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Surreal

Ayer una asociación de espectadores convocó el día sin tele del año de Dalí del siglo de la boda del Fórum de las culturas, cuando estamos a punto de conmemorar el chasco de los trece millones sin «celebration» de la Europa preampliada.

Si el gran Salvador viviera, sus televisores blandos de plasma se deslizarían en silencio por la pendiente del tiempo. El ojo atravesado por la cuchilla del perro andaluz y verde no sería otro que el del gran hermano, con cientos de hormigas saltando de la melena de la Milá a los bigotes de ajuste de Íñigo. Si el genial Dalí hubiera diseñado el Fórum, Gabilondo no tendría que despedir su monográfico, tras varias horas de baño María multiculturalista, con este esbozo de disculpa: «Yo creo que después de este programa habrá quedado claro...».

No es el fin de los tiempos, sino el resurgir del surrealismo, del surreal Madrid que no puede disfrutar ni Gil. Porque la tele es un organismo vivo que crece al ritmo de la locura que nos rodea y no hay consejo de sabios que pueda domarla. Si el día del trabajador aquí no curra ni Blas, si el día sin tele las dos Españas se dividen entre Ana Obregón y Grissom, si ni siquiera André Breton era bretón, a qué tanta pretensión de tele sin basura ni publicidad. Si nos adentramos en el concepto de televisión pública, ya ni el surrealismo alcanza. Y la Campos va y cambia de huerto.

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