Pirulo, el 'Robin Hood' madrileño que vendía chucherías y cambiaba cromos en El Retiro
HISTORIAS CAPITALES
Su actitud combativa ante la injusticia y su sensibilidad social le hicieron muy popular, y llegó a tener una columna semanal en 'Pueblo'
La última lección de Pirulo
Madrid
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónA veces las ciudades, a pesar de la tremenda deshumanización de sus calles repletas de extraños que se cruzan sin saludarse, alumbran personajes únicos. Novelescos. Y de una humanidad aplastante. Ocurrió en la posguerra con Luis Ortega, 'Pirulo', un hombre de verborrea inagotable ... y al que no le paraba nada en la búsqueda de ayuda para los que la necesitaban. Ya apenas nadie recuerda el puesto de chucherías y cromos que regentó durante tantos años a las puertas del parque de El Retiro.
Nació en el callejón de San Juan de Dios, un espacio que ya no existe cerca de Sainz de Baranda. De familia humilde, parece ser que su madre ya tenía un puesto de pipas. Él fue dependiente de una carbonería y trasportando a las casas sacos de carbón desde bien pronto descubrió las necesidades de muchos. Y se propuso, en lugar de cruzarse de brazos, hacer algo por evitarlo.
Así comenzó una vocación que marcó toda su vida, y la de los muchos con los que colaboró. Para vivir, tenía su puesto en la Puerta de América del Retiro, donde no sólo vendía caramelos y pastillas de leche de burra, sino también cambiaba cromos, al grito de «¡cuatro fáciles por uno difícil!». Cuántos habrán terminado sus colecciones gracias a esas mañanas de transacciones ante el puesto de Pirulo…
El eclipse de Sol que siguieron los madrileños en 1905 con cristales ahumados
Sara MedialdeaMiles de vecinos se echaron a las calles o subieron a azoteas y cerrillos para observar el fenómeno
Cuando se enteraba de que alguien estaba en problemas, cuando intuía una injusticia o consideraba que podía echar una mano en algo, ahí estaba Pirulo, poniendo toda su energía −y era mucha, según relatan las crónicas− para conseguir su objetivo. Inasequible al desaliento, insistía tantas veces como hiciera falta, y llamaba a todas las puertas precisas hasta lograr lo que buscaba.
Esa tremenda voluntad de ayudar y su convencimiento de que le amparaba la razón hicieron de este hombre, que apenas conocía las letras, un personaje público y notorio, que entraba en todas partes sin arrugarse ante altos cargos o aristócratas. En los años 60, el entonces director de 'Pueblo', Juan Aparicio, le dio una columna semanal en el diario, que le sirvió como altavoz para sus causas.
La hemeroteca de ABC recuerda proezas suyas, como su visita en 1966 a la Leprosería de Trillo, donde acudió con chucherías para los niños, un transistor para cada uno regalo del entonces príncipe Juan Carlos, máquinas de escribir para que se ejercitaran que consiguió del Instituto Nacional de Previsión; donaciones en metálico de personalidades como la reina Fabiola; o libros para que estudiaran donados por TVE; hasta un rosario enviado por el Papa Pablo VI; como digo, no había puerta a la que no se atreviera a llamar, y que no terminara contestándole.
Las muletas
Pese a sus faltas de ortografía, las cartas que envió por miles a políticos, banqueros, empresarios o miembros de las casas reales y la nobleza se entendían con toda perfección. Como señalaba un cronista de esta Casa en los sesenta, «su vocación era la de pedir a los ricos para remediar a los pobres». Lo hizo desde que era un chaval en aquella carbonería, frente a la que pasaba cada día «un chico cojo, que en vez de muletas se apoyaba en dos palos de escoba», relataba la noticia. Pues bien, «Pirulo hizo su primera quijotada: intuyó el valor de la letra impresa y escribió una carta a los periódicos, en la que pedía unas muletas. La carta se publicó con todo y sus treinta y cuatro faltas de ortografía. Al día siguiente, Pirulo recibía varios pares de muletas y una carta de don Isaac Galcerán, que le ofrecía costear para el chico la mejor pierna ortopédica que hubiese en Madrid».
La popularidad acompañó desde muy pronto a Luis Ortega, y no era raro ver a señoras parando ante su puesto con sus coches y dejando allí limosnas por miles de pesetas. Los que necesitaban medicinas, los entonces carísimos antibióticos, acudían a su puesto. Los que precisaban una mano para salir del pozo en un momento delicado, acudían y la encontraban.
MÁS INFORMACIÓN
Pirulo proporcionaba leche, vitaminas y medicamentos a los niños de las chabolas de Ibiza y Sainz de Baranda; cuando estas desaparecieron, se fue a vivir a la UVA de Fuencarral. Mantuvo su puesto de intercambio de cromos hasta los 90: en 1975, se le veía rodeado de palomas y gorriones, a los que atraía con su silbido y, sobre todo, el pan y las pipas que les ofrecía: los pájaros comían en sus manos y su sombrero, y no era raro ver a personas cámara en mano fotografiando la escena.
Pirulo murió en los últimos días de enero de 2009, en la residencia de mayores de Arganda del Rey donde pasó sus últimos años. Extrañaba los tiempos en que los niños «jugaban a las canicas, a las chapas, a la comba, a la peonza». Dejó escrito que su cuerpo fuera donado a la ciencia; fue su último acto de generosidad. Una placa le recuerda en El Retiro.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete