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POSTALES

El «seny» y «la rauxa»

Empieza uno a estar harto de tanta acusación, de tanta chulería, de tanto lloriqueo en un extraño mejunje de soberanismo prepotente y victimismo mendicante

José María Carrascal

Cuando la semana que viene CiU se abstenga en el Congreso al votarse la Ley Orgánica de Abdicación, ¿qué querrá decir con ello? ¿Que no quiere que Don Juan Carlos abdique? ¿Que se opone a que Don Felipe sea Rey? ¿O quiere, sencillamente, fastidiar?

De las tres posibilidades, la última es la más probable. De un tiempo a esta parte, los nacionalistas catalanes no hacen más que quejarse, regruñir, mentir, injuriar. Ahí tienen a Duran Lleida hablando del «trato injusto que Cataluña está recibiendo». Espero que no lo diga por el trato que él recibe al frente de la Comisión de Asuntos Exteriores del Congreso, con todos los privilegios, pasaporte diplomático, dietas y emolumentos adjuntos al cargo, que le permiten vivir en el hotel Palace cuando está en Madrid. Tampoco se corresponde con las transferencias casi contínuas del Gobierno a la Generalitat, ayer mismo, once millones de euros para rebajar tarifas y peajes en aquella autonomía.

Empieza uno a estar harto de tanta acusación, de tanta chulería, de tanto lloriqueo en un extraño mejunje de soberanismo prepotente y victimismo mendicante, en busca de la vulgar ventaja. Lo ocurrido en el Instituto Cervantes de Nueva York el pasado jueves, donde, con ocasión de ofrecer una muestra de vinos catalanes, se orquestó un despliegue de banderas separatistas –con la estrella– bajo un mapa de Cataluña con fronteras con Francia y España, es la mejor prueba de la táctica descarada y desleal que viene usando el catalanismo separatista dentro y fuera de España. Nos acusa a los españoles de «separadores» cuando no hay mayores separadores que ellos, con el añadido de exigir que una España cornuda y apaleada pague la separación. Permitiéndoles continuar en la Unión Europea. Y conservar el euro como moneda. Y el libre acceso al mercado español. Amenazándonos con «un choque de trenes», cuando los trenes en Cataluña son de Renfe, la Red Nacional de Ferrocarriles Españoles. Que dejarían de circular, como tantas otras cosas, en caso de secesión. Algo que el nacionalismo se niega a admitir con una arrogancia solo superada por la ignorancia. El mundo no va hacia donde ellos creen. ¿No han oído a Obama pronunciarse sobre la independencia en Escocia? Pues es lo que opinan, en mayor o menor grado, todos los jefes de Estado y Gobierno hoy en ejercicio. Cerrar los ojos a la realidad no la elimina. Bien al contrario: lleva inevitablemente a estrellarse contra ella. Se van a quedar fuera de España… y de Europa, les guste o no.

Este es un pulso entre el seny y la rauxa. Pese a todas las apariencias, yo apuesto por el seny. ¿Por qué? Porque es más catalán. Aunque quienes viven de la rauxa, políticos, intelectuales, periodistas, hacen todo lo posible para laminarlo. ¡Eso sí que es el negocio familiar a conservar, no el que Homs insinúa!

CUANDO la semana que viene CiU se abstenga en el Congreso al votarse la Ley Orgánica de Abdicación, ¿qué querrá decir con ello? ¿Que no quiere que Don Juan Carlos abdique? ¿Que se opone a que Don Felipe sea Rey? ¿O quiere, sencillamente, fastidiar?

De las tres posibilidades, la última es la más probable. De un tiempo a esta parte, los nacionalistas catalanes no hacen más que quejarse, regruñir, mentir, injuriar. Ahí tienen a Duran Lleida hablando del «trato injusto que Cataluña está recibiendo». Espero que no lo diga por el trato que él recibe al frente de la Comisión de Asuntos Exteriores del Congreso, con todos los privilegios, pasaporte diplomático, dietas y emolumentos adjuntos al cargo, que le permiten vivir en el hotel Palace cuando está en Madrid. Tampoco se corresponde con las transferencias casi contínuas del Gobierno a la Generalitat, ayer mismo, once millones de euros para rebajar tarifas y peajes en aquella autonomía.

Empieza uno a estar harto de tanta acusación, de tanta chulería, de tanto lloriqueo en un extraño mejunje de soberanismo prepotente y victimismo mendicante, en busca de la vulgar ventaja. Lo ocurrido en el Instituto Cervantes de Nueva York el pasado jueves, donde, con ocasión de ofrecer una muestra de vinos catalanes, se orquestó un despliegue de banderas separatistas –con la estrella– bajo un mapa de Cataluña con fronteras con Francia y España, es la mejor prueba de la táctica descarada y desleal que viene usando el catalanismo separatista dentro y fuera de España. Nos acusa a los españoles de «separadores» cuando no hay mayores separadores que ellos, con el añadido de exigir que una España cornuda y apaleada pague la separación. Permitiéndoles continuar en la Unión Europea. Y conservar el euro como moneda. Y el libre acceso al mercado español. Amenazándonos con «un choque de trenes», cuando los trenes en Cataluña son de Renfe, la Red Nacional de Ferrocarriles Españoles. Que dejarían de circular, como tantas otras cosas, en caso de secesión. Algo que el nacionalismo se niega a admitir con una arrogancia solo superada por la ignorancia. El mundo no va hacia donde ellos creen. ¿No han oído a Obama pronunciarse sobre la independencia en Escocia? Pues es lo que opinan, en mayor o menor grado, todos los jefes de Estado y Gobierno hoy en ejercicio. Cerrar los ojos a la realidad no la elimina. Bien al contrario: lleva inevitablemente a estrellarse contra ella. Se van a quedar fuera de España… y de Europa, les guste o no.

Este es un pulso entre el seny y la rauxa. Pese a todas las apariencias, yo apuesto por el seny. ¿Por qué? Porque es más catalána que la rauxa. No sé si la rectificación de Mas de asistir a la proclamación del nuevo Rey es un primer paso hacia la vuelta al seny. Puede que ni él mismo lo sepa. Pero lo celebraría.

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