Tan caro como incompleto
El sistema sanitario de Estados Unidos -basado para sus prestaciones fundamentalmente en el sector privado- conjuga algunos de los mejores hospitales del mundo, unos costes insostenibles y la paradoja de 46 millones de ciudadanos sin ningún tipo de cobertura. Más otros 25 millones cuyas limitadas pólizas médicas les sirven de muy poco a la hora de enfrentar graves enfermedades.
Salvo que el dinero no sea un problema, el acceso de los estadounidenses a cuidados médicos se realiza a través de tres caminos. La mayoría obtiene cobertura a través de su trabajo y con la contratación de seguros privados. La Tercera Edad tiene acceso a prestaciones sanitarias a través del programa Medicare, cuya viabilidad amenaza ruina ante la inminente jubilación en bloque de la enorme explosión demográfica acumulada por Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial. Y los verdaderamente pobres quedan relegados a la beneficencia del programa Medicaid.
Todos los millones que no quedan amparados por esas tres vías quedan relegados básicamente a los servicios de urgencia, que es irónicamente lo más caro de toda la factura sanitaria. Por ley, los hospitales de Estados Unidos no pueden rechazar el ingreso de pacientes sin seguro en estado crítico. Y esos costes terminan siendo repercutidos entre el resto de la clientela.
A falta de algún tipo de racionalización en los actuales niveles de gasto, la factura sanitaria de Estados Unidos puede llegar para el 2017 a una cifra tan insostenible como 4,3 billones de dólares. Estos costes disparados se han materializado durante la última década en un incremento del 117 % en las primas mensuales de los seguros médicos privados. Gasto que para una familia puede suponer fácilmente más de mil dólares al mes.
Con la actual recesión, que en la mayor economía del mundo empezó en diciembre del 2007, se estima que durante el último año casi un 20 por ciento de la población ha sido incapaz de hacer frente a cuidados médicos o fármacos. Y de hecho, la imposibilidad de hacer frente a gastos sanitarios figura como un factor decisivo en la mitad de las bancarrotas personales formalizadas en Estados Unidos.
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