Shambhala
Tus regalos deberían de llegar
Hay algo que está roto en Barcelona, y no es nada concreto, es un aire, es una bolsa que hay que gritar para que te la den y policías que pervierten su misión usando las normas para borrar la Gracia y son cómplices de que el dolor se expanda
Artículos de Salvador Sostres en ABC
Barcelona
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Iniciar sesiónElla estaba sufriendo y yo quería hacerle llegar mis flores. Hace días que pienso que todo lo importante ha de decirse con un perfume de Hermès y me desperté a las 7:30 con este verso de Serrat en la cabeza: «El camí fa pujada ... i a les vores hi ha flors» (el camino es cuesta arriba y en los bordes hay flores), y me pareció el principio de una idea. Entre Serrat y Hermès fui a parar al espacio mental de Calèche, el primer perfume femenino de la casa, obra maestra de Guy Robert en 1961. Pero dadas las circunstancias se me ocurrió que necesitaba la versión de 1992, Soie de Parfum. Más intensa, más directa y que dura más que cualquier ofensa y prevalece. No es un perfume descontinuado pero cuesta de encontrar, de modo que cuando dejé a mi hija en el colegio y salí en busca del tesoro con esa mezcla de emoción y ansiedad que da saber que hay algo muy bueno pero no estás seguro de si te estará realmente esperando. Fracasé en la tienda del paseo de Gracia y en El Corte Inglés, tanto el de Diagonal como el de plaza Cataluña. Volví a casa frustrado y un poco a la desesperada busqué por internet y vi que lo tenían en Druni, y que lo podía pedir a través Glovo, de modo que mi ánimo inmediatamente mejoró y escribí el verso de Serrat en un tarjetón para mandarlo todo junto cuando llegara.
Llegó el Glovo pero con el perfume equivocado. El transportista se desentendió del error, y Glovo también porque la operadora me dijo que si quería cambiarlo fuera a la tienda. No fue maleducada, pero fue robótica: me aplicó el protocolo sin hacerse cargo de que habían fallado en su cometido, sin compensación alguna, que es lo de menos, y sobre todo dejándome tirado con mi bolsita ridícula de Druni y una fragancia absurdísima que nunca se me habría ocurrido comprar. Eran las 12, tenía que ponerme a escribir un artículo sobre Míriam Nogueras y luego tenía un almuerzo, de modo que me fijé en mi trabajo y hasta las cinco de la tarde no pude dedicarme de nuevo a las flores. Llamé a Druni y la chica que me atendió no fue ni maleducada ni robótica, pero sí, y me apena decirlo, muy tonta. Tonta de decirme para mis adentros: Salvador, estás perdido, es tan tonta que no puede ni entender tu problema; imagínate la solución. De modo que insistí un poco más, pero ya sin ninguna esperanza, y de repente me di cuenta, y esto hay que decirlo también, y loarlo por encima del defecto, que a pesar que se mantenía firme en su estulticia, tenía muy buena voluntad y llegó un momento que se tomó como suyo mi problema, me pidió que se lo volviera a explicar desde el principio, tampoco era tan difícil, y de donde no esperaba sacar nada ella emergió con una solución: «Con Glovo no sé cómo hacerlo, pero venga a la tienda con el perfume y el recibo y yo se lo cambio sin decir nada a nadie, y ya me arreglaré con mi jefa cuando lo suyo esté resuelto». Y con la alegría y la esperanza que da siempre encontrar personas entregadas a una idea bondadosa de los demás, y de la vida, tomé una bici eléctrica y crucé la ciudad ya anochecida, iluminada de Navidad, la Diagonal, el paseo de Gracia, la plaza Cataluña y Portal del Ángel hasta Portaferrissa, donde la chica, como si fuéramos de la resistencia en la Francia ocupada, me entregó el perfume correcto, yo le di el errado, y sin decirnos nada nos despedimos con una sonrisa de franca complicidad.
Salí de la tienda y me alegré de tener, al fin, Calèche Soie de Parfum, pero me di cuenta de que lo llevaba en una bolsa de Druni, que claramente rebajaba la importancia del regalo. No quiero ofender a Druni pero lo que una bolsa de Hermès realza, una bolsa de Druni lo desmerece y no tiene mucho sentido discutirlo. De modo que mi siguiente paso fue deshacer brevemente mi camino, entrar en El Corte Inglés de la plaza Cataluña y pedir en el córner de Hermès que me dieran una bolsa. Me pidieron el ticket de compra, enseñé el perfume que acababa de recoger, expliqué que aquella mañana lo había intentado comprar allí pero que no lo tenían y el dependiente, rapado, moreno, y con pendiente, me dijo que sin ticket de compra no podía darme una bolsa. Intenté razonar con él pero pronto entendí que por el camino del razonamiento no iba a ganar, porque por mucho que yo dijera, él sólo respondía la misma frase. Vi que algunos clientes sin nada mejor que hacer se habían quedado alrededor observando con curiosidad la escena y entonces asumí -no sin apuro- que mi única solución era el escándalo: y volví a repetir lo mismo que había dicho pero alzando la voz y enfatizando cada palabra, de modo que más clientes se pararon, y el arrogante dependiente, que no tuvo inconveniente en despreciar a un cliente que sólo quería una bolsa y que se había tomado la molestia de explicarle razonablemente cuál era su comprensible situación; sólo reaccionó ante la posibilidad de que el tumulto o la viralización le perjudicaran, y diez minutos y algunos gritos después me dio exactamente la misma bolsa que me habría podido dar de entrada, amablemente, haciendo quedar bien a su marca y ofreciéndome una satisfactoria experiencia. Hermès es la más importante, sobria y distinguida interpretación del lujo del mundo entero. Tal vez tendría que reflexionar sobre el trato altivo, como si nosotros fuéramos los rapados, sin ninguna calidez ni categoría, que da en esta y otras de sus tiendas, a las que ir se hace francamente incómodo por el humillante trato que recibes. ¿Sólo a gritos, Hermès?
Con mi bolsa, mi perfume, entre la oscuridad y el frío de diciembre, a las siete y cuarto de la tarde, llegué al Palacio de la Generalitat, donde mi amiga trabaja. En la puerta de la plaza San Jaime me dijeron que allí no recogían paquetes y me mandaron a la recepción de la calle San Severo, donde había tres agentes de Mossos d'Esquadra sentados tras un mostrador sin hacer absolutamente nada. Nada no es una metáfora. Nada es nada, hasta el punto de que aunque me dirigí sólo a uno de ellos, todos me escucharon. Especifiqué que era un regalo, para que se lo hicieran llegar, di su nombre, sabían quién era, pero me dijeron que ellos no estaban para recibir paquetes, y que mirarían a ver si estaba ella, que no estaba, o alguna compañera de su departamento que quisiera «responsabilizarse» del paquete, y bajó una tal Núria, que ya en su acercarse pequeño y esquivo se veía que era hija de todas las derrotas. Blanquecina, casi translúcida, la tristeza, la pasión insatisfecha, el gesto torcido, los dientes las murallas de una ciudad que ha capitulado, era como si la muerte me hubiera mandado un Úber para que la conociera por anticipado, y me dijo: «yo no estoy para recibir paquetes», y otra vez la secuencia de los pétalos que caen, y ni explicando una y cien veces que era un regalo para una amiga que lo estaba pasando mal, aquellas cuatro personas pudieron recordar que lo eran, y se pusieron como descerebrados a repetir las normas y los horarios, sin ninguna empatía, esa falta de empatía que alfombra la desgracia. Justo cuando salía de Palacio, de vuelta a la neblina que disipa el corazón, entró ella y tras mucho frío y mucha noche y mucho descenso al fondo de mí mismo, pude darle un abrazo y las flores.
Tus regalos deberían de llegar y desde el maestro Guy Robert hasta ella hubo demasiadas calaveras interpuestas para que fuera casualidad. Hay una epidemia de tristeza en mi ciudad que hace llorar a chicas que no lo merecen, que estropea los regalos con torpeza y con violencia, con incompetencia, con arrogancia, y esa brutalidad funcionaria que usa tus recursos para pisotear tus flores, para desanimarte, para que no sientas ninguna inclinación a hacer el bien, ni siquiera a intentarlo. Hay algo que está roto en Barcelona, y no es nada concreto, es un aire, es una bolsa que hay que gritar para que te la den y policías que pervierten su misión usando las normas para borrar la Gracia y son cómplices de que el dolor se expanda. Yo soy un guerrero, un héroe de otros tiempos, pero cuando el cielo se oscurece como una piedra, cuando la furia del amor se vuelve hacia adentro, ¿cómo sobreviven los débiles?, ¿cómo pueden cursar sus sueños apaleados? Hay una epidemia de tristeza en mi ciudad y no consiste exactamente en que las Nurias desprecien el amor sino en que no saben de qué se trata.
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