Así rescaté a mi hermano de las garras de las FARC
Mabeli, una colombiana afincada en Santiago, reconstruye para ABC su aventura en la selva para recuperar a su hermano, secuestrado por la guerrilla cuando tenía 16 años
Eila Rodríguez
SANTIAGO
De adentrarse en la base secreta de las FARC a una vida entre orquídeas. Mabeli vive hoy en Santiago de Compostela rodeada de sus queridas flores en un apartamento recién comprado, pero hace 23 años se sumergió en la selva colombiana detrás de los guerrilleros ... que habían secuestrado a su hermano pequeño.
Con la voz quebrada y lágrimas que escapan a su voluntad nos pide que, por seguridad, cambiemos los nombres de personas y lugares que aparecen en este relato que ha decidido desempolvar y sacar del secreto. Asegura que aunque se haya firmado el acuerdo de paz todavía hay guerrilleros en muchos pueblos de Colombia, incluido el de su familia, por lo que siguen con miedo. Temen con conocimiento de causa; las FARC mataron en 50 años de conflicto armado a 220.000 personas (953.730 en datos de estudios que incluyen a los caídos en combate), y sumaron 55.000 secuestrados y desaparecidos según informaciones del Centro Nacional de Memoria Histórica del Gobierno de Colombia.
Un día del año 2000, durante el periodo más crudo y violento de la guerra entre las FARC y los paramilitares, Mabeli recibió una llamada anónima en su apartamento en Medellín. «Han ido a casa de su madre y se han llevado a su hermanito Jesús», le dijeron. El pequeño, que tenía 16 años, era el menor de la familia, pero la persona que llamaba sabía dónde estaba y le ofreció a Mabeli ayudarla a buscarlo. Ella tenía apenas 24 años, era recién casada con un niño de menos de 4 y sabía que intentar el rescate podría costarle la vida.
Tomó la decisión mirando al cielo, recordando la promesa que le había hecho a su padre cuando lo asesinaron hacía unos años. «Él me había dejado una carta antes de morir donde me pedía que yo sacase adelante a mis hermanos cuando él muriese. Sentía que era mi responsabilidad de por vida», cuenta, y, sin decírselo a su marido ni a apenas nadie, viajó hasta Los Lagos para reunirse con el anónimo de la llamada.
Subida por la selva
El pequeño pueblo estaba totalmente militarizado, incomunicado y sin luz ni teléfono a causa de los atentados. Allí se apeó Mabeli de un transporte típico al que llaman «la escalera»: «Se me echaba mucha gente encima preguntándome quién era yo, y yo decía que iba buscando a Ramiro, el nombre que me habían dicho por teléfono», explica recordando el nerviosismo que sentía. Comenzó a desesperarse porque nadie le daba ninguna referencia, hasta que sintió un toque en la espalda y oyó a alguien susurrar: «Sígame, que yo soy Ramiro. No mire atrás ni a los lados ni diga nada, solo sígame». Y le siguió hasta una humilde casa de campo.
Allí, la madre de Ramiro la llamó loca mil veces por atreverse a ir a buscar a su hermano que ni siquiera sabían si estaba vivo, pero le dejó unas botas para poder subir montaña arriba. Ramiro se había unido a las FARC porque los paramilitares habían matado a su hermano, así que sabía dónde encontrar la base de operaciones. Después de prepararse, iniciaron una difícil caminata subiendo la selva que duraría tres horas, en una carrera contra la llegada de la noche.
Por el camino, Mabeli tuvo que superar su pánico a las serpientes y otros animales peligrosos que pueblan la selva colombiana. Para eso pedía ayuda a su padre desde el cielo y echaba mano de oraciones y estampitas de santos que apretaba en sus bolsillos: «Yo iba como anestesiada, en trance. Yo no era yo cuando subía aquel monte. No pensaba nada, solo que iba a encontrar a mi hermano y que me lo iba a llevar», cuenta sin poder evitar llorar.
Señal de esperanza
Como el plan era muy peligroso y era posible que le disparasen en cuanto la viesen, Mabeli y Ramiro acordaron que al llegar a la base de la guerrilla ella le esperaría fuera. Ramiro entraría a comprobar que Jesús estaba allí y, lo más importante, que estaba vivo. Si esto era así, saldría a la puerta y le comunicaría a Mabeli mediante una señal que podía entrar. Si no, haría un gesto negativo y ella tendría que regresar al pueblo sola bajando la selva.
Le dejó su chaqueta mientras esperaba bajo un aguacero la señal de la esperanza, y tras un rato largo salió y le gritó «¡Sube!», haciéndole sentir «como si se me hubiese abierto el mundo», recuerda. Dentro de la base, formada por casetas construidas con plásticos y paja, había muchas mujeres que la acogieron y le ofrecieron de comer, admirando su valentía. Tras un rato, la comandante le brindó el esperado momento de ver a su hermano.
«Cuando lo vi estaba con otro grupo de chicos, todos uniformados, pero él seguía con la ropita con la que había salido de casa. Llevaba veinte días con la misma camisita. Cuando yo lo vi él me vio, pero ya estaba empezando a sufrir alucinaciones y pensó que estaba soñando. Se quedó mirándome, apartó la cabeza y volvió a mirar varias veces. Entonces dije su nombre y él ahí vio que era real, vino hacia mí y me dijo: 'Hermanita la van a matar, nos van a matar a los dos, ¿por qué se vino?'. Me abrazaba tan fuerte que me arañaba, me clavaba todas las uñas. Yo le decía que tuviese fe en Dios, que íbamos a salir de allí vivos los dos».
Mientras cuenta esto se le une al llanto la hija de Jesús, que escucha sentada en el sofá. Sabe que, si su tía no hubiese ido a rescatar a su padre, ella jamás habría nacido.
«Usted se queda aquí»
Tras el reencuentro llevaron a Mabeli a ver al jefe, que se encontraba en lo que los guerrilleros llamaban «la oficina», que era un búnker repleto de todo tipo de armas. Al verla, el comandante jefe se sorprendió de que hubiese llegado hasta allí y le dijo que la iban a reclutar y que se quedaría en la base. «Si me quedo me muero a los tres días de pena moral, señor», le contestó ella con entereza. Y procedió a exigir la liberación de su hermano.
Sabía que lo habían secuestrado para reclutamiento forzoso (las FARC se llevaron a 7.738 niños y adolescentes para participar en la guerrilla) porque era sospechoso de espionaje. Jesús iba frecuentemente a Medellín para tratarse de un problema en el brazo, y sus viajes hicieron creer a los sublevados que iba a proporcionar información a los paramilitares. Para desmentirlo, Mabeli había traído, junto a las oraciones y estampitas, las radiografías del brazo de Jesús con el fin de justificar las visitas a la ciudad.
«Pero qué lista eres», le dijo el comandante jefe. «Me contó que el caso de Jesús ya había llegado al Caguán, que es el máximo exponente de la ley guerrillera», explica. Él reconoció que todo había sido un error y accedió a liberarlo, siempre y cuando se fuese a vivir con ella a la ciudad y no volviese nunca al pueblo. «Tenga presente que tuvieron mucha suerte porque él es menor de edad y vino usted a responder por él y a reclamarle, porque si no aquí se quedaba», sentenció. Le prometió que en ocho días estaría en Medellín, y Mabeli tomó su palabra y bajó al pueblo sola atravesando la selva de noche, al límite de sus fuerzas pensando que se quedaba por el camino.
Pero llegó sana y salva, y pudo volver a Medellín. Pocos creían su historia y menos aún que las FARC fuesen a mandar a Jesús a casa. Pero a los ocho días exactos sonó de nuevo el teléfono como aquella vez. Y era la voz feliz de su hermano: «Estoy en el aeropuerto, me voy en avioneta». Luego de algunos años Mabeli emigró a Santiago de Compostela, y poco a poco fue trayendo a la familia. Salieron de una pobreza extrema, de no tener zapatos, y tras años de trabajo todos los hermanos tienen una buena vida.
Mabeli ha dado por saldada la deuda con su difunto padre y es feliz con sus orquídeas. Jesús vive en el extranjero y ha sido capaz de superar el trauma. Su hija se levanta del sofá al final de la entrevista y dice: «¿Sabe, tía? Mi papá la eligió a usted como mi madrina porque desde que lo rescató siempre dice que tiene dos madres». Y es que Jesús, el día que su hermana llegó a aquella base en la selva, volvió a nacer.
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