanes, que van a Canarias en invierno». Sus raíces son canarias, nació en Milán y sus apellidos proceden de media Europa, pero Madrid le tira mucho: «Sus alrededores me encantan: la sierra norte y la sierra pobre, toda la sierra. Hay un cinturón alrededor de Madrid, de unos cien kilómetros, que es una maravilla. Me gusta mucho La Pedriza. Y también, ya fuera, la sierra de Gredos, aunque es menos conocida. Estuve hace poco en Yuste, que es impresionante, y voy mucho al Jerte. Todo lo que sea naturaleza me encanta».
Estar con Patricia y no hablar de música es imposible. Ahora está en plena gira de su último trabajo, «Divazz», en el que combina temas propios con versiones de Aretha Franklin, Etta James o Nina Simone. Su próxima actuación es en Oropesa, el próximo día 19. «En general me gusta la buena música, la auténtica, la que te transmite. La música me ha servido para viajar, para conocer a mucha gente, para ser una persona abierta, tolerante. Mi propia voz me ha servido para autoafirmarme en muchas cosas y creer en mí como cantante. La voz es muy emocional, transmite muchas cosas».
Recuerdos de la infancia
No siguió la tradición familiar ni la estela de su padre, Alfredo Kraus: «Mi padre tenía unos discos de ragtime y góspel, que me he quedado yo ahora, y me enamoré de esas voces. Me podía haber enamorado de la ópera y la música clásica, pero me impactó la música negra y decidí que era lo mío. Y no ha sido fácil. Todos los inicios son complicados, hasta que encuentras tu camino y te reafirmas, y cuando eres hijo de alguien famoso más aún». Pero está satisfecha del trabajo realizado. «He tenido que trabajar mucho para tener la voz que tengo. Sé lo que cuesta. Y requiere una cultura musical. Es de lo que más satisfecha estoy en mi vida».
De niña pasaba mucho tiempo en los camerinos o los palcos de los teatros, y la música se iba colando por sus poros. «Con cinco años me dormía en los camerinos, escuchando ópera. Desde pequeña he estado estudiando técnica. Eso es un universo sonoro que tienes de fondo». Y que aflora después, sin querer: «Doy clases a profesionales, sopranos y tenores, en escuelas de teatro, universidades, masterclass... Soy una enamorada de la técnica, que tiene que estar al servicio del arte. Había una gran escuela lírica española pero se han ido perdiendo maestros. Si mi padre levantara la cabeza y viera que yo, sin buscarlo, estoy dando clases de ópera... Nunca lo hubiera imaginado».
La agradable conversación con Patricia da para mucho. Y pasamos de la música a las energías renovables, que no entiende por qué no se potencian más en un país con tantas horas de sol: «España podría ser pionero y no hacemos nada». Hablamos de su gata, que se empeña en compartir con ella los ratones que caza y le deja en el salón, a medio comer. De su «pacto» con las hormigas, para que no le invadan demasiado la casa. Y al final, confiesa su vocación oculta: «Adoro la prehistoria, me hubiese gustado ser paleontóloga o algo así. Pero la música fue como una llamada, una vocación. Como diría un flamenco, cuando tienes el arte dentro, no lo puedes evitar».
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