Todos laicos, todos lusistas

La idea progre es apelar a la laicidad como la independencia de los poderes civiles frente a las creencias de los distintos sectores de la ciudad. Es decir, no tomo partido por ninguna confesión y así mantengo esa posición de equidistancia, de ecuanimidad con quienes creen y quienes no. Casi como loable medida de respeto por aquellos que libremente disfrutan de su aconfesionalidad, para que no se vean subyugados o incluso ofendidos por cualquier gesto hacia las jerarquías eclesiásticas. Ponen como ejemplo la II República, todo una muestra de respeto a los creyentes, sí señor.

Pero ese respeto se puede pisotear si en vez de hablar de religiones nos referimos a las ideologías. Si se trata de introducir con calzador el lusismo y el reintegracionismo en Santiago de Compostela a través del adoctrinamiento de niños, entonces que se fastidien los padres castellanohablantes. Si se trata de cercenarle espacios a la lengua común de todos los españoles para fabricar una diferencia cultural y entregarse al portugués, a quién le importan las mayorías.

Para el rupturismo, para esta izquierda radical adornada con gorras y sonrisas bonachonas, que lanza mensajes de moderación para maquillar su agenda oculta, las mayorías sólo merecen respeto si comulgan con su ideario. Si no, son un puñado de cavernícolas a los que podemos prohibirles aquello que les guste pero vaya contra nuestros prejuicios. Estos son los alcaldes que ha aupado el PSOE. A partir del sábado, comienza el circo.