SÁNCHEZ: SEGUNDOS FUERA
Pedro quiere creer
Dice que cada vez está más convencido de la victoria, muestra inequívoca de que no lo está
Ministerio de Guerras Culturales (02/07/2023)
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Iniciar sesiónPedro Sánchez afronta desde este viernes los que pueden ser sus últimos quince días como presidente del gobierno. Por supuesto, es plenamente consciente de ello. Conoce las encuestas igual que usted y, por lo tanto, se cree a Tezanos lo mismo que usted. ... En sus ojos se percibe la responsabilidad y la tensión del que se la está jugando. Pero también el cansancio. Y, por encima de todo ello -o quizá por debajo- una rabia contenida, un enfado profundo y basal que hace que tense, sin darse cuenta, su articulación temporomandibular hasta casi hacerla explotar.
En cualquier caso, el misterio es saber cuándo y por qué lo hace. Y no consigo encontrar un patrón. Hay veces que tensa el masetero de modo consciente, sobre todo cuando quiere trasladar enfado, indignación o rotundidad. Por ejemplo, cuando habla de la derecha, la ultraderecha, la extrema derecha, la turbo-mega-derecha y la súper-giga-hiper-derecha. Es decir, cuando sobreactúa un miedo que, en realidad, no tiene. Pero, sin embargo, hay veces que lo tensa de forma inconsciente, y eso me interesa mucho más. Porque muestra, por una vez, algo de verdad. Y Sánchez tensa sus músculos masticadores como un resorte automático cuando cambia de registro y se concentra, como si estuviera activando un interruptor que le ayudara a meterse en el personaje.
Porque el presidente es, ante todo, un actor, un personaje público con un mensaje que trasladar y unos códigos a través de los cuales hacerlo. Y cuando entra a este espacio semi industrial repleto de coches oficiales en el que va a presentar su programa, se transforma. La apariencia, a pesar de todo, es la de ser un gran tímido, una persona introvertida, aislada y encastillada que se protege como puede del inmenso rechazo que sabe que provoca. Ya no está acostumbrado a los grandes espacios, a las aglomeraciones y, de algún modo, saluda con la frialdad, el recelo y la distancia afectiva de Isabel II. Y sonríe entonces de modo nervioso, agitando la mano, saludando al infinito y guiñando el ojo a personas imaginarias que siempre se encuentran al fondo.
Luego se sienta en primera fila y se mira a sí mismo en la pantalla, que en ese momento le enfoca. Maneja entonces la situación y aguanta como puede las ganas de mirarse en ese enorme espejo para cruzar la pierna, mostrar sus calcetines imposibles y centrar su atención en María Jesús Montero. Y luego en Nadia Calviño. Además, cuando Sánchez mira fijamente a alguien, bien sea un orador, una pantalla o un entrevistador, no puede evitar que le tiemble la mirada. No logra mantenerla fija en un punto -y menos si ese punto son otros ojos- y oscila arriba y abajo, como si fuera un tic sobrevenido que intenta disimular.
Pero los de plata terminan y es su turno. De gris Oxford y camisa azul PP, Sánchez sale y suelta un discurso que ha memorizado con la facilidad de un opositor a notarías. No transmite, no ilusiona y no empasta, pero hay que reconocer que se lo prepara mucho y lo domina. De hecho, llamaríamos a estas crónicas 'Últimas tardes con Sánchez' si no fuera porque, en el fondo de su corazón, él cree que hay posibilidades de ganar. Oculta el triunfalismo por si pierde, pero el ambiente general en el PSOE es el de una familia que espera en la UVI el parte de un doctor que dice que su familiar, en coma, mejora un poco. Dice que cada vez está más convencido de la victoria, muestra inequívoca de que no lo está. Intenta dos gracietas, pero no le salen. No es capaz de improvisar ni de salirse del guion y se va, casi aliviado, con el himno de Vangelis a tope. Enfila Puente de los Franceses y a Moncloa. Tiene un debate que preparar.
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