Yo no soy una robot
La actual política intensiva de secuelas y «remakes» de Hollywood tiende a olvidar que el paso del tiempo altera el significado de las películas. Los marcianos de los años 50 eran los «rojos»: acabada la guerra fría, ¿qué diablos son los aliens de «Independence Day»? ¿Un remake de «Grupo salvaje» seguiría siendo un western de Vietnam? ¿«Abajo el amor» representa que la guerra de los sexos sigue donde la dejaron Doris Day y Rock Hudson? Hablando de lo cual, la versión original de «The Stepford Wives» reflejaba, en 1975, la angustia masculina ante las exigencias de la mujer en la era del feminismo; la respuesta consistía en domesticarla: en una próspera comunidad suburbana los hombres sustituían a sus esposas de carne y hueso por robots sumisas, hogareñas y con aspecto de playmate... El problema de este «remake» es su desfase temporal.
Tras unos estupendos créditos con imágenes de los 50 se desarrolla una trama de los 70 sin encontrar su adecuación a la primera década del siglo XXI. Perdida la posible relevancia sociológica de la metáfora central, la película duda entre desarrollar su aspecto neogótico o ensayar una comedia de costumbres para acabar inclinándose por una sátira «light» incapaz de tomarse en serio a sí misma.
Tampoco lo hace el director Frank Oz, al que le hemos visto dirigir teleñecos con más gracia, ni el reparto que duda entre la sobreactuación y la comedia de situación: Bette Midler y Christopher Walken actúan con el piloto automático, pero Nicole Kidman, que aquí visita un pueblo americano más raro que el de «Dogville», es una actriz con menos dobleces y se encuentra como un robot que pierde aceite.
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