Josep Manuel Rafí, el editor con la fiebre de los cromos
Acaba de publicar un libro con el que llena un vacío en la historia de la cromolitografía española al profundizar en la barcelonesa, que fue por donde se introdujo en nuestro país la técnica que patentó en 1837 Godefroy Engelmann
Los cromos cofrades que han revolucionado la Semana Santa de Sevilla llegan a Málaga

Todas las generaciones tienen su colección de referencia, pero el origen de la pasión por la cromolitografía, técnica de impresión popularmente acortada como 'cromos', no fue infantil y supuso la democratización del conocimiento en una España con muchas desigualdades y desinformada. La fiebre por ... los cromos le sobrevino a Josep Manuel Rafí hace 35 años cuando, ya casado, recuperó unas colecciones que le había regalado su abuelo. Revivir las emociones que de niño experimentó al contemplar esas estampitas en color con, por ejemplo, escenas de guerras como las anglo-bóers «donde aparecían decapitaciones», inoculó en Rafí una pasión por el coleccionismo que le ha llevado a conseguir y clasificar unos 50.000 cromos desde los años 60 del siglo XIX hasta la década de los 60 del XX.
Editor de profesión e historiador de vocación, Rafí acaba de publicar el libro 'La febre dels cromos' (Editorial Comanegra) en catalán, con el que llena un vacío en la historia de la cromolitografía española al profundizar en la barcelonesa, que fue por donde se introdujo en nuestro país la técnica de impresión industrial que patentó en 1837 el alsaciano Godefroy Engelmann. No en vano, está documentado que el inventor de la cromolitografía estuvo en Barcelona para asesorar en esta técnica a Antonio Brusi, editor del 'Diario de Barcelona', donde se publicó en 1861 la primera referencia publicitaria de cromos. Hace 150 años, cuando la fotografía todavía no se había popularizado, la vida era en blanco y negro, salvo algunos gravados iluminados, es decir, coloreados a mano y que no estaban al alcance de todos.
Comerciantes barceloneses descubrieron en la Exposición Universal de París de 1878 que los estands que regalaban unas pequeñas estampas a todo color vendían más y hasta se formaban colas para conseguir los cromos. «Esa visión vuelve locos a nuestros comerciantes, que introdujeron aquí la idea como vehículo de publicidad, sobre todo de chocolateras, que luego fidelizaron a los consumidores al incitar al coleccionismo mediante la colocación de cromos en los productos», señala Rafí. La moda fue trasversal a toda clase de productos y está documentado que una pomada para la sífilis también llevaba cromos.
El comienzo del coleccionismo, por lo tanto, no fue infantil y supuso, en una España profundamente iletrada «una cierta democratización del conocimiento y una forma importante de expansión artística», afirma el autor de la monografía. Este producto proporcionaba información de todo tipo a generaciones que así aprendieron, por ejemplo, los países y las banderas del mundo, los conflictos bélicos y las reglas de los incipientes deportes que después se convirtieron en populares. «La mayoría de la población se enteraba a través de los cromos de que había una guerra en Japón o qué oficios podían desempeñar las mujeres en 1902», señala Rafí.
El comienzo del coleccionismo no fue infantil y supuso, en una España profundamente iletrada, «una cierta democratización del conocimiento»
Chocolates Boix fue pionera en la utilización de este reclamo publicitario y llegó a distribuir una colección de mandatarios de la Primera Guerra Mundial que introdujo a Trotski como la figura emergente del comunismo soviético, ya que «al zar lo matan antes de que acabe la guerra y los fabricantes resolvieron el dilema de quién mandaba en Rusia con Trotski», comenta jocoso el autor. En los años 20 irrumpe Nestlé en el coleccionismo y arrasa, pero cuando llegó la televisión, «que homologó la cultura popular», las colecciones se centraron en 'Bonanza' y otras populares series. Otro fenómeno también fue los álbumes de Danone o Bimbo con colecciones «que también ayudaron a que los niños aprendieran cosas que no sabían y, de paso, a democratizar la propiedad infantil».
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