Viaje por las joyas arquitectónicas, y desconocidas, del siglo XIX madrileño

Ciertos edificios de la ciudad invitan también un viaje a la propia historia de la capital por donde desfilan personalidades como el general Serrano, el Marqués de Salamanca o Pascual Madoz. Y sus constructores

Madrid aprueba la protección de 321 de sus edificios de estilo neomudéjar repartidos por 15 distritos

En imágenes: estas son las desconocidas joyas arquitectónicas de Madrid

Calle interior de los edificios promovidos por la compañía La Peninsular ISABEL PERMUY

Una vez dijo un político cordobés, ya fallecido, con la vehemencia que le caracterizaba, que había que levantar la cabeza y percibir «ese alero, esa fachada desconocida de tu propia calle». Era no solo un aviso a paseantes, sino un modo de recorrer ... la ciudad, cualquier ciudad, y su historia.

Madrid tiene joyas secretas del XIX, que pasan desapercibidas entre el tráfago habitual y lo consuetudinario que acontece en la urbe. Construcciones esplendorosas, o humildes, que en su momento adornaron un Madrid que acababa en Serrano. Un Madrid que explican, gracias a la impagable mediación del Colegio de Arquitectos, Alberto Sanz, de su archivo histórico, y a Miguel Lasso de la Vega, de la Fundación COAM.

Todo en la mañana cálida de la capital, entre ruidos de obras que, en la línea de los tiempos, varían el paisaje citadino. Su ruta, preparada a conciencia, principia en la calle de Villanueva, en el número 18. Ambos miran y admiran un palacete donde los trabajos de conservación tratan de proteger al «único» de su especie que sobrevive.

Para conocerlo hay que quitar capas de tiempo, irse a los sesenta del XIX y pensar en las promociones que el Marqués de Salamanca, aquel que «en un principio siguió las directrices del plan Castro» del primer 'nuevo Madrid', un crecimiento ordenado de la ciudad que en menos de una centuria iba a alcanzar una población cercana al medio millón de habitantes.

Apenas se deja ver el palacete, pero Sanz y Lasso de la Vega cuentan detalles. Como que lo construyó el que en un principio fuera el arquitecto de cabecera del Marqués de Salamanca, Cristóbal Lecumberri, o detalles como las columnas de orden dórico que jalonan la entrada más humilde, y, pese a su reducido tamaño, existe un alero de madera vista. Son aquellos 'hoteles' (tal era el término) aislados en lo que entonces era el ensanche de la ciudad. Llama la atención una suerte de torreón, que da a la calle y que sería el pabellón de portería o, en román paladino, la vivienda del portero. Coqueta en su tiempo, y un lujo en la actualidad.

Detalle del balcón acristalado del palacio de Zabálburu ISABEL PERMUY

Ya en el interior hay que imaginar un «vestíbulo con doble altura», donde la alta sociedad hacía negocios, trataba sus cuitas, veía y se dejaba ver y demás. Una galería principal recorría el primer nivel y daba a las zonas nobles: billar, comedor, despacho. Y un segundo nivel reservado para el servicio, los hijos de los propietarios atendidos por la nodriza, la cocina, y una bodega que hubo de estar bien surtida de caldos. Añádase que en aquel entonces la plaza de toros estaba justo al lado, y que los criados, residentes en la parte más alta, podían ver los festejos en el antiguo coso, de menor altura que las ventas y casi anexo a la Puerta de Alcalá. Lidiaría Lagartijo, hay que suponer.

El Plan Castro

Los 'guías' insisten en el contraste, que no es tanto, con las viviendas al otro lado de la calle. Promoción también de José María de Salamanca y Mayol y con el espíritu también del Plan Castro de que las clases sociales convivieran, si bien hacia arriba todo es más pobre por la razón que el ascensor no existía y las alturas eran para las clases más bajas. Aunque en la escalera, ríen ambos, «el noble se podía casar, o 'entender', con la modistilla».

Interior del 'Cachito de Cielo' ISABEL PERMUY

Eso en la escalera o en unos jardines interiores: vergeles con cierto sentido social aprovechados hoy por firmas de lujo. Aun así, frente al palacete de Villanueva, se puede ver que los parterres y la vegetación siguen en esa idea urbanística de lo verde como forma de higienizar y racionalizar la nueva ciudad. La terminología empleada por Castro era la de trazar un gran patio de manzana entendido como jardín interior.

Y respecto a los balcones, hay que insistir, los elementos decorativos iban despojándose de abajo arriba en esa disposición socioeconómica, contraria a la del Madrid de hoy que busca los áticos, las terrazas, como el nuevo maná habitacional.

Se deja la calle de Villanueva y su palacete, contiguo al que perteneció al General Serrano, y se llega al entrecruce de la calle Muñoz Seca y Salustiano Olozaga para admirar el Palacio de Zabálburu. Puro racionalismo neogótico, con resabios de Viollet-le-Duc y proyecto constructivo de José Segundo de Lema sobre lo que fue el antiguo pósito. Los materiales se muestran como son, y una balconada como la proa de un barco.

Los arquitectos admiran la sinceridad constructiva de 1876, pero también cómo en el mismo espacio, el mismo autor erigió viviendas de alquiler, o cómo ya en 1917, la señora viuda de Zabálburu levantó un pabellón con nueva planta con salón de fumadores, invernadero y terraza. Lugar que fue, además, la Sede de la Alianza de Intelectuales Antifascistas durante la Guerra Civil, previa expropiación a sus propietarios.

Este Madrid tan secreto de tan visto sigue, mientras explican que la construcción madrileña sigue una trilogía: «zócalo, ladrillo y cubierta de teja árabe». Y cuando el paseo alcanza la residencia del Marqués de Salamanca, los especialistas refieren un rumor según el cual, en una fiesta ofrecida por el empresario malagueño, llegó a sus oídos que muchas de sus promociones tenían defectos estructurales. Desde aquel momento, nada más se supo de su arquitecto principal, Cristóbal Lecumberri, que acabaría escribiendo un opúsculo sobre colonias agrícolas para la juventud vaga y maleante. Mal fin. Y así, con la intrahistoria de los edificios, se llega a la casa-palacio del Marqués de Viluma en el chaflán entre las calles Luis de Góngora,8, y San Lucas, 4. Barrio de Justicia y obra de Gerónimo de la Granda, el mismo que proyectó el Teatro de la Zarzuela. Aquí, más que los jeribeques de la fachada, resalta el jardín interior, bien conservado y que, a pesar de la verja, transmite frescor.

Fachada de la Iglesia Española Reformada Episcopal ISABEL PERMUY

En este recorrido raudo por una ciudad escondida, Sanz y Lasso de La Vega llevan sus pasos hacia los seis edificios de La compañía inmobiliaria 'La Peninsular', con Pascual Madoz, el del 'Diccionario Geográfico-Estadístico' como arrendador de seis edificios que daban y da desde 1865 a una calle privada donde conviven la intimidad y lo público. Una nueva concepción del urbanismo en la calle de San Mateo, 2 y con la guía edificadora de Vicente Miranda. Corría el año del Señor de 1865 y la clase media disfrutaba de la luz, y de esa sensación de amplitud, integración e intimidad. Y sí , aún, en la calle privada con sus plantas, se percibe un inevitable aroma galdosiano.

Un XIX pío

La Historia, pues, que vive en la Arquitectura. La vista y la secreta. Qué madrileño, conoce, por ejemplo, el conocido como 'Cachito de Cielo', una edificación que por fuera es corriente pero que dentro abarca una capilla neogótica, de un neogótico con tendencia al 'horror vacui' coronado por una talla del Señor en el momento de la Eucaristía entre nubes de yeso que imitan a eso mismo, al cielo. Se trata de un centro perteneciente a las Misioneras del Santísimo Sacramento y María Inmaculada.

Molduras en el palacete de Villanueva, 18 ISABEL PERMUY

Conviene detenerse aquí y situarse en la normativa del Gobierno Canalejas, en la llamada Ley Candado, que prohibía que nuevas órdenes religiosas se establecieran en España. Es entonces cuando la fundadora de la congregación, María Riquelme y Zayas-Fernández de Córdova (descendiente del Gran Capitán), consigue que la propiedad del inmueble ceda un espacio para el culto. Burló al mismísimo a Canalejas, consagró al culto a la primera planta y anda en el largo proceso de beatificación. Una capilla inesperada, obra de Carlos de Luque de 1867, abierta todas horas, en Travesía de Belén, 1.

El XIX es pío. Incluso con otras confesiones cristianas. En la puerta de la Iglesia Reformada y Episcopal en la calle de la Beneficencia, 18,el sacerdote Aloysi Busquets, cubano, explica su templo mientras atiende la intendencia de la Escuela Profesional de Sordomudos. Con amabilidad explica que el altar de la Catedral del Redentor de 1890, mira hacia Jerusalén, y que, justo allí, coinciden dos ríos subterráneos, que aportan lo telúrico, lo freático y lo hídrico, a una construcción de Enrique Repullés Segarra, que, como muchos tantos otros en Madrid, hicieron del encargo una de las bellas artes.

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