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Luis Ojea - Cuaderno de viaje

Reglas de mercado

Subsidiar empresas que generan perdidas es pan para hoy y hambre para mañana

Desde la solidaridad con los trabajadores de Alcoa que están viendo amenazados sus puestos de trabajo estos días por la decisión de la compañía de cerrar su planta en La Coruña, permítanme discrepar de la opinión más extendida, casi unánime, en este país cada vez que nos encontramos con este tipo de casos.

Empecemos por lo básico. Subsidiar empresas deficitarias es y será siempre un colosal error. Sí, incluso si no hacerlo supone el despido de cientos de personas. Otra cosa es que se les busque una salida a esas personas, pero las empresas que generan pérdidas están abocadas, sí o sí, a su liquidación y la administración no debería destinar dinero público a prolongar su agonía. Puede resultar muy tentador para cualquier gobierno intentar esquivar el coste electoral de la deslocalización de tal o cual compañía a base de insuflar, de una forma más o menos disimulada, fondos públicos en esa empresa. Pero no nos engañemos, tras esa primera inyección la compañía seguirá generando pérdidas y seguirá por lo tanto exigiendo un flujo constante de dinero público para garantizar su continuidad. Plegarse una vez a ese chantaje solo conducirá a sucesivos chantajes en el futuro hasta que tarde o temprano llegue el inevitable cierre.

Dos. Pretender sostener con fondos públicos empresas privadas que generan pérdidas para evitar despidos es, además de ineficiente, terriblemente injusto. Sí, injusto con los miles de personas que son despedidas cada año de otro tipo de empresas que nadie se plantea rescatar. ¿Por qué se debe subvencionar a una gran industria y no, por poner un ejemplo, al sector de las fruterías? Puede parecer demagógico, pero, en realidad, las fruterías, y muchos otros sectores invisibilizados en la agenda pública, mantienen más puestos de trabajo que las plantas de Alcoa en La Coruña y San Cibrao juntas. No, no es cuestión de la cantidad de empleo que se genera en un ámbito u otro, sino del ruido que unos y otros pueden hacer y el impacto electoral consiguiente que los partidos políticos estén dispuestos a soportar.

Tres. El riesgo de deslocalización de empresas provocado por el desorbitado precio de la energía en España no se arreglará con buenismo. Este es uno de esos temas en los que nadie parece dispuesto a ponerle el cascabel al gato. Existe consenso en el porqué, la diabólica combinación de un sistema de producción ineficiente con una carga impositiva disparatada. Pero falta valentía para afrontar la situación, para apostar de una vez por todas por la energía nuclear y acabar con la generación subsidiada. Empeñarse en subvencionar el mantenimiento de energías obsoletas y contaminantes es ridículo. Tanto como pretender impulsar un modelo de producción presuntamente verde que resulta insostenible sin altas primas que encarecen insoportablemente la factura energética del consumidor.

En resumen. Mercado. Dejemos actuar al mercado. La solución es, y siempre será, el libre mercado. No, la solución a la crisis de tal o cual empresa nunca pasará por inyectarle fondos públicos. Ni directamente ni de forma subrepticia a través de complejas fórmulas para camuflar lo que en realidad es una subvención a fondo perdido. Subsidiar empresas que generan pérdidas es pan para hoy y hambre para mañana. Una fórmula cortoplacista, ineficiente e injusta. La senda a recorrer es otra si de verdad se quiere facilitar el mantenimiento de las grandes industrias y favorecer la implantación de nuevas empresas. Reformas estructurales ambiciosas. En el modelo energético o en el mercado laboral para empezar. La clave está en la competitividad. Abaratar costes de producción e innovar. Son las reglas del mercado.

El drama es que el gobierno de Pedro Sánchez está a otra cosa. Ni siquiera vio venir, lo han reconocido públicamente, la crisis de Alcoa a pesar de que la multinacional viene amagando con esta decisión desde hace tiempo. Ni la inacción ni el populismo arreglarán nada. Lo que hace falta es altura de miras para abordar reformas a largo plazo que garanticen la competitividad de la economía nacional. Y para eso son necesarias altas dosis de coraje y visión estratégica que no se perciben en el actual inquilino de Moncloa.

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