Las dos varas
Mire usted por dónde hace aproximadamente un mes el Tribunal Constitucional me ha dejado sin amparo ante una sentencia del Supremo que me condena por excederme en el uso de la libertad de expresión. De eso hace ya varios años. Estábamos en pleno escándalo por las peripecias conyugales de Marta Chávarri y de aquellas famosas fotografía que publicó «Interviú»: el «flashazo» indiscreto. El Tribunal Supremo me condenó a pagar medio millón de pesetas por escribir en uno de mis artículos que una señora no debe «andar por ahí sin bragas y en adulterio flagrante». Y ahora el Constitucional concluye que la sentencia está muy bien y me deniega su amparo.
Por cierto, que Jesús Polanco, al conocer la noticia, mandó que me dispararan con su rifle mediático. Ya se sabe que Polanco manda con frecuencia contra mí a sus abogados o a sus periodistas. Esta vez fueron los periodistas, y concretamente mi viejo conocido Bonifacio de la Cuadra. El apellido le va muy bien; el nombre, no tanto. El egregio colega multiplica la indemnización por cuarenta y dos y convierte el medio millón de pesetas en veintiuno, Dios le pague la generosidad con que dispone mi dinero.
Y ahora sale una resolución del mismo Tribunal Supremo en la que ratifica la sentencia absolutoria de Arnaldo Otegui por gritar «Gora Euskadi ta askatasuna», es decir, «Viva ETA», con lo cual arenga y enardece a la banda etarra a seguir matando, que en eso consiste y se fundamenta la razón de su vida. Creo sinceramente que afirmar, como yo hago, que una señora no debe andar por ahí sin bragas y en flagrante adulterio es una incitación al decoro y a las buenas costumbres. Y gritar «Viva ETA» es una incitación al asesinato. Bueno, pues según los jueces, Otegui está en el uso correcto y legal de la libertad de expresión y yo no. Y es natural. Yo no dispongo de una banda de criminales para señalarles cuál debe ser su próxima víctima en razón de que me molestan sus decisiones.
Por lo que respecta a mí, no tengan Sus Señorías preocupación alguna. Recibo la sentencia, la leo, la acato, cumplo, pago y olvido el nombre de los jueces que la firman. Y si a los amigos y representados políticos de Arnaldo Otegui se les ocurre (Dios no lo quiera) repetir con ellos la «hazaña» de agujerear la nuca de Tomás y Valiente o de Martínez Emperador, Jaime Campmany, jugándose de nuevo la suya, pedirá desde esta columna, como siempre lo ha hecho, que caiga sobre los asesinos el castigo máximo que permitan las leyes.
Claro que sí. Pero conste que esas dos varas de medir la libertad de expresión que tiene el Tribunal Supremo se me antojan una manera más de llevar de paseo por ahí a Doña Justicia sin bragas y en adulterio flagrante contra la Epiqueya. Y como dijo otro terco, «pega pero escucha».
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete