Érase otra vez
TEATRO«Mamagorka y su Pleyamo»Autor: G. Mancebo del Castillo Trejo. Dir.: L. Sánchez Caro. Esc. y vest.: M. Marcos Patiño. Mús.: J. P. Acacio. Int.: N. Narbón y L. Llácer. Lugar: Sala Lagrada
TEATRO
«Mamagorka y su Pleyamo»
Autor: G. Mancebo del Castillo Trejo. Dir.: L. Sánchez Caro. Esc. y vest.: M. Marcos Patiño. Mús.: J. P. Acacio. Int.: N. Narbón y L. Llácer. Lugar: Sala Lagrada. Madrid.
JUAN IGNACIO GARCÍA GARZÓN
El mexicano Gerardo Mancebo del Castillo Trejo (1970-2000) fue un cometa sorprendente y raro que dejó un rastro de destellos nerviosos, imaginativos y muy personales. En su escritura bullen referencias muy diversas: el cómic, los cuentos de hadas, el humor cruel y descoyuntado de Jarry, sesgos de Arrabal, giros de Ionesco y visitas a los predios clásicos de Moli_re o Rabelais, por citar cotas aproximativas a su multiforme universo de mercurio.
Esta «Mamagorka y su Pleyamo» que visita en agosto la sala Lagrada se ha unido en alguna ocasión a «Rebelión o la farsa en pedazos» bajo la advocación conjunta de «Mundos calánimes», pues ambas piezas transcurren en una Tierra de la Calamidad concebida por Mancebo como ámbito fantástico en el que se reflejan conflictos y situaciones de este otro lado del espejo contemplados a través de una lente de niebla y maravilla; un proceso que guarda paralelismos con los mecanismos del esperpento puestos en marcha por Valle-Inclán, una de las referencias que también se mencionan en las aproximaciones críticas a la obra del mexicano.
El hada Gorka se afana en planchar la enorme camisa de su marido, un gigante con quien ha tenido un hijo, Pleyamo, un ser monstruoso que se arrastra y sólo emite sonidos guturales. En un inagotable monólogo, Mamagorka rumia la bilis de su insatisfacción: la brusquedad del gigante le dejó maltrecha un ala, está unida a su molesto vástago por eslabones que alternan cariño y fastidio, y sueña con volver a volar y regresar a su mundo feérico. Transparente visión de una agobiada condición femenina, maltratada por maridos gigantescos e hijos idiotas, perpetuados como coartadas castradoras. Al cabo, una estampa realista cocinada como atroz fantasía y servida en salsa de gnomos. El montaje dirigido por Lidio Sánchez Caro, insuficiente y plano, da la impresión de no hacer justicia a la imaginación sideral de Mancebo.
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