El arma secreta de los Tercios de España para frenar quince cargas de caballería de los temidos suecos
A mediados del siglo XV, la irrupción de los mercenarios suizos, armados con estas lanzas que recordaban a las de las falanges macedonias, redujeron efectividad en las cargas de caballería y cambiaron el paisaje de los campos de batalla
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Iniciar sesiónLa frase «lo más granado de la caballería francesa se estrelló contra la infantería española» resulta casi una frase hecha al hablar de las batallas entre ambos países ocurridas en el siglo XVI. La pica, una lanza de cinco metros y medio y cinco kilos ... de peso, devino en lo que hoy se llamaría un obstáculo insalvable contra carros, esto es, contra los caballeros franceses, alemanes, suecos y demás enemigos de la Monarquía Habsburgo.
A mediados del siglo XV, la irrupción de los mercenarios suizos, armados con estas lanzas que recordaban a las de las falanges macedonias, redujeron efectividad en las cargas de caballería y cambiaron el paisaje de los campos de batalla y de la propia sociedad. La estampa de los plebeyos arrojando a tierra a los grandes y costosos caballeros con un simple palo de madera revolucionó la forma de hacer la guerra. De pronto, a un coste muy barato era posible multiplicar el número de combatientes. Procedentes de un país donde los guerreros a pie ya tenían larga tradición y hasta prestigio, los españoles llevaron al siguiente escalón el uso de las picas, y no precisamente porque de forma individual las manejaran mejor que los robustos alemanes o suizos.
El arma de la gente humilde
En lo que dio en el blanco el modelo español es al integrar picas, arcabuces y, al menos originalmente, escudados en un coreografía que les hacía luchar como una misma unidad. Cada pica de los tercios pertenecía al soldado que la portaba, pero su fortaleza dependía del trabajo colectivo. Al toque de los tambores y los pífanos, los soldados abatían las picas, hincaban el regatón en el suelo, apretaban sus filas y apuntaban las astas a la altura del cuello y de los ojos de los caballos. El cuadro compacto debía mantenerse quieto si no quería dejar espacios para que los jinetes traspasaran la primera línea.
Las picas funcionaban como arma defensiva contra la caballería o la infantería rival, aunque también se usaban para escalar murallas, cruzar fosos a modo de pértiga, asaltar una plaza y otros mil usos que justificaran el gran esfuerzo físico que era cargar con ellas día y noche. En tiempos del Gran Capitán, las unidades de picas, definidas como «las reinas de las batallas», representaban el 40 por ciento de efectivos; sesenta años después, el porcentaje bajó al 20 por ciento en favor de que entraran más arcabuceros, que cada vez gozaban de más atención. Entre unos y otros obligaron a la caballería a reinventarse. Nadie lo comprendió mejor que la caballería sueca, que supo combinar el uso de pistolas y maniobras de ataque-repliegue para recuperar protagonismo y arrasar a los ejércitos católicos en la llamada Guerra de los Treinta años.
Aunque España había asistido de forma intermitente al Emperador del Sacro Imperio Germánico, que era un Habsburgo, en su contienda contra los príncipes protestantes, su intervención se centró en las primeras fases, sobre todo, en su rivalidad con Holanda. El choque con la todopoderosa Suecia habría de esperar. En Europa se sabía que tarde o temprano le tocarían a los Tercios españoles plantar cara al revolucionario ejército sueco, que había cambiado la suerte de la contienda gracias a las innovaciones militares del Rey Gustavo II Adolfo de Suecia. Las fuerzas de esta nación seguían imponiendo su voluntad por los campos alemanes, incluso cuando una temeridad de Gustavo, llamado el «León del Norte», dejó sin cabeza a los suecos en la batalla de Lützen (1632).
En Europa se sabía que tarde o temprano le tocarían a los Tercios españoles plantar cara al revolucionario ejército sueco, que había cambiado la suerte de la contienda
El plan acordado desde Madrid consistió en enviar al gobernador de Milán, el Duque de Feria, con el grueso del ejército —unos 12.500 hombres— hacia Alemania con las órdenes de unirse a las tropas del duque de Baviera. El noble católico trataba de librar Renania de la amenaza de los franceses, que medraban en la contienda cuando les salía a cuento. La brillante actuación del duque de Feria mantuvo abierto el Camino español; si bien, las condiciones extremas del invierno europeo causaron la muerte del general español y la desintegración de sus tropas a principios de 1634. Solo cuando reunió un nuevo ejército casi desde cero, con pocas compañías de españoles, la Monarquía católica pudo entrar en Alemania a continuar la campaña en el lugar donde el Duque de Feria la había dejado.
El Cardenal-Infante, hermano de Felipe IV, fue el hombre escogido para encabezar a los españoles en esta aventura europea. A pesar de que se le conocía por su condición de clérigo, la realidad es que a Fernando de Austria le interesaba muy poco el mundo cardenalicio, y sí todo lo relacionado con la guerra. El 2 de septiembre de 1634, el cardenal y su primo, Fernando de Hungría, futuro emperador, desmontaron y se dieron un abrazo a pocos kilómetros de Donawörth.
Sabedores de la importancia de los 15.000 soldados que traía consigo, los católicos recibieron la llegada de refuerzos con vítores de «¡Viva España!». En total, los católicos sumaban 35.000 hombres. Ahora sí, los imperiales podían enfrentarse a las fuerzas suecas del Duque Bernardo de Sajonia-Weimar y de Gustaf Horn, que habían acudido a la ciudad de Nördlingen a romper el bloqueo católico. Los efectivos católicos eran superiores en número a los protestantes, pero, después de tres años de victorias consecutivas, el elector de Sajonia no temía a su enemigo, que además contaba con la desventaja de combatir con la ciudad sitiada a su espalda.
Quince cargas seguidas
Frente a las revoluciones tácticas de los suecos, emergió en su camino la rocosa resistencia de las fuerzas católicas, sobre todo la protagonizada por los Tercios españoles en la colina de Albuch, que dominaba el campo de batalla, rechazando quince cargas de los regimientos suecos y aguantando en pie durante siete horas. La defensa de esta posición por parte de dos tercios, el napolitano Tercio de Toralto y el español Tercio de Idíaquez, resultó clave para proteger todo el flanco católico. Ni las cargas de caballería, ni la superioridad artillera, ni las modernas tácticas de fuego sostenido de los suecos, amparados en un bosque cercano, lograron desalojar de la colina a los dos tercios. Con los suecos desfondados en Albuch, a las fuerzas sajonas se les hizo demasiado grande el pulso en el resto de flancos.
Cuando sus aliados llevaban ya cinco horas tragando polvo, pólvora y plomo en proporciones parecidas, Bernardo de Sajonia-Weimar ordenó a sus jinetes cargar contra los católicos, que no solo resistieron sino que devoraron a las fuerzas sajonas. A las doce del mediodía, los españoles se vieron al fin libres para bajar de la colina y barrer a los suecos que estaban cogiendo aliento para una nueva acometida. Así pudieron divisar, de paso y con nitidez, a las formaciones sajonas huyendo en desorden camino de Ulm. La victoria católica dejó en Nördlingen 8.000 muertos del ejército protestante, un horror que definió así el oficial español Diego de Aedo y Gallart: «No es creíble cuan llenos y cuan sembrados estaban los campos de armas, banderas, cadáveres y caballos muertos, con horridísimas heridas».
Un emperador más práctico recibió con los brazos abiertos a los estados alemanes que, como Sajonia y Brandenburgo, estaban interesados en expulsar a los suecos de su territorio
La caballería croata se mostró especialmente salvaje con las unidades en fuga de suecos y sajones. La mayor carnicería se produjo ahí, en ese momento, como era habitual en los combates del periodo. Los veteranos españoles, aunque minoritarios en las filas imperiales, demostraron una vez más en Nördlingen que seguían marcando la diferencia y que, detrás de una apariencia desfasada y rígida, vivía una fuerza eléctrica y capaz de adaptarse a los diversos azares de la lucha.
Esta victoria imperial puso punto y final a la fase sueca de la Guerra de los Treinta años. Un emperador más práctico y más abierto a la tolerancia religiosa que nunca recibió con los brazos abiertos a los estados alemanes que, como Sajonia y Brandenburgo, estaban interesados en expulsar a los suecos de su territorio a toda costa. Tras haber perdido a más de cien mil hombres desde el principio de la contienda, Suecia también decidió dar un paso atrás en su cruzada protestante. Si la guerra no concluyó en ese momento fue, simple y llanamente, porque a otro belicoso cardenal, Richelieu, no le salió del birrete. En 1635, Francia declaró la guerra a España
El lento ocaso de los tercios no solo coincidió con la llegada de unidades de caballería cada vez más flexibles y de nuevos tipos de infantería, sino con la sustitución de la pica por el fusil armado con bayoneta. Una manera de fusionar lo mejor del arcabuz (o mosquete) con lo mejor de las armas de aspas más ligeras.
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