hotel del universo

El verano como actitud

«Verano también es echarse en una tumbona, o en una hamaca caribe de cáñamo, atada entre dos troncos, para hacerse el indígena de Yucatán»

CARLOS MARZAL

Además de todas esas cosas que ya sabemos –una ocasión para viajar y estar más incómodos que en casa, una interminable fiesta infantil que agota a los adultos, una temporada en que los periódicos se vuelven más humanos, sin toda esa indigestión política-, el verano ... representa una actitud. Y la actitud, además de una disposición del ánimo, constituye una postura corporal, sobre todo cuando la dirige el espíritu: es decir, la disposición del ánimo.

Para estar en verano, para sentirse en él, para que las vacaciones penetren en el sistema circulatorio y empapen las vísceras del individuo, es preciso adoptar una postura. No se trata de una «única» postura, pero el caso es que hay que adoptarla cuanto antes, porque si no se pasa el verano sin que nos demos cuenta, y, por consiguiente, la ocasión de hacer lo que es debido.

Verano es, por ejemplo, tumbarse, repantigarse, dejarse caer en la acepción más amplia de todos esos verbos. A ser posible, tumbarse en el suelo, sobre la hierba, o en la arena, o encima de la piedra ardiente que rodea una piscina, para que desde la litosfera suban vibraciones tectónicas y nos acaricien el cuerpo con su gustirrinín geológico, para que la imantación que emana desde el núcleo terrestre nos polarice de sensaciones benéficas. Esas cosas se notan en verano, cuando estamos medio desnudos, tirados a la buena de Dios, sin otro objetivo que el de magnetizarnos con el universo. Es cuestión de actitud.

Verano también es echarse en una tumbona, o en una hamaca caribe de cáñamo, atada entre dos troncos, para hacerse el indígena de Yucatán, para desentenderse de todo, porque el verano implica un desentendimiento actitudinal. El cuerpo reclama cuidados horizontales, harto de tanta verticalidad ceremoniosa del invierno.

Debemos educarnos en una cierta desatención, en un desapego generalizado hacia muchas de las cosas que deberían importarnos. Cosas como la actualidad, como las catástrofes permanentes, como los horarios, como los hábitos saludables. La postura estival, la actitud, jamás adopta el tradicional gesto del pensador sesudo, con el codo apoyado sobre la pierna y el puño en la barbilla: eso, más que un gesto, es gesticulación, aspavientos de mequetrefe. En verano es preciso entrelazar los dedos de las manos por detrás de la nuca, mientras se miran las nubes, o el horizonte marino, o nada en particular, que es un sistema para observar con atención la esencia de lo que nos rodea.

Los bostezos también se cuentan entre las posturas filosóficas que recomiendo durante las vacaciones. Quien bosteza a su debido tiempo, antes que el hecho de estar aburrido muestra su predisposición sensual y calmosa para afrontar los problemas que plantea la condición humana. Quien bosteza abandona la discusión, porque entiende que no hay nada sobre lo que merezca la pena discutir: los bostezos sabios son asentimientos a la circunstancia de estar en el mundo. No existe la refriega: a lo sumo, el frotamiento con la realidad. No existe la escoriación: todo lo más, la rozadura pedagógica con las superficies. Todo es cuestión de actitud, insisto. De mantener la postura correcta.

El verano como actitud

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