Acotaciones de un oyente
Pedro es él y sus circunstancias
Lo de hoy se trataba, fundamentalmente, de aplaudir; esa era la única preocupación y encomienda del Grupo Socialista
Sánchez defiende la amnistía en un discurso de investidura convertido en un alegato contra el PP y Vox
La investidura de Pedro Sánchez, en directo
Sigue en directo la última hora del Consejo de Ministro con el resultado del informe del apagón del pasado 28 de abril

En realidad, podría haber cantado el himno de la Décima y el resultado habría sido exactamente el mismo. Si a Sánchez se le llega a ocurrir salir y, con la mirada seria y la voz templada, se arranca con lo de «historia que tú ... hiciste, historia por hacer, porque nadie resiste tus ganas de vencer» el grupo socialista habría roto en un aplauso de la misma intensidad y a lo mejor hasta le habrían respondido: «Llevo tu camiseta pegada al corazón. Los días que tú juegas son todo lo que soy», besándose el escudo y tirando al aire estampitas de Santos Cerdán.
Porque lo de hoy se trataba, fundamentalmente, de aplaudir. Esa era la única preocupación y encomienda del Grupo Socialista: aplaudir, aplaudir mucho y, sobre todo, no ser, bajo ningún concepto, el primero en dejar de hacerlo, que luego llegan los dossieres y a ver si nos vamos a estar comiendo este marrón para nada. Pero ya saben lo que pasa: que cuanto más largo es el aplauso, menos falta hacía; cuanto más sobreactuado el rictus de normalidad, más nervios se dejan entrever; cuanto más 'a priori' la ovación, menos sentido tiene. Así que allí se plantaron todos, prietas las filas y con sonrisas como de estar viendo a su hijo, el pequeño, hacer la comunión en los Jerónimos, para aplaudir como si no hubiera mañana al líder por su impagable contribución a destrozar la convivencia, acabar con la separación de poderes, atentar contra la independencia judicial, socavar el estado de derecho, dinamitar la igualdad de los españoles y llevar al PSOE a los márgenes de la democracia. ¡Como para no aplaudir!
Y allí salió Pedro, con la corbata fucsia que se pone cuando quiere parecer feminista y pronunció un discurso dividido en dos bloques: en el primero describió una distopía madmaxiana en la que la ultraderecha campa a sus anchas por el mundo, por Europa y por las autonomías de esta, nuestra España, metiendo a las mujeres en la cocina, a los gays en los armarios, a los inmigrantes en campos de algodón, a los pobres en cotolengos, a los enfermos en lazaretos, a los niños en campos de trabajo y a los canarios en las profundidades de minas repletas de grisú fascista y gris; en el segundo bloque aparecía el héroe, es decir, él, el progreso, la libertad y la concordia, con una capa y un antifaz cantando la de 'Heres comes your man', de los Pixies, para salvarnos de una abominable mezcla entre pasado reaccionario y futuro postapocalíptico. Según hablaba de los peligros de Trump, de Milei, de Bolsonaro o de Le Pen, yo pensaba que iba a decir: «se lo digo yo, que les estoy copiando todo para formar parte de ese club de democracias iliberales».
Uno tiende a pensar que esto no cuela, que la gente no compra discursos tan vulgares y manipulados. De un lado la cultura, el feminismo, la preocupación medioambiental, la ciencia, el progreso social, los derechos de los trabajadores, la libertad sexual y, del otro, la ultraderecha neoliberal reaccionaria austericida ultraconservadora.
Pero sí, sí que cuela. Claro que cuela. Por eso los usa. De cualquier modo, este discurso fue especialmente cínico, mediocre y, por momentos, se le veía nervioso, incapaz de aguantar la mirada, balbuceante, trabado. No es para menos. Estaba plantándose en el Congreso de los Diputados para anunciar, sin despeinarse, medidas que se encaminan a terminar con la arquitectura del estado y que conllevan el fin de España como democracia liberal homologable.
Se suponía, no obstante, que debía desarrollar un programa de gobierno, pero, tras cincuenta minutos, aún no había hecho otra cosa que oposición a los gobiernos autonómicos del PP. Es decir, no fue un discurso de investidura sino un mitin para que nadie se olvidara que esto es ya solo un escenario frentista, dogmático, sectario y fanático de buenos contra malos, nosotros contra ellos, Constitución contra barbarie. Y lo peor es que a algunos solo les faltó gritar: ¡Barbarie, barbarie! ¡Tráenos la barbarie, Pedro!
A las 13.25 habló de la amnistía y a las 13.28, de nuevo, de Vox. En esos tres minutos le dio tiempo para decirnos que «en la discordia no puede haber prosperidad»
Especialmente preocupantes algunos detalles. Por ejemplo, su afirmación de que manifestarse es legal y legítimo, pero que votar está por encima, sin aclarar inmediatamente después que tanto el derecho de manifestación como el de sufragio, existen porque están recogidos en la Constitución. Y que llegar a acuerdos abiertamente contrarios a ella no es ni legal ni legítimo.
Hasta que a las 13.17 salió el gordo: la agenda del reencuentro, que parece ser la manera en la que se referirán al hecho de rendir el estado a la ultraderecha xenófoba -esta sí- catalana, fuera de España, con mediadores y pedir permiso a un delincuente ante el que deberá rendir cuentas cada mes. A las 13.25 habló de la amnistía y a las 13.28, de nuevo, de Vox. Para que a nadie se le olvide. En esos tres minutos le dio tiempo para decirnos que «en la discordia no puede haber prosperidad» y que eso ya lo sabían nuestros abuelos. Por eso hicieron la Transición, que no fue otra cosa que, al igual que hace él hoy, «impulsar la convivencia y el perdón para un futuro de reconciliación». En un acto de cinismo y demagogia difícilmente superable, nos dibujó dos modelos: el de la unidad de España por la vía de la imposición o el de la vía del entendimiento. En realidad, quería decir que está la vía de la ley o la de la corrupción y que él despreciaba la ley y optaba por vender el estado a cambio de siete votos, por supuesto, para pasar a culpar al PP de los incidentes del 2017.
Fíjense en el juego: el modelo del PP, para Sánchez, es el de los incidentes. Y el suyo el de la paz. La realidad, tozuda, nos recuerda que los incidentes fueron causados por su vía, la de sus socios. Y que el PP apostó por la ley y la democracia con el voto personal de Pedro Sánchez. ¡Pero qué más da! Uno ya está curado de espanto. Y cuando creíamos que eso era todo, nos sorprendió con el mejor resumen posible de lo visto: «Respeto las opiniones de aquellos que no están de acuerdo, pero las circunstancias son las que son», que viene a ser algo así como «miren, que a mí todo esto me da igual, pero, es que, si no cedo, no gobierno». Todo lo anterior daba igual. «Yo soy yo y mis circunstancias», parecía querer decir. «Y sino la salvo a ella, no me salvo yo», añado. Y dicho esto, expiró.
Frente a todo esto Feijóo, que tomó la palabra en una intervención agridulce. Tras un discurso como el de Sánchez, se agradece algo de sensatez, de tono parlamentario, de sentido de estado y de responsabilidad institucional. Pero, sin embargo, se equivocó en el enfoque. No aprovechó la oportunidad de mostrar la gravedad del momento histórico y volvió a fallar el penalti. Tampoco acertó en el tono su Grupo Parlamentario. En este momento no se puede actuar con esas risas, ese cachondeo y ese ambiente pseudo festivo. Siguen dando la sensación de que tanto a él como a su bancada no les importa tanto revertir la amnistía y defender la independencia judicial y la democracia como ir a elecciones.
La guinda fue Armengol, arrogándose una autoridad que no tiene para exigir a Abascal que retirara unas palabras por considerarlas importunas poniéndose a sí misma y al propio Congreso al servicio del candidato y ahondando en la consigna de frentismo también desde las instituciones. Vox abandonó el Congreso, en protesta. Y España está hecha unos zorros, señores. Así que respiren. Algo me dice que esto va a ser duro.
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