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UN AÑO DESPUÉS DEL 11-M

Mañana será otra vez 11 de marzo, una fecha ya ligada a esta ciudad para la Historia con mayúsculas. Las campanas nos recordarán la hora; el silencio de mediodía, aquél en que quedó sumida la ciudad durante toda la mañana, sólo roto por las ambulancias y los coches policiales; el bosque de los Ausentes, a cuantos aquel día vieron su vida truncada de cuajo, y el funeral de la Almudena, las oraciones hechas desde entonces por sus almas. Ninguno de estos actos reflejará, sin embargo, el callado dolor de las familias, el temor que aún subsiste en las víctimas que resultaron heridas física y mentalmente, el vacío causado en el hogar. La asociación de víctimas ha decidido no participar en los actos oficiales y ha recordado que entre los fallecidos había personas de diferentes confesiones religiosas, por lo que no considera oportuno que las iglesias madrileñas toquen las campanas que, además, les recordarán la hora exacta en la que perdieron a sus seres queridos. Aunque el sonido de las campanas será sólo un símbolo del dolor de una ciudad que intenta acallar con los tañidos el sonido de las explosiones, quizás habría sido mejor haber consultado con los afectados directos. Y digo directos, puesto que afectados fuimos todos, como se dejó patente en la manifestación de repulsa del día siguiente. Hoy, un año después, parece haber quedado atrás el miedo de quienes, durante las siguientes semanas, miraban subrepticiamente bajo los asientos en trenes, vagones y metro y autobuses; hemos borrado de nuestra memoria cuantas imágenes más nos impactaron y hasta hemos dejado de dar importancia a la serenidad que mantuvimos todos, en aquellos trágicos días, para evitar que la brecha abierta en los trenes se contagiara a la sociedad. Sólo nos queda el recuerdo de los vagones destripados, de la solidaridad de un pueblo y de los ojos anegados en lágrimas de Pilar Manjón que, en nombre de las víctimas, pedían y piden justicia y respeto.

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