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Cuarto Singuante

Ourensabio

Un buen «ourensabio», eso era Carlos Casares, sin sonajeros y con las cuerdas vocales armonizando conversaciones

Fernando Méndez

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Carlos Casares se fue un día sin hacer ruido, demasiado pronto, como parece cuando alguien a quien aprecias parte para mudar en hechura espiritual. Y con ese sonido desapercibido con el que iba por la vida vuelve de vez en cuando para estar con nosotros: ... por ejemplo, por estas fechas, hace 25 años que ambos hablamos para publicar en Galaxia la primera edición del libro del Metílico en gallego. Cinco minutos fueron suficiente para ventilar el asunto. Unos meses después, estábamos en Santiago presentando la obra con la que hacíamos «justicia social» con las víctimas de aquel envenenamiento. Un buen «ourensabio», eso era Carlos, sin sonajeros y con las cuerdas vocales armonizando conversaciones. Lubricaba con su hablar las tertulias y con su amabilidad, cualquier encuentro. Era —por resumir, evitando ser rimbombante— una buena persona. A lo largo de su vida (y también en su muerte) fue agasajado con premios y medallas, algunas de oro, el metal más apropiado para él no por el valor testimonial o pecuniario, sino por lo que esa palabra significa para a su querida tierra. Oro de Orense, de Auriense, de Ouréns, de Orensanía, de Orensanismo, indefinibles palabras que carecen de sentido excepto traducidas desde el sentimiento. Carlos era, en fin, un latido orensano.

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