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ABC Cultural

Juan Diego Botto aborda la inmigración en su debut como director y autor teatral

MADRID. El actor Juan Diego Botto realiza su primera incursión como autor y director de teatro con «humildad». Lo hace con el montaje «El privilegio de ser perro», compuesto por cuatro monólogos, tres de los cuales han salido de la pluma del actor (el cuarto está firmado por Roberto Cossa), y que desde ayer se puede ver en el Centro de Nuevos Creadores de Madrid.

Para debutar en esta plaza, la de la creación, Botto decidió -después de varias tentativas «muy ambiciosas»- escribir sobre «lo que mejor conozco, que está próximo a mí, y que me mueve a la reflexión»: la inmigración y el exilio. Dos temas que ha retratado con cruda ironía en algunos casos como en «Arquímedes», donde se presenta a una especie de «comisario de aduanas muy cultivado, que utiliza sus conocimientos para justificar su xenofobia».

Un tono más edulcorado presenta el texto «La carta», una historia real basada en dos inmigrantes africanos, de 15 años, que murieron congelados en el tren de aterrizaje de un avión. «En el bolsillo de uno de ellos hallaron días después una carta. Yo he querido recrear cómo fue aquel viaje», explica el autor. En «Definitivamente adiós», Cossa relata el viaje de ida y vuelta de los exiliados que abandonaron España en 1939 y que regresaron con la llegada de la democracia en 1976. Este póquer de historias sobre la inmigración y el exilio lo completa la que da nombre al montaje, «El privilegio de ser perro», en la que Botto aborda la dificultad de los iberoamericanos a la hora de adaptarse a otras latitudes y costumbres, con el riesgo de la pérdida de la propia identidad ante un mundo que se mueve a gran velocidad.

Juan Diego, en su nueva faceta de autor y director, asegura no haber querido imitar a nadie, aunque sí confiesa tener ciertos referentes como Josep María Flotats. Sin embargo, en este debut, ha preferido prescindir de su faceta de intérprete, y ha elegido para dar voz a estos monólogos a Ernesto Arango y a su primo, Alejandro Botto. Éste último, al que los problemas de regulación casi hicieron regresar a su país, le sirvió de inspiración, «al comentarme sus anécdotas cuando salió de Argentina para vivir en Los Ángeles y Nueva York».

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