Sánchez: segundos fuera
Quizá una despedida
La cumbre no es un paréntesis 'obligado'. El paréntesis han sido esos cien minutos de realidad que han venido a recordarle que esto se acaba
¿Qué le pasa hoy, señor Sánchez? (11/07/2023)
La versión oficial dice que la cumbre de la OTAN 'obliga' a Sánchez a hacer un paréntesis en campaña. Ese es el relato, un Sánchez resignado a su sino fatal, a esas obligaciones que tiene como líder cósmico y que le impiden emplearse como a ... él le gustaría en la campaña para besar bebés, saludar a minorías étnicas y jugar al dominó con señores que ven el Tour. Bien, vale, bueno. Yo creo que es exactamente al revés y que lo 'obligado', para él, es la campaña. Lo que él ve como anomalía -y casi como humillación- es haber tenido que rebajarse a debatir con un señor de Orense que tiene cara de profesor de Sociales en un Colegio de Jesuitas. Y se lo digo yo, que me he pasado doce años en uno.
Ese detalle llamado 'campaña' es el verdadero paréntesis, lo que altera la vida que él cree que merece como líder europeo. Y me temo que es que no es consciente de que estos cinco años han sido un regalo del destino y que, en apenas unos meses, todos miraremos para atrás y no podremos creernos que Pedro Sánchez llegó un día a mandar en España y a presidir la Unión Europea. No, la cumbre no es un paréntesis 'obligado'. El paréntesis han sido esos cien minutos de realidad que han venido a recordarle que esto se acaba, que no se puede vivir instalado en la mentira y que, fuera de su burbuja, todo sigue. La cumbre de la OTAN no es un bache en el camino que le impide hacer lo que quiere: la cumbre es exactamente lo que quiere. Y, además, ha resultado la excusa perfecta para salir por patas en un momento en el que todo el país le señala como el protagonista de, quizá, la peor actuación de los debates televisados de la historia.
Por eso, a las 7:30 de la mañana, en el Falcon, camino a Vilnia, la realidad se encarga de amargarle el desayuno con toda la prensa recordando, al unísono, que Feijóo le pasó por encima y que esto llega a su fin. Porque quiero pensar que un país como España, una de las naciones más importantes del mundo y la cuarta economía de Europa tiene asesores cualificados como para informar al presidente de la verdad. Que perdió, que fue bochornoso, que sus modales no son presidenciales. Que ni siquiera son modales. Puede que en el PSOE no quede nadie ya con un mínimo nivel, pero un Estado no es una tontería ni un jueguecito para spin-doctors de Segovia. Se presupone que Moncloa tiene funcionarios capaces de hacerle un dossier de prensa serio. Porque, si no, lo suyo no sería cinismo y no estaría impostando: realmente creería que ha ganado. Y eso sería todavía peor. Pero no, no lo creo y, por eso me lo imagino sobrevolando Francia, Alemania y Polonia, mirando por la ventanilla y comenzando a aceptar que, posiblemente, no le queden muchas cumbres, ni muchos viajes entre líderes internacionales ni muchas mañanas para repasar la prensa hostil en medio de las nubes.
Ha envejecido años en días, ya no tiene la misma cara que cuando entró por primera vez en Moncloa aquella primavera de 2018, aquellos días en los que corría por los jardines con su perrita Turca y el mundo era un poema de Gil de Biedma. Ya no es aquel hombre que salía a correr con una camiseta de 25 años de Barcelona 92 y el pelo estratégicamente descuidado. Han llegado las canas, las ojeras, alguna arruga e incluso una coronilla incipiente. Pero el vuelo acaba, llega a Vilna, se reúne con Gitanas Nausėda y, después, sale a dar una rueda de prensa. Mira la cara de Albares y de Margarita Robles y piensa que a por ello, que hay que seguir y que 'genio y figura' hasta el final. Y sonríe como nunca para decir con arrogancia que está satisfecho con el debate, que todo bien y que luego tiene cena oficial. Y no me hagan mucho caso, pero quizá eso es lo que le sale a uno de dentro cuando sospecha que es la última.