«El Gobierno ha sido incapaz de tomar medidas»
«Zapatero puede tomar decisiones impopulares que él sólo no adoptaría amparándose en que se lo mandan», asegura el ex presidente de la Generalitat en una entrevista a ABC
valentí puig
Renunciar a la política no es, en el caso de Jordi Pujol, alejarse de la vida pública. Acaba de cumplir sus ochenta años redactando un editorial del «Centre d'Estudis Jordi Pujol» que reclama de todos más seriedad en el desempeño de lo público. Van ... a estorbar quienes crean que la vida política es divertida, opina Pujol, levantándose de la mesa para consultar su sempiterna pila de Prensa europea o para contar dando cuatro pasos por el despacho la historia de un pueblo de la comarca de Vic. Alejó pasiones, pero persiste en viejas voluntades. Es el Pujol de siempre, como una «estatua de la isla de Pascua en constante movimiento».
—¿Cómo califica la gestión que hace el Gobierno de Rodríguez Zapatero de la crisis?
—No la gobierna el Gobierno español. Gobiernan las Instituciones europeas, el FMI —pensemos en la visita de su director, Strauss-Kahn, el pasado viernes— y a veces directamente algún gobierno europeo (el francés y, sobretodo, el alemán). Y esto es una suerte para España.
—¿Por qué?
—Porque es evidente que el Gobierno ha sido incapaz primero de prever las crisis y luego de tomar medidas. Durante por lo menos dos años o no ha actuado, o su acción ha sido contraproducente. Ahora desde fuera le conminan a que actúe, le dictan lo que debe hacer. Comprendo que esto irrite al Gobierno, pero para España es bueno, y yo diría que personalmente es bueno para José Luis Rodríguez Zapatero.
—Es decir, que gobiernen otros…
—Porque finalmente puede tomar decisiones difíciles e impopulares amparándose en que se lo mandan. Y que ya se ha visto que él solo no habría sido capaz de tomar.
—En general, ¿eso tiene unos precedentes propios?
—España ha digerido mal el gran éxito de los últimos cincuenta. Digo bien. Porque el gran cambio positivo empieza a producirse en 1960. Un cambio casi nulo en la política —la dictadura todavía fusiló gente en 1975— pero de gran calado en lo económico, en el cambio de mentalidad. Es fundamental la creación de la clase media.
—Y llegó la democracia.
—Sí, la nueva orientación se consolidó y se fortaleció con la Transición. Pudo no haber sido así, pero en general se actuó bien. Así, con algún que otro altibajo, España ha ido para arriba. Con una fuerte aceleración en general pero especialmente en la economía de principios de los 90. España se convertía en modelo de éxito. El «milagro» español. Hasta hace tres años.
—¿Puede que la ciudadanía vaya desconfiando del euro, de lo que representa?
—Es un disparate aprovechar la crisis actual para arremeter contra el euro y la Unión Europea. Pese a todo, durante cincuenta años, la historia de la UE es una historia de éxitos. De esos éxitos se ha beneficiado toda Europa y en gran manera países como España. Esto se vería muy comprometido si el euro fracasase. Como dice la señora Merkel, el fracaso del euro sería el fracaso de Europa. Otra cosa es que el euro que empezó cotizando a 80 centímos de dólar y que luego llegó a 1,50 dólares, haya bajado a 1,20. Puede que eso esté más acuerdo con la realidad, y en todo caso beneficia mucho a la Europa exportadora, sin la cual este continente perdería mucho peso. Por cierto, la Europa exportadora es la de Alemania y también la de Cataluña.
—¿Falla la política?
—No es sólo un problema de política económica. Es una cuestión de mentalidad, de seriedad y de autocontrol.
—¿Cuál es el momento actual de Cataluña?
—Un mal momento. Y no sabemos si es un momento o si va a durar. En realidad, Cataluña vive un momento difícil. Aquí se han cometido errores que han repercutido en la autoestima.
—Para pronto hay un panorama electoral.
—Sólo le digo una cosa. Por supuesto que los dos experimentos de tripartito han dado mal resultado.
—En los últimos tiempos usted insiste en que la relación entre Cataluña y el conjunto de España se ha deteriorado. ¿Qué ocurre?
—La relación entre Cataluña y España siempre ha sido difícil, pero ha habido épocas en que los aspectos positivos han superado los negativos. En cambio, ahora vivimos el peor momento desde hace 50 años.
—¿Tan mal va?
—El franquismo era radicalmente anticatalán. Sería insensato decir que ahora Cataluña está peor que entonces. Pero por lo menos a partir de buena parte de los 50 la opinión pública española tenía respecto a Cataluña una opinión más positiva que ahora. Ahora el estado de ánimo español es francamente hostil.
—Ya no es lo mismo que en la Transición?
—Ya digo en 1960 empieza en España una nueva etapa. Es la época de Kennedy, de Juan XXIII y del Concilio, de las movilizaciones, un cierto deshielo comunista. López Rodó representa un cambio de fondo.
—¿Qué configura ahí el catalanismo?
—La redefinición del catalanismo apuesta por una España nueva y por una Cataluña comprometida con su propia identidad y con esta España renovada. La Lliga y la Generalitat republicana apostaron por el regeneracionismo español o por la esperanza de la República. Alrededor de 1960 esto se pone al día. Están las figuras del poeta Espriu y del historiador Vicens Vives.
—¿No está el catalanismo también en crisis?
—Veamos: la versión mayoritaria del catalanismo ha sido la defensa de la identidad de Cataluña en una España renovada, a cuyo progreso general Cataluña debía contribuir a fondo. Eso hasta anteayer. Ahora está en crisis. Pero no sólo el catalanismo. Hay un desasosiego general español.
—Bueno, esa es una historia de altibajos…
—De momento no veo como puede cambiar. La oferta de incardinación en España que se nos hace significaría la dilución de Cataluña a 40-50 años vista. O sea, que a mi entender hay que rechazarla totalmente.
—¿Y los brotes independentistas que surgen?
—Luego está la propuesta de independentismo. A la que no me adhiero, pero que no voy a criticar porque no estoy en condiciones —como estuve tiempo atrás— de defender una solución de concordia, de respeto mutuo y de progreso común. De encaje a la vez cordial y eficaz. Queda otra postura en teoría poco satisfactoria, pero quizás la que ahora hay que asumir.
—¿Y es?
—Una acción catalana de fortalecimiento en todos los terrenos. Sin encerrarnos, ni respecto a España ni respecto al mundo, pero sin asumir el compromiso de un proyecto común.
—¿En qué quedará el Estatut tras la sentencia del Tribunal Constitucional?
—Esto ya ha terminado mal. Es para sonrojarse. España entera. Al final una ley tan fundamental como el Estatuto, aprobada por el Parlamento catalán, negociada después en Madrid con el Gobierno, discutida, y modificada y finalmente aprobada por las Cortes y refrendada por el pueblo de Cataluña es disecada, discutida y manoseada por un Tribunal que en teoría es lo más insigne que hay en España, pero que es incapaz de emitir una sentencia, y parece que han optado por votar por artículos, o a lo sumo por bloques. Con lo cual, finalmente, puede salir una sentencia repleta de contradicciones, una sentencia absurda. Una sentencia poco seria. Esto afecta a Cataluña, pero también a la seriedad y al prestigio institucional de España.
—¿Qué salidas tiene la situación actual?
—En lo estrictamente catalán, salir adelante con lo que se tiene. Mas un plus de seriedad, de coherencia y de dirección política. Por lo demás, la iniciativa ahora no puede salir de Cataluña.
—¿Ya ve una Cataluña post-electoral, post-noviembre?
—Cataluña tiene recursos. Tiene historia propia, conciencia colectiva, tejido social e industrial, base cultural potente, capacidad integradora de valores y de gentes… La utilización a fondo de todo esto no requiere que tengamos que aceptar el proyecto altamente centralista y homogeneizador que ahora quiere imponernos España. Por debajo de interrogantes y zonas grises hay muchos activos e iniciativas de todo tipo. Hay vitalidad y hay sociedad. No hay sólo una Comunidad Autónoma. Hay un país. Pero esto necesita ser impulsado —impulsado y no frenado—, orientado e ilusionado por una dirección política que ahora no existe en Cataluña. Es muy necesario. Y urgente.
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