El frontón de campaña de Peláez y Apaolaza (V): la muerte de Ardanza
Quinta entrega del diario de comentarios enfrentados de los columnistas de ABC José F. Peláez y Chapu Apaolaza sobre la campaña vasca
El frontón de campaña de Peláez y Apaolaza (IV): zampanares por Sevilla
El frontón de campaña de Peláez y Apaolaza (III): zampanares por Sevilla
ABC
POR CHAPU APAOLAZA
Réquiem por Ajuria Enea
Peláez, se nos ha muerto José Antonio Ardanza y otras cosas más, no te creas. Me sale enviarte un obituario de aquella infancia de plumíferos y chubasqueros en una Donosti por la que hemos caminado tú y yo años después y en cuyo recuerdo, ... no sé por qué, siempre está lloviendo. Hablo de aquel universo salvaje de barricadas y autobuses ardiendo, de sábanas sobre las aceras y humo sobre los coches retorcidos, nombres en las dianas, terror, silencio, miseria y violencia, pero también de la unión de partidos democráticos -fueran nacionalistas o no- en contra del terrorismo.
Son días de silencio, de desamparo moral y de un réquiem por el Pacto de Ajuria Enea, el acuerdo de todos los partidos que, bajo el paraguas del Gobierno de Ardanza, comenzó a deslegitimar la violencia de ETA que hoy se legitima tanto. O que, al menos, se va contextualizando, ya sabes, comprendiendo como un ciclo inevitable, un conflicto, un calentón, algo que pasó como pasan las cosas sin que tenga la culpa nadie. O como si la tuviéramos todos, que viene a ser lo mismo.
Reivindicar necesariamente a José Antonio Ardanza significa automáticamente cuestionar la campaña y el posicionamiento y el discurso de los socialistas y el PNV actuales en el que, al contrario de lo que sucedía en tiempos del viejo lehendakari, los malos son los del PP y los herederos de aquellos pistoleros, un partido de Estado, progresista, asimilable y deseable. De verdad que lo lamento mucho.
POR JOSÉ F. PELAEZ
El Norte está lleno de frío
Recuerdo el País Vasco de los noventa porque abría los veranos y el de los ochenta porque abría los telediarios. Todos los días la misma historia, otro atentado, otra familia rota, otra viuda con gafas de sol y otro desfile de políticos sacando cigarrillos rubios de aquellos paquetes blandos. El aire estaba contaminado y la polución bajaba por las ventanillas de las ambulancias en goterones de lluvia espesa como el odio. En el suelo, el mismo charco de sangre bajo la misma manta, junto a la misma ría. Los mismos regueros sucios caían después por las conciencias. Ilegales cantaba que «el Norte está lleno de frío y siempre llueve en domingo. La Policía está en peligro y siempre hay detenidos. Una ola de carne en la playa, una mancha de sangre en la cara. Hay muchas pelotas de goma. Me voy a jugar a la calle».
En medio de ese ambiente, Ardanza, con su pinta de 'tory' y esas gafas como de saber traducir directamente del griego al euskera. Fue tan popular que salía en las canciones de La Polla: «Si en Londres les pica un huevo, aquí todo el mundo se rasca. Si allí tienen a la Thatcher, aquí tenemos a Ardanza». Viendo lo que vino después, toca despedirle con el mayor de los respetos. No lo tuvo fácil y, a pesar de esa lacra que es el nacionalismo, tuvo la valentía de enfrentarse a parte de 'los suyos' para decirles que los que matan nunca pueden ser 'los nuestros'. Conviene recordarlo. Porque ETA ya no mata y Ardanza ya no está. Pero los nuestros siguen muertos. Y los otros van a ganar.
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