Fernando Arrabal: «A estas edades uno se convierte en un árbol de Navidad y caen premios, pero éste es único»

CIUDAD RODRIGO. Fernando Arrabal no pudo contener las lágrimas ante los cientos de mirobriguenses que arroparon ayer a su vecino más querido y reconocido en la entrega del Premio Nacional de Teatro y se ocultó tras el sobre que protegía el galardón para defenderse de los aplausos que inundaron el Teatro Nuevo de Ciudad Rodrigo y que le obligaron a interrumpir su discurso en varias ocasiones. «Me he emocionado demasiado», confesaba Arrabal después de la celebración, «suelo estar chispeante, gracioso y ocurrente, pero hoy no he podido por estar en Ciudad Rodrigo».
El dramaturgo agradeció el reconocimiento y el homenaje del pueblo en que vivió su infancia que se entregó a su hijo pródigo con constantes y largas ovaciones: «Es el premio más importante de mi vida. En Internet se habla de que me han dado cincuenta premios, pero estoy seguro de que éste es el más importante porque, además, se me da en Ciudad Rodrigo, donde aprendí a leer, escribir, amar, levitar...».
Fernando Arrabal no quiso olvidarse de su siempre querida madre Mercedes, su profesora e instructora en el colegio de Santa Teresa, a la que dedicó el premio. El creador del movimiento Pánico descendió de su pose iconoclasta para convertirse en humano y recordó a la monja que le protegiera durante su infancia como «la primera mujer del mundo para mí. Ella enseñó a mi hermano, que fue un gran piloto que llegó a ganar el campeonato del mundo de acrobacia aérea, a mi hermana, que fue catedrática de Medicina, y a mí, que me enseñó a leer y a escribir. El premio que ahora se me da, se le concede a ella». Para Arrabal la madre Mercedes «encarna esa mujer de la España del siglo XV y XVI que escribió el Palmerín». Precisamente de «palmerines y amadises» trató el pregón que en 1986 dejó con la boca abierta a la villa mirobriguense: «La mitad de los grandes libros de caballería fueron escritos en Ciudad Rodrigo por Feliciano Silva y una mujer anónima que yo creo que fue el primer hombre del mundo», recordaba a propósito de su monja preferida. «Al formarme a mi, la madre Mercedes también formó a mi hijo, que ahora es profesor de Biología Molecular y vacas locas en la Sorbona», subrayaba Arrabal, inagotable elogiando a la directora del centro que educó «al hijo de un condenado a muerte». Un detalle trascendental, porque si la madre Mercedes obsesiona a Arrabal, su padre forma parte de su yo. «Mire, ella debería haber pensado que yo era hijo de uno de esos que quemaban iglesias, que asesinaban a personas, y, aunque mi padre fue una persona buenísima incapaz de hacer algo así, es una lección de amor que fuera su preferido».
¿Y su madre? Fernando Arrabal siente que «esos malos momentos los hemos superado afortunadamente». «Mi madre leyó «Carta de amor» y estuvo entusiasmada hasta que murió. Tan sólo unas horas antes la había visitado junto a mi hijo», recuerda el «enfant terrible» del teatro: «Ella tuvo la alegría de saber que había escrito esa obra y supo del triunfo que conseguí en el estreno en Israel. Fue el final más hermoso que podía imaginar».
El Premio Nacional de Teatro, galardonado por la versión de «Cementerio de automóviles» a cargo del Centro Dramático Nacional, confesó su sorpresa ante el galardón y reconoció el significado tan especial que ha cobrado al recibirlo en Ciudad Rodrigo: «No sé por qué cuando uno llega a estas edades se convierte en un de árbol de Navidad y caen muchos premios, pero éste es único», señaló Arrabal, cuya obra «Carta de amor» se representa hoy en la Iglesia de San Agustín, «un sueño imposible que ha podido hacerse realidad, porque precisamente el escenario de ese colegio fue mi clase. ¿No es una coincidencia?». Ante el sueño mirobrigense de mimar la herencia del genio, Arrabal se muestra entusiasmado: «He conseguido reunir un conjunto excepcional que mis hijos temen que se disperse. Mi colección de carteles, de correspondencias... me molestaría que ahora que tengo 70 años, y que sabiendo que no voy a ser eterno, no se mantenga un proyecto vivo como el que alimento cada día».
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