Suárez Figaredo descubre el eslabón perdido del «Quijote de Avellaneda»

JUAN PEDRO YÁNIZBARCELONA. El investigador barcelonés Enrique Suárez Figaredo, especialista en el llamado «enigma Avellaneda», es decir, en las averiguaciones tendentes a desvelar quién se escondió

ABC Dibujo de Mingote, que rima con Quijote

JUAN PEDRO YÁNIZ

BARCELONA. El investigador barcelonés Enrique Suárez Figaredo, especialista en el llamado «enigma Avellaneda», es decir, en las averiguaciones tendentes a desvelar quién se escondió bajo el pseudónimo de Licenciado Alonso Fernández de Avellaneda, natural de la villa de Tordesillas, para adelantarse a ... Cervantes en publicar una segunda parte del Quijote.

Es autor del libro «Cervantes, Figueroa y el crimen de Avellaneda» (Barcelona, Carena, 2004), y ahora, en el transcurso de sus pesquisas, ha dado con un pequeño tesoro bibliográfico: un ejemplar del Quijote de Avellaneda anterior a todos los conocidos.

Este libro se publicó en 1614, hace casi cuatro siglos. La edición príncipe de un libro tan antiguo no es sólo un tesoro para su poseedor: para los investigadores supone conocer el texto que más se aproximó al manuscrito que el autor entregó a la imprenta, libre de los fallos y alteraciones que introducían cada una de las ediciones siguientes. Y puede espolear a los bibliólogos a determinar de una vez por todas si ese Quijote fue estampado o no en Tarragona por Felipe Roberto, como dice su portada.

Determinar quién fue el impresor nos diría dónde buscar, si sobreviviese, el contrato de impresión. Hay quien dice que el libro se imprimió en Barcelona, otros que en Valencia. Algún investigador propondrá que, pues ahora conocemos dos ediciones del libro, es creíble que la segunda se imprimiese en Barcelona, a lo que se refiere Cervantes en cierto capitulo de su Quijote. Otra hipótesis...

Un éxito relativo Es ahora indiscutible que Avellaneda obtuvo cierto éxito con su libro, que es algo que el cervantismo exaltado siempre le negó. Llegó a decirse que si escasean los ejemplares es porque los amigos de Cervantes los compraban para quemarlos. Lo cierto es que una vez salió la segunda parte de Cervantes, un año después, a finales de 1615, los libreros dejarían de interesarse en la de Avellaneda: pura ley de mercado. Éxito efímero, pero éxito al fin.

El de Avellaneda tiene cosas buenas, que apreció una autoridad como Marcelino Menéndez Pelayo. El bibliófilo Salvá lo calificó como la segunda mejor novela de la época. Para Suárez, es una de las mejor andamiadas de su tiempo: el autor parece seguir un esbozo previo. El estilo es denso, reprimendón y pedantesco, quizá porque Avellaneda no era precisamente novelista, aunque no se le da nada mal. Cervantes sí, y de los grandes, y como no era bobo incluso tomó ideas de Avellaneda, como el mayor protagonismo de Sancho. Cervantes ejerció perfectamente su derecho a la última palabra.

Cada vez, Suárez está más convencido de que Cervantes llegó a saber quién fue Avellaneda, o cuando menos a tener una sospecha vehemente. «Algunos enemigos tendría, pero ¿cuántos se habrían tomado el trabajo de escribir un libro de casi seiscientas páginas? Lo que sucede, creo, es que Cervantes y Avellaneda, que llevarían cierto tiempo a la greña, se disparan con tiro parabólico, por encima de las cabezas de los lectores. Sus razones tendrían para no dar publicidad al conflicto que mantenían».

Latín macarrónico

Avellaneda asignó a su don Quijote ascendencia morisca, afición al vino, un latín macarrónico y un sobrinito, y una moza de venta cree ver en él un antiguo novio que la abandonó. Quizá eso vaya por Cervantes.

Cervantes, por su lado, se ceba en los escritores humanistas, los traductores de italiano y los ingenuos que pretenden ganar dinero editando sus obras, y también se enfrenta a un clérigo impertinente al servicio de ciertos Duques. Quizá eso vaya por Avellaneda.

Pero en ambos casos conviene tomar precauciones e ir con cuidado: es posible que los dos autores juegaran al despiste. Con toda facilidad. La Biblioteca Nacional conserva cuatro ejemplares del Quijote de Avellaneda, aparentemente idénticos. Suárez supone que los investigadores hasta el momento han venido consultando esos otros ejemplares, por faltarle a éste unos veinte folios. La conclusión es que tal vez nos encontramos ante lo que podría ser el eslabón perdido de la cadena de misterios alrededor del «caso Avellaneda».

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