«No en mi nombre»: el grito sin fe de la Cataluña derrotada
Hemos tenido que escuchar al coro de voces negras del sanchismo -capitaneado por Bolaños- diciendo que la manifestación era de los «nostálgicos del enfrentamiento»
El Paseo de Gracia no estaba lleno, pero había mucha gente. Más de los 50.000 que dice la Guardia Urbana, pero menos de los 300.000 que apunta Sociedad Civil Catalana. En cualquier caso, los comentarios de los presentes y su alegría ... dejaban claro que esperaban menos, ya nadie sueña con repetir las cifras de 2017. Eso es imposible porque falta el PSC, que se ha cambiado de bando por el camino. 'Los de entonces' siguen defendiendo lo mismo, pero el PSOE ha pensado que 'Madrid bien vale una misa' y ha dado la vuelta a los cañones, dejando solos a los constitucionalistas de toda España -especialmente, a los de Cataluña, con los que se manifestaron felizmente-, para ponerse al servicio de los de enfrente, los que quieren convertir a sus ex compañeros de 'manifas' en extranjeros. La vida te da sorpresas.
Luego hemos tenido que escuchar al coro de voces negras del sanchismo -capitaneado por Bolaños- diciendo que la manifestación era de los «nostálgicos del enfrentamiento»: la derecha y la extrema derecha. Y es posible que allí estuviera la derecha catalana, pero la extrema derecha no. Al menos yo no vi a ni un solo votante de Junts. Quizá estuvieran con Bolaños tomando el aperitivo en Ferraz, que por allí sí que hay mucho nostálgico. En concreto del 34.
Lo que sí que vi es a familias, a parejas, a grupos de amigos y a mucha gente mayor sin símbolos de ningún partido. No era el día de eso sino el de defender la Constitución. La manifestación no era -como se ha dicho- contra el PSOE sino a favor de la Constitución y contra sus antónimos: amnistía y autodeterminación. Y todos lo tienen claro. Ya en la calle Mallorca comienzan a aparecer las primeras senyeras. Y, en realidad, no dejaré de verlas en todo el recorrido, conviviendo con banderas de España y de Europa. También de Valencia, de Extremadura, de Navarra y hasta de Rumanía. Y multitud de carteles: «Sánchez, mentiroso, has traído la dictadura a Cataluña. Adiós democracia». «Sánchez, no todo vale, nos has vendido por un sillón». «De amnistía nada, devolved lo robado». «Sánchez, la amnistía es la humillación de España» o una literaria y genial: «¿Quién mató al comendador?».
«Mira, hijo» -me dice una señora rubia-. «Ver a tanta gente aquí es un alivio. Al menos así vemos que el dolor de corazón que tenemos es compartido». Su marido me dice que no nos dejemos engañar, que la gente en Barcelona no está de acuerdo con la amnistía y que ni siquiera la gente del PSC la va a entender. «Solo están esperando, estamos seguros de que no habrá investidura. Puigdemont no cederá. Y ya que estás di también que estoy deseando jubilarme e irme a vivir a Andalucía, que esto no hay quien lo aguante».
Muchos aplausos a la gente de Sociedad Civil Catalana a su paso por todos los puntos del recorrido. Y gritos de «Puigdemont, a prisión», «No en mi nombre» y muchos vivas a España y viscas a Cataluña. Una señora me dice que me fije en que aquí no se queman banderas y otro señor me dice que al menos hoy no hay 'cedeerres'. Pero no descarta que haya grupos en el transporte público para agredirlos en el trayecto de vuelta. Levanta los hombros y me dice, con cara de derrota, que esto es lo que hay mientras unos chinos hacen fotos como si manifestarnos fuera parte de nuestro folklore. Y no descarto que así sea.
Suena música premeditadamente 'progre': «Solo le pido a Dios», de Ana Belén; «Libre», de Nino Bravo; «Mediterráneo», de Serrat y «Barcelona», de Caballé y Freddie Mercury, de cuando Barcelona prefería ser la capital del mundo a la paletada reaccionaria en la que la quieren convertir. Unas señoras me ven con la acreditación de prensa y me riñen por estar al servicio de Sánchez. Le digo que no es el caso, que soy de ABC y me pide perdón. Me dice que nos lee cada mañana, pero que está muy triste y que lo siente mucho, pero que los van a dejar solos. «No pasa nada, señora», le digo mientras pienso que los constitucionalistas tienen ya esa paranoia típica del guetto, que se manifiestan con hartazgo, que no hay ilusión en sus gritos, que están abatidos y desmoralizados y que solo van a Gracia para no poder culparse de no haber estado donde tenían que estar. Me dice que tiene treinta y dos apellidos catalanes y me planta un par de besos.
Y tras los discursos me vuelvo para Atocha. En el tren, Iceta, al que estoy a punto de preguntarle que qué opina de amnistiar a 'El Dioni' de Waterloo. Pero pienso en que, si lo hago, quizá decida parar el tren durante tres cuartos de hora. Y la cosa es que tengo prisa.
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