La Iglesia de Santa Anna denuncia la falta de colaboración del Ayuntamiento por motivos ideológicos
La parroquia ofrece su espacio para resguardarse del frío a los más necesitados durante lo más duro del invierno

La Iglesia de Santa Anna da refugio a personas en situación de calle
«La Iglesia no es casa de unos pocos sino que es casa de todos». Esta frase del Papa Francisco se ejemplifica en la labor de la Iglesia de Santa Anna de Barcelona. Esta parroquia ha puesto en marcha un dispositivo para dar un techo, abrigo y alimento mientras duren las bajas temperaturas.
En esta iglesia duermen trece personas sin hogar y por su comedor pasan 250 al día durante estas fechas. Su rector, Peio Sánchez, explica a ABC el protocolo especial que han establecido. «De las personas que ayudamos, seleccionamos a las de máxima vulnerabilidad, que en su mayoría son mujeres, para que puedan pernoctar», relata Sánchez. Estas mujeres se quedarán quince días en los que el equipo de voluntarios de Santa Anna buscará darles salida en un lugar en el que puedan permanecer. «Por ejemplo, hay unas chicas peruanas que duermen aquí que se irán a Corbera con una familia que les va a acoger y una parroquia que les va a apoyar«, expresa.
El rector muestra su preocupación por el aumento de las personas en situación de calle con «un repunte en la inmigración argelina, subsahariana y sudamericana«. La peculiaridad de las personas que acogen de Sur América respecto a las otras es que antes venían porque tenían familia aquí que les ofrecía un hogar. Ahora, según el rector, «vienen con lo puesto empujados por los estados fallidos que tienen en sus respectivos países como, por ejemplo, Perú». Además, destaca que también van al comedor muchos hombres jóvenes inmigrantes que han estado recientemente en esta situación.
En paralelo a este dispositivo especial, la fundación Santa Anna, por otra parte, también tiene un proyecto en el que se dedica a dar un hogar y alimento a un número reducido de personas con las que tienen más trato y de las que ven más posibilidades de prosperar. Tienen una parte formativa enfocada a aprender, principalmente, las lenguas y otra parte laboral para enfocar a los jóvenes al mundo laboral.
Las causas de este incremento de personas sin techo son diversas, según el párroco. «Hay diferentes motivos por los que hay más gente sin hogar. Hay un aumento de la situación de pobreza, insuficientes recursos y quizás también la mala gestión de esos recursos«, apunta Sánchez. Su intervención, según explica, se da cuando falla la protección social pública de la administración.
El padre denuncia la falta de colaboración con el Ayuntamiento de Barcelona en temas como este y cree que se debe a que hay una carga ideológica detrás. «Nuestra colaboración con entidades privadas es muy fuerte, pero con el Ayuntamiento es bastante débil. Hay ciertas cosas que serían lógicas de hacer que no hacen como, por ejemplo, montar un dispositivo de frío y pasarse por aquí para ayudar a la gente», sentencia.
Por su parte, a la Iglesia de Santa Anna lo que le interesa es resolver la situación de estas personas, pero se encuentra con falta de apoyos en este sentido. «Nosotros no tenemos nada en contra de ningún posicionamiento, ya que hasta tenemos de voluntarios a cargos políticos con responsabilidad de distintas ideologías», aclara el sacerdote. Aunque deja claro que con gobiernos municipales anteriores ha habido «más entendimiento».
Mercè, una mujer jubilada, lleva menos de un año siendo voluntaria aunque como católica siempre ha estado ligada a la Iglesia. Le prometió al rector que cuando se jubilara, lo primero que haría sería hacerse voluntaria, y cumplió. Desde entonces, junto con el resto de sus compañeros hace la comida, lava los platos y les da la bienvenida a los más necesitados. «Muchos de ellos se ponen cerca de las estufas de butano durante la hora de comer porque es uno de los pocos momentos para estar calientes», relata. Esta colaboradora destaca el «trato cercano» que hay entre las personas que acogen y los voluntarios. «A veces hay gente que viene un día y te explica que ya ha encontrado alojamiento en una casa por lo que te llevas una alegría inmensa», explica Mercè. Ella «admira» que la Iglesia esté abierta, como dice el Papa, para acoger a los que más lo necesitan porque «son hermanos».
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Y en el otro lado de la caridad está Manel, un apasionado de la lectura y fiel creyente, un hombre muy querido por toda la fundación que a sus 69 años acude desde hace cinco al comedor de la Iglesia. Después de la crisis del 2012, encadenó trabajos precarios hasta que se quedó sin trabajo y paro y se vio en la tesitura de abandonar la habitación en la que estaba. «Aquí no tienes que pedir, la ayuda fluye gracias a la gran organización que tienen los voluntarios», cuenta. Ahora, recibe una pequeña pensión que le da para pagarse una habitación en el Vall d'Hebron mientras que asiste a la Iglesia a las horas de comida «para no perder el contacto con los voluntarios».
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